El 31 de octubre se celebra Halloween, especialmente, aunque no exclusivamente, en Estados Unidos. Vivo por más de 20 años en este país, y siempre lo he festejado de una manera o de otra. Cuando comienzan a caer las hojas de los árboles en otoño, se ven por los barrios adornos conmemorativos, como calabazas, brujas, arañas gigantes y fantasmas.
El 31 de octubre, cuando los niños terminan de hacer sus tareas de la escuela y padres y madres han regresado del trabajo, los barrios se van llenando de vida y diversión. Los niños se juntan en grupos, normalmente acompañados por papá y mamá, y van corriendo de casa en casa, a reclamar un dulce. No es necesario decir el tradicional trick or treat (me das un dulce o te hago una travesura) para llevarte la golosina. Es más, nunca escuché que algún niño lo diga. Y nunca he visto ninguna travesura a quien no dé un dulce.
En algunos barrios surgen espontáneos festivales musicales, se hacen fogatas donde regalan nubes de azúcar para quemar y degustar. La creatividad para divertirse y compartir con alegría con gente que uno jamás había visto, hace de la sociedad un lugar mejor. No nos conocíamos, pero nos reímos juntos, charlamos, y nos sentimos por un momento humanos, en una sociedad donde mirarse a los ojos no sea muy común. Muchas casas se iluminan especialmente para la ocasión, se ven adornos, monstruos, algunos esqueletos como salidos de las tumbas, y alguna vez también se escucha algún sonido aterrador. Luego de una o dos horas, todos vuelven a sus casas. Los niños, como premio por su empeño, con una bolsa llena de golosinas que les alcanzará para unas semanas de disfrute. Eso es Halloween para la absoluta mayoría de los estadounidenses. Una fiesta de familia, una festividad social que une a los barrios, a las personas, y, aunque sea por unas horas, hace sentir familia, con personas que incluso uno no conoce. No hay otra fiesta que produzca esta vivencia popular generalizada en Estados Unidos.
Orígenes cristianos de Halloween
El Papa Gregorio III estableció en el siglo VIII el 1º de noviembre como Día de Todos los Santos. Con el correr del tiempo, tal festividad se comenzó a celebrar en las vísperas, o sea, el 31 de octubre. En inglés se denominaban dichas vísperas All Hallow´s Even (Vigilia de Todos los Santos). Con el correr del tiempo fue cambiando la pronunciación a All Hallowed Eve, para concluir en la palabra Halloween.
Por otro lado, a finales del siglo X, comenzaba a celebrarse el 2 de noviembre como el día de los Fieles Difuntos. Con el tiempo, se unieron antiguas costumbres paganas celtas a las vísperas de Todos los Santos, y el sentido de Halloween comenzó a distorsionarse. Los celtas tenían a principios de noviembre, como una de sus celebraciones principales “la fiesta de los muertos”.
Para ellos, la muerte los llevaba a un lugar mejor donde tenían felicidad perfecta, lo que presenta una analogía con el cielo para los cristianos. Hoy en día, Halloween se transformó en una fiesta popular de alegría, como describimos arriba, que algunos grupos minúsculos la utilizan para celebrar un culto espiritista a los muertos. Eso no lo percibe la gente en general, y la mayoría quizás ni se entere de que existen esos grupos.
La pregunta clave: ¿Celebrar Halloween o no?
Ya la pregunta me provoca rechazo. Soy educador y soy católico. Como católico (significa “universal”), estoy llamado a analizar las cosas en su contexto y verlas como parte de un todo, el cual es amplio y no es ni blanco ni negro. La realidad es compleja, y si quiero simplificarla en un sí o un no, traiciono. Como educador, no puedo dar una respuesta servida, que suprime el discernimiento del educando o del receptor. Y como educador católico, me siento incapacitado de quitar la libertad al otro, de tomar sus propias decisiones, en la libertad de los hijos de Dios. Sé que muchos le temen a la libertad y al discernimiento de los otros, pero tengo que afirmar que estos valores hacen a la esencia del cristianismo. En algunos casos, obediencia con libertad interior. En otros casos, donde el discernimiento personal juega un rol fundamental, es importante decidir con plena libertad interior. Para eso necesitamos educar, más que instruir; motivar, más que dictaminar; respetar, más que juzgar.
