(ZENIT – 11 junio 2019).- El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Giovanni Angelo Becciu, celebró el 8 de junio de 2019 en Cracovia, Polonia, la Misa de beatificación equivalente de Miguel Giedroyc, (1422 circa- 1485) lituano y laico profeso de la Orden de San Agustín.
Se trata de un siervo de Dios largamente venerado desde hace siglos en Lituania y Polonia y declarado beato por el Papa Francisco el 7 de noviembre de 2018.
Beatificación equivalente
Las beatificaciones o canonizaciones equivalentes son un “reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de un culto que el pueblo ya ha tenido la oportunidad de expresar de diversas formas desde la antigüedad hacia un beato”, aclaró el Cardenal Becciu a Vatican News en una entrevista.
Así, precisó el Cardenal, “este culto debe ser anterior a 1534, es decir, al período en que se introdujeron las nuevas normas para el reconocimiento del Beato”.
En el caso de Michał Giedrojc, se trata de un acto realizado por el Papa Francisco el 7 de noviembre de 2018 con la promulgación del decreto sobre la confirmación del culto que se le atribuye ab immemorabili, es decir, desde hace mucho tiempo. «El Papa no ha hecho más que reconocer que este culto existe desde la antigüedad», indicó el Purpurado.
Las condiciones requeridas por la Iglesia para este reconocimiento están recogidas en el texto del Papa Benedicto XIV De Servorum Dei Beatificatione et Beatorum Canonizatione, que señala tres elementos: posesión de culto antiguo, testimonio constante y común de historiadores dignos de fe sobre las virtudes o el martirio, y la fama ininterrumpida de prodigios, según Mons. Becciu “plenamente presentes” en el nuevo beato.
En el curso de la Eucaristía, el cardenal pronunció una homilía de la que reproducimos amplios párrafos.
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Homilía del Cardenal Giovanni Angelