Enrique Soros es periodista, argentino, y vive en Washington. Es miembro de CLAdeES, Centro Latinoamericano de Evangelización Social. El autor trabaja en prensa entre el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y la Conferencia Episcopal de EEUU, coordina el proyecto digital pastoral del CELAM y trabaja con el CELAM en diversos proyectos. Es periodista, contribuye con diversos medios internacionales, como Zenit y AICA.
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Para muchos estadounidenses, Halloween (se pronuncia «halouín», con acento en la i) es una de las fiestas más de familia que tiene el país. Los disfraces se van preparando por semanas, se ven zapallos con caras recortadas frente a las casas, van cayendo las hojas multicolores de los árboles que dan vida a las ciudades, a los pueblos, marcando esta época del año con un sello muy especial que queda grabado en el corazón de niños y adultos. La creatividad se despierta en los jardines del frente de las casas, con telas de araña, brujas, galeras negras, monstruos, héroes, fantasmas y muñecos divertidos de todos los colores y formas.
El 31 de octubre, a la tarde, cuando va cayendo el sol, los barrios se llenan de niños y familias que salen a recorrer el barrio en busca no solo de dulces, sino también de una sana diversión, amistad, ilusiones, felicidad, risa. Muchos, disfrazados de príncipes, de bomberos, de reyes. Otros de monstruos, de fantasmas, de piratas. Oficinas, edificios públicos y privados, y sin duda, también escuelas católicas y parroquias (evidentemente no todas) decoran sus paredes con figuras alusivas a Halloween. Muchas personas disfrazadas hacen guardia frente a sus casas con recipientes llenos de dulces, para darle a los niños que se acerquen a requerirlos. Luego de dos o tres horas de recorrido, todos vuelven a sus casas con la alegría de haber compartido una noche de aventura en familia. Y los niños podrán disfrutar de los dulces por un largo tiempo.
En 20 años de residencia en Estados Unidos, jamás he visto nada que sea distinto a lo expresado arriba. Jamás vi nada negativo.
Fines de octubre es también la época en la que, desde las redes sociales o desde donde puedan, algunos católicos aprovechan para demonizar esta festividad. “Yo no celebro Halloween. Soy católico”, reza uno de los tantos banners que pululan por las redes. Se percibe un síndrome: El del absolutismo religioso. Halloween proviene de las palabras All hallow’s eve, que significa víspera de todos los santos. Los antiguos anglosajones le quitaron el sentido religioso y le dieron una impronta pagana. Bien, esos son los orígenes. Es verdad que hoy en día, hay quienes, en proporción muy pocos, aprovechan estas fiestas para fines non sanctos, pero eso no quita que en Estados Unidos, se trate en su gran mayoría, de una divertida, muy divertida fiesta familiar.
Hay evangélicos fanáticos, que absolutizan desde un versículo de la Biblia, hay católicos fanáticos que absolutizan desde una frase de la doctrina. El Papa Francisco se desvive por que aprendamos a dejar hablar al Espíritu Santo en nuestras almas, y que no nos cerremos en conceptos cerrados. En un encuentro con el movimiento de Schoenstatt, afirmaba que para conocer la realidad, se aleja de la zona segura y se va a la periferia, para analizarla en su integridad. Y afirmaba en el cierre del Sínodo de las Familias, que “los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu.” Con la misma pasión, el P. José Kentenich hablaba del pensar, amar y vivir orgánicos, lo que se contrapone a un pensar, amar y vivir mecanicista. Lo orgánico analiza los diversos elementos del todo, y da a cada parte el valor que tiene, integrándolos al conjunto. Lo mecánico toma solo una parte y niega los demás elementos que hacen al todo.