Para esta época del año, pululan por las redes sociales banners que prácticamente nos prohíben celebrar Halloween. “Soy católico, no celebro Halloween”, o “En este lugar celebramos la vida en Cristo. Si quieres dulces ven el Día de Todos los Santos disfrazado de algún santo.” Por supuesto que hay mucho más. Todos lo conocemos y no profundizaré en este campo.
Pero entonces, qué actitud tomar ante Halloween
Como en todo, es esencial ver el contexto. El católico tiene que tornarse (nos falta mucho por andar en este campo) en un profeta. El profeta no repite como un loro. El profeta discierne y toma decisiones acordes a la realidad del tiempo en que vive. El profeta en un maestro en analizar, observar, escuchar, y convertir el corazón, para dar una respuesta al mundo, inspirada por Dios. Hoy ya no se puede evangelizar gritando desde la otra vereda denunciando lo que está mal. Hoy se evangeliza desde adentro, siendo parte. La levadura se mezcla con la masa y la eleva. No se trata de perder nuestra identidad. Al contrario. Se trata de caminar con el pueblo, para aprender de él y ayudar a elevarlo. Y al respecto de Halloween debemos decir, lo que importa es con qué corazón lo celbra uno, más allá de que otros lo celebren mal.
Una experiencia con mi hijo
De pequeño me inculcaron la costumbre que no haya ningún festejo de Navidad antes del 24 de diciembre a la noche. Al llegar a Estados Unidos, me ponía muy mal que a fines de noviembre, después de los festejos de Acción de Gracias, comiencen a sonar los “carols”, canciones navideñas, en los negocios, destinados a que la gente compre más. Un capitalismo vacío de valores, que solo quiere más plata, nada más. Pasando el tiempo, mi hijo Martín, que hoy tiene 15 años, comenzaba a pedirme bajar el árbol de Navidad y el pesebre del altillo, e iluminar el frente de la casa, justamente después de la fiesta de Acción de Gracias. No lo podía creer. ¡Con tanta anticipación! Con reticencia interior, lo consentí. Es muy importante para mí que él tome decisiones y que con su creatividad, integre sus proyectos a la familia. El educador tiene que aprender constantemente.
Pero cuál no sería mi sorpresa al escuchar este año, que Martín me pedía ya a fines de octubre poner la luminaria festiva. Con gran alegría compró decoración de Halloween, unas calabazas, unas brujitas, unas hojas secas de color otoñal, y las repartió por nuestra oficina, por donde pasarán muchas personas. Más tarde, instaló una luminaria en dicha oficina, para festejar Halloween, Acción de Gracias, Navidad, Año Nuevo y Reyes. También compró adornos de Navidad para se expuestos públicamente en dicha oficina, en un país en que muchas veces se es muy reacio a exponer la fe.
¿Por qué comparto esta historia? Porque veo que todo está entrelazado. Martín siempre ha celebrado Halloween, como la mayoría de los estadounidenses. Se siente parte de la sociedad. Va a la escuela pública. Y habla de Dios y de sus experiencias, cuando le place, y con mucha naturalidad. No tiene vergüenza, al contrario. En su corazón, todo está integrado. Él se siente parte. Le da felicidad decirle a un ateo que él es católico, y lo que le significa serlo. Estoy convencido que si le dijera que Halloween es malo, como cristiano, se sentiría un poco alejado de la sociedad, y no compartiría con tanta espontaneidad su fe con otros. Porque decir que Halloween es malo, de cuajo, implica una cosmovisión no tan abierta, rigidez, que no solo se expresa en Halloween, y eso nos hace un tanto sectarios. Constato con gran alegría que, en una edad en que Martín tendría que distanciarse ideológicamente de su padre, él pregunta, desafía, discute con firmeza, pero sus valores no se mueven, porque los abrazó por decisión propia y con total libertad. Nuevamente: se siente integrado e integra con mucha facilidad.
