El Papa Francisco Saluda a la Gente © L'Osservatore Romano

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"El Papa Francisco… cinco años más tarde", por el P. Thomas Rosica

«Tenemos necesidad de esta revolución de la ternura de la misericordia»

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(ZENIT – 11 marzo 2018).- “Al elegir el nombre de Francisco, (el Papa) afirmó el poder de la humildad y la simplicidad», dice el P. Thomas Rosica, Director General de la Fundación Católica ‘Salt + Light Media’ en Canadá, en esta reflexión con motivo de los cinco años de la elección del Papa argentino (13 de marzo de 2013-13 de marzo de 2018).
El Papa Francisco, cinco años después, por el P. Rosica
Mucho se ha dicho y escrito sobre los primeros cinco años del ministerio petrino del Papa Francisco. Habiéndome acompañado literalmente en el cónclave que iba a elegir al primer jesuita argentino como obispo de Roma el 13 de marzo de 2013, pude seguir muy de cerca durante estos cinco años el notable impacto que ha tenido en la Iglesia y el mundo. Escuché a sus admiradores, sus seguidores y sus críticos. Sabiendo que se podría decir mucho más, me gustaría ofrecer algunas reflexiones.
Al elegir el nombre de Francisco, afirmó el poder de la humildad y la simplicidad. Este jesuita argentino no solo testimonia la complementariedad de las costumbres ignaciana y franciscana, sino que también manifiesta diariamente que el espíritu y el corazón se encuentran en el amor de Dios y el prójimo. Finalmente, Francisco nos recuerda cuánto necesitamos a Jesús y cómo nos ayudamos mutuamente a lo largo de nuestras vidas.
Habiendo servido como uno de los representantes oficiales del Vaticano durante la histórica transición papal de 2013, debo regresar a un texto profético de este pontificado que se está desarrollando ahora mismo ante nuestros ojos. Se trata de una intervención de un cardenal durante el pre conclave de los cardenales realizado el 7 de marzo de 2013. Este discurso se tituló: la dulce y reconfortante alegría de evangelizar. En esta cámara alta, este cardenal comenzó su discurso recordando a sus hermanos obispos que «la evangelización es la razón de ser de la Iglesia» y que es por esta razón que debe ser «alegre y reconfortante». Es Jesucristo mismo llamándonos desde el interior. Este mismo cardenal pasó a señalar cuatro puntos de gran simplicidad y profundidad:
Evangelizar implica celo apostólico. Evangelizar implica el deseo de la Iglesia de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias, no solo en el sentido geográfico, sino también a las periferias existenciales: a los que se encuentran en las periferias del misterio del pecado, del sufrimiento, de la injusticia, de la ignorancia, a los que no tienen religión, ni pensamiento, y quienes son miserables.
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se vuelve auto referencial y enferma. (ver, La mujer jorobada del Evangelio). Los males que afligen a las instituciones eclesiales a lo largo de la historia tienen sus raíces en una actitud autorreferencial, en una especie de narcisismo teológico. En el libro del Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y que llama. Por supuesto, el texto se refiere a Aquel que llama a la puerta con la intención de entrar, pero a menudo pienso en los momentos en que Jesús llama desde dentro, para que lo dejamos salir. La Iglesia autorreferencial mantiene a Jesús para sí misma y se niega a dejarlo salir.
Cuando la Iglesia se autorreferencia sin darse cuenta, cree que posee su propia luz. Deja de ser el mysterium lunae para disfrutar de este gran mal de la mundanalidad espiritual. La Iglesia autorreferencial vive para glorificarse a sí misma. En términos simples, hay dos imágenes de la Iglesia: por un lado, la Iglesia evangelizadora que sale de sí misma: «Escuchando la Palabra de Dios con reverencia y proclamando la fe» (primero palabras de la Constitución dogmática sobre la Revelación divina) y, por otro lado, la Iglesia mundana que vive en sí misma, por sí misma y para sí misma. Esto ilumina nuestra conciencia con respecto a los posibles cambios y reformas que deben presentarse para la salvación de las almas.
El cardenal que pronunció estas palabras era, en su momento, el arzobispo de Buenos Aires y su nombre, Jorge Mario Bergoglio. Su nuevo nombre es Francisco. Él es jesuita. Su humildad ha impresionado a muchos en todo el mundo. Su estilo se ha convertido en un mensaje en sí mismo. Este es el aspecto más radicalmente evangélico de la reforma espiritual de su pontificado. De hecho, invitó a todos los católicos y, especialmente al clero, a rechazar el éxito, la fortuna y el poder. El padre espiritual de Francisco, Ignacio de Loyola, insiste en que un jesuita nunca debe tener un espíritu anti eclesial y siempre debe estar abierto a los movimientos del Espíritu Santo. El compromiso de los jesuitas de no buscar un puesto eclesiástico, incluso en la Compañía de Jesús, es una consecuencia de esta experiencia. Francisco ha interiorizado hasta tal punto estos valores que él los aplica hoy sin ninguna duda a su reforma de la Curia Romana.