Existe hoy una corriente llamada Hollywins, donde se sugiere vestirse de algún santo, o de religiosa o sacerdote. Una idea muy bonita. Pero surge un invonveniente cuando se absolutize como si fuera la única opción, y quizás no sea muy pedagógica, cuando el niño no lo disfruta. Hay 365 días en el año para transmitir valores profundos a nuestros hijos. ¿Cuál es el temor de que se vista de monstruo, de fantasma o de pirata, si eso es lo que le dejamos ver todos los días en la televisión como algo normal? ¿No será acaso más sano que se disfrace con lo que más le guste, que participe de las cosas divertidas (mientras que no sean inconvenientes) del mundo, de la forma que él más lo disfrute, sin que por ello pierda el más mínimo respeto a los valores que le transmitimos? Todos los días tenemos para transmitirles valores religiosos desde nuestra propia esencia, y para evangelizar el mundo, tenemos que estar en el mundo, palpitar con el mundo, sin perder un ápice nuestros valores.
Si disfrazarse del «Hombre Araña», de bruja o de fantasma pone en juego los valores religiosos de nuestros hijos, pues quizás sea momento de evaluar la forma en que los estamos educando en la fe. Para que la fe de nuestros hijos sea fuerte y resistente, es esencial probarla desde que son pequeños, no haciéndolos vivir en una burbuja que los aleje del mundo, sino dejándolos que participen de diversos eventos, que aunque no tengan origen cristiano, como la mayoría de las actividades que realizan, que les permitan sentirse parte, divertirse con amigos, y a la vez aprendiendo a no negociar valores esenciales. Al estar en el mundo, y al vibrar con él, se abren maravillosos momentos para compartir y transmitir valores.
Es interesante que los ciudadanos comunes, solo escuchamos cosas feas sobre Halloween, de aquellos que lo demonizan, no de quienes lo festejan. Y otra cosa: Nunca se escucha de un detractor de Halloween decir: “yo opino tal cosa”. Siempre decretan. El título ideal de sus artículos es “Por qué un católico no debe celebrar Halloween».
Ser católico es ser universal, cristiano, fiel a la doctrina, pero amplios de mente. La conjunción “o” destruye. La conjunción “y”, une, y puede poner cada cosa en su lugar. Nos puede dar un mejor lugar para cumplir con nuestra misión de cristianos.
Es Estados Unidos Halloween es una fiesta familiar y comunitaria tradicional, que cala en muchas almas. En Latinoamérica está la reticencia de importar esta festividad que nada tiene que ver con nuestra tradición latina. Y aquí, en mi opinion, vale el mismo principio. Discernir. Si invitan a nuestros hijos a una fiesta de disfraces el 31 de octubre por Halloween, pues ¿cuál es el problema? Que se diviertan, que se integren. ¿Qué tiene de malo? Salvo, claro, que no se trate de la ingenuidad que expreso arriba. No necesitamos hacer nada para promocionar esta fiesta, pero tampoco es bueno combatirla de cuajo.
Hay cosas malas que no se pueden frenar, y hay otras cosas que tampoco se pueden frenar, que en sí, no son ni buenas ni malas, donde la maldad o la bondad dependen del corazón de quienes las practican, no del objeto en sí. A las primeras, estamos llamados a rechazarlas. A las segundas, mejor utilizarlas, sin denostarlas, para integrarnos a un mundo muy diverso, en el que definitivamente tenemos que estar, para cumplir con nuestra misión. Por muchos siglos hemos decretado, señalado, excluido, y nos hemos aislado. Es la mejor fórmula para gestar adolescentes ateos. Lo compruebo todos los días en la pastoral familiar.
Ojalá que con Francisco aprendamos a decretar menos, a abrazar más, y a darle más importancia a la conversión de nuestros corazones. Que tengamos la humildad de sentir y afirmar que tenemos mucho por aprender, que no tenemos una respuesta elaborada para todo. Y que aprendamos a discernir, lo cual significa dejar al Espíritu Santo que nos inspire para que sepamos mejor qué hacer en cada caso.
Calabazas © Creative Commons/Pixabay
Enrique Soros: "Halloween… ¿Demonizar o participar?"
¿Somo adultos para discernir, o todos tenemos que pensar igual?