Evitar usar “pero”, “o” y “en vez de”
El festejar o no Halloween debe estar generado en un discernimiento con análisis objetivo. Si se trata de una fiesta popular, si es inocente y divertida, ¿por qué no participar? El que algunos muy pocos la utilicen mal, no implica que no podamos utilizarla bien. Y si a alguien le preocupa los piratas, monstruos o las brujas, que no prenda más el televisor ni la computadora, porque allí hay cosas mucho peores. Si creemos que ponemos en juego la fe de nuestros hijos porque se quieren vestir de monstruos, evidentemente algo hemos hecho muy mal.
Hay una costumbre muy bonita, que es vestir en la catequesis, en algunas iglesias, a los niños con trajes de santos. Maravillosa sugerencia. Pero aquí nuevamente es esencial el discernimiento. Si vamos a salir a la calle y nuestros hijos quieren vestirse de fantasmas, no sería muy pedagógico indicarles que se vistan de cura, de monja o de santo. La expresión de la fe debe ser algo auténtico que brota de adentro, no debe ser a veces siquiera insinuado desde afuera. Si los niños salen a la calle vestidos de santos en contra de su voluntad, los estaríamos utilizando ideológicamente, en vez de educarlos. La educación consiste en que el educando surja con su propia personalidad, no con la personalidad y los ideales del educador. Lo que no es auténtico, mata valores.
El cristiano, y más todavía el cristiano católico, está llamado a integrar lo integrable, no a separarlo. Por eso no creo que sea bueno decir: “en vez de disfrazarse de bombero o de monstruo, vistamos a los niños de santos”. ¿Por qué no lo proponemos como una sugerencia integradora, que no excluya otras formas de vestimenta? Y en vez de utilizar la conjunción “o”, es bueno utilizar la “y”. “O”, implica absolutizar mi punto de vista. “Y”, permite ver las perspectivas e integra. En la escuela de mi parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en el Gran Washington, se integra, al igual que en muchas parroquias del país, como algo natural. Valgan las fotos como muestra.
Qué pasa con Halloween fuera de EEUU
Para quien no vive en Estados Unidos, si invitan a sus hijos a divertirse en Halloween, vale de nuevo el principio: discernir. Es bueno reservarse la autoridad para decir que no, para casos que son realmente muy importantes. Si creemos que no se trata de nada malo, pues creo que es mejor, nuevamente, integrar. Que se trate de una costumbre extranjera, no creo que sea tan grave. Del norte vienen cosas mucho peores, las cuales es bueno rechazar, no por el hecho de que vienen del norte, sino por ser intrínsicamente malas.
No nos excluyamos más
Como católicos nos hemos separado ya demasiado de la sociedad a través de los siglos. Creo que es bueno que busquemos siempre caminos de integración, para poder iluminar al mundo con la luz de Jesús. Si estamos integrados, tendremos autoridad moral para opinar y ser escuchados. Y recordemos el sistema del Papa Francisco para analizar la realidad, para saber cuál es la voluntad de Dios. Cuando quiere discernir, no repite simplemente lo que han dicho otros. El afirma que sale del centro, que va a la periferia, para entender la realidad en su contexto. Esto implica un cambio de mentalidad. Todo depende de si queremos ser profetas de un nuevo tiempo.
Adorno de Halloween en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en Washington © Enrique Soros
Halloween, ¿sí o no?
‘All Hallow´s Even’ significa ‘Vigilia de Todos los Santos’