SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Ciclo C
Textos: Prov 8, 22-31; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: ¿Quién es Dios?
Síntesis del mensaje: Toda nuestra vida cristiana gira –o debería girar- en torno a la Trinidad Santa. Nos levantamos y nos acostamos en el nombre de la Trinidad. Trabajamos y sufrimos en el nombre de la Trinidad. Celebramos y participamos en los sacramentos y hacemos oración en el nombre de la Trinidad. Comemos y compartimos nuestro pan en nombre de la Trinidad Santa. Toda nuestra vida debería ser un diálogo entre nosotros y el Padre, hecho por medio de Jesucristo, a la luz y con el sostén del Espíritu Santo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, un poco de historia. Cuenta san Gregorio de Nisa, que en sus tiempos del siglo IV era imposible ir a la plaza del mercado a comprar pan, a las termas a darse una sauna, a los cambistas a hablar de dinero, etc., sin irse todos a la greña a cuenta del misterio de la Trinidad. Informan los historiadores que Constantino tenía su imperio en dos partidos mal avenidos: los arrianos, cuyo jefe Arrio, clérigo sin mitra ni báculo, sostenía que el Padre es Dios, pero el Hijo no; y los atanasios, cuyo jefe, Atanasio, clérigo también sin mitra ni báculo, sostenía que el Hijo es tan Dios como el Padre. Y aquello era “guerra civil” a la vista. Cuenta la historia de la Iglesia que el emperador Constantino, ya en vilo y con el imperio en un brete, convocó el primer concilio ecuménico para que los obispos de la Iglesia se batieran el cobre por la Trinidad y, de paso, le salvaran el imperio. 20 de mayo del año 325 en la ciudad de Nicea, en la Turquía asiática: el emperador Constantino –corona imperial a la cabeza, manto de cola y arrastre, empaque oriental- entró en la sala conciliar por entre las 318 mitras y báculos de los padres sinodales, subió el estrado y felicitó al legado del Papa Silvestre I, que era español: el gran Osio, obispo de Córdoba. Allí, a cuentas de la Trinidad, el Papa se jugaba la unidad de la Iglesia y Constantino la unidad del imperio. Nicea, 19 de junio de 325: el gran Osio dio con esa palabra mágica, luminosa y clave, y solucionó el problema: “homoúsios” (= consustancial). El Hijo, pues, es consustancial al Padre y viceversa, es decir, el Hijo es Dios igual que el Padre. Fin del concilio. Y dice el historiador eclesiástico, Eusebio de Cesarea, que Constantino dio a los obispos un banquete imperial y a sus súbditos una orden imperial: o aceptación del concilio o destierro de por vida.
En segundo lugar, ¿cómo se acercan los teólogos a este misterio de la Trinidad? Observan por las mirillas que el Padre, en efecto, ejerce autoridad sobre el Hijo y sobre los hombres. Autoridad que no autoritarismo. Paternidad, que no paternalismo que mima, agobia y no hace crecer a los hijos. Y le dice al Hijo: ésa es la situación de los hombres y este es mi plan de redención, y el redentor eres tú. Y nos dice a nosotros: yo soy el Padre que os amo y quiero la felicidad de todos vosotros; pero cumplid mis mandatos para que seáis felices y me hagáis feliz. Siguen los teólogos y observan al Hijo y su obediencia, que es una, grande y libre (pero sin yugo ni flechas, como en el escudo español). Y escuchan al Hijo decir: “Yo hago siempre la voluntad de mi Padre” (Jn 8, 29), “el Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30), “… llevo tu ley en mi corazón” (Heb 10, 7 y Salmo 39, 9). Y no cansados de reflexionar y meditar, los teólogos oyen el aletear del Espíritu, que en vuelo rasante sobrevoló el caos previo a la creación del mundo, que habló lo mismo a los patriarcas en las grandes teofanías que a los profetas y caudillos de Israel, que bajó sobre Jesús y las aguas del Jordán, que llegó a los apóstoles a bordo del huracán. El Espíritu es energía, vitalidad, actividad. Es luz que nos guiará a la verdad completa (evangelio).
Finalmente, nosotros, por ser bautizados, somos portadores de la Trinidad. Rápido se percibe cuando uno está lleno de ese Dios y valora lo espiritual más que lo material, el alma más que el cuerpo, el cielo más que la tierra, al prójimo como a Dios y a Dios más que a nadie y sobre todas las cosas. Y a ese Dios Uno y Trino debemos adorar con toda el alma; amar con todo el corazón; agradecer con todo el ser y corresponder llevando una vida según el Espíritu. Por ser portadores de la Trinidad hasta nos gloriamos de los sufrimientos, pues sabemos que el sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza, pues Dios nos ha infundido el amor en nuestros corazones por medio del Espíritu (2ª lectura). Y vivimos felices, pues las delicias de ese Dios Uno y Trino son estar con los hijos de los hombres (1ª lectura).
Para reflexionar: ¿Acepto a Dios como misterio? ¿Rezo a Dios en términos vagos, o me relaciono de persona a persona con el Padre, o con Jesús, o con el Espíritu Santo? ¿Hago todo en nombre la Santísima Trinidad: trabajo, estudio, descanso, sufrimiento, éxito y fracasos?
Para rezar: Himno de las primeras Vísperas de la Solemnidad de la Santísima Trinidad
Dios mío, Trinidad a quien adoro.
La Iglesia nos sumerge en tu misterio;
te confesamos y te bendecimos,
Señor Dios nuestro.
Como un río en el mar de tu grandeza,
el tiempo desemboca en hoy eterno,
lo pequeño se anega en lo infinito,
Señor, Dios nuestro.
Oh, Palabra del Padre, te escuchamos;
oh, Padre, mira el rostro de tu Verbo;
oh, Espíritu de amor, ven a nosotros;
Señor, Dios nuestro.
¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
haced de nuestras almas vuestro cielo,
llevadnos al hogar donde tú habitas,
Señor, Dios nuestro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu:
Fuente de gozo pleno y verdadero,
al Creador del cielo y de la tierra,
Señor, Dios nuestro. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org