La humildad nos acerca a Cristo
A los ojos de Ignacio, la humildad es la virtud que nos acerca a Cristo. En este sentido, el Papa Francisco parece guiar a la Iglesia y educar al clero para asimilar esta verdad fundamental. Francisco nos enseña que la humildad es precisamente esencial para que esta nueva evangelización sea real y efectiva, tanto dentro de la Iglesia como en sus relaciones con el mundo. El Papa Francisco trabaja a diario para hacer que la Iglesia sea más humilde, tierna y misericordiosa, una Iglesia encarnada caminando junto a las personas en el camino; una Iglesia que escucha, discierne, acompaña, perdona, bendice y que se expresa con audacia y valientemente; una Iglesia que llora con los que lloran y se regocija con los que se regocijan; una Iglesia que hace todo lo posible para resistir a las tentaciones de reducir la fe a una moral; una Iglesia que se resiste a los intentos de desentrañar el mensaje y esa Persona que está en su mismo corazón: Jesucristo; una Iglesia que se esfuerza por integrar a todas las personas en las comunidades de fe. De acuerdo con el corazón y el espíritu del Papa Francisco, «una Iglesia que es capaz de devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos exiliados».
No olvidaré las palabras que dirigió a sus hermanos obispos de los Estados Unidos en septiembre de 2015, durante una reunión en la Catedral de San Mateo en Washington DC. En esta ocasión, Francisco habló sobre su visión del ministerio presbiteral para América y el mundo:
«Una iglesia que sabe reunirse alrededor del hogar es capaz de atraer. Ciertamente, no solo de cualquier fuego, sino de uno que se encendió en la mañana de Pascua. Es el Señor resucitado quien continúa desafiando a los pastores de la Iglesia a través de la tímida voz de tantos hermanos: «¿Tienes algo que comer?» Es necesario reconocer su voz como lo hicieron los Apóstoles a orillas del mar de Tiberíades (ver  Jn. 21, 4-12). Es aún más importante confiar en la certeza de que las brasas de su presencia, iluminadas por el fuego de la pasión, nos preceden y no se apagan nunca. Cuando falta esta certeza, corremos el riesgo de convertirnos en amantes de las cenizas y no en guardianes y dispensadores de la luz verdadera y de esta calidez que calienta el corazón (Lc 24:32)» [1]
El plan de juego del Ministerio Petrino de Francisco no emanaba ni de Buenos Aires, ni de Roma, Loyola o Asís. Viene más bien de Belén, Nazaret, Jerusalén, Galilea y Emaús. ¡Incluso donde comenzó toda la historia! Si varios grupos o individuos en la Iglesia parecen tener dificultades con el Papa Francisco, me pregunto si, al final, no es esta inspiración primordial lo que les causa dificultades.
En la tarde del 13 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio recibió la llamada para reconstruir, reparar, renovar y curar a la Iglesia. Hay quienes se complacen en describir al nuevo Papa como un atrevido revolucionario enviado a sacudir el barco. Otros piensan que llegó a causar un gran naufragio. Sin embargo, la única revolución que Francisco inauguró es una revolución de la ternura, en las palabras que él mismo usó en su principal carta: La alegría del Evangelio (EG no88).
«Gran revolucionario»
De hecho, muchos llaman a este Papa el «gran revolucionario». La única vez que usó la palabra «revolución» fue en la exhortación Evangelii Gaudium, en el párrafo 88, para describir la revolución como la ternura inaugurada cuando el Hijo de Dios se hizo carne. Me parece que Francisco inaugura otra revolución: la de la normalidad. Él es para nosotros un ejemplo de comportamiento pastoral normal. Enfrentados a una actitud cristiana tan normal, algunos están completamente desestabilizados. Esta reacción refleja nuestro propio comportamiento anormal, este deseo muy humano de seguir los caminos del mundo en lugar del camino del Evangelio; este camino a la santidad y la vida venidera. El comportamiento normal del Papa Francisco es para nosotros, al mismo tiempo, un desafío, un consuelo y, al mismo tiempo, una cierta ternura que deseamos desde hace tiempo. Él es muy exigente cuando predica sobre la Misericordia Divina, cuando entra en contacto con los no creyentes, los ateos, los agnósticos, escépticos, con aquellos que están al borde de la vida, incluso aquellos que piensan que el cristianismo no tiene nada que aportar al sentido de la vida. Tanto por el mensaje provocativo y profundo que contienen Evangelii Gaudium, Laudato Si’  y Amoris Laetitia, como por sus reflexiones diarias durante sus simples celebraciones eucarísticas en la capilla de la casa Santa Marta, Francisco ha sido capaz de conectar y conocer a esta familia humana que tienen hambre y sed de una mensaje de esperanza y consuelo.
Necesitamos esta revolución de ternura, misericordia y normalidad ahora más que nunca. Solo espero y oro para que podamos ser inspirados e imitados.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

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Thomas Rosica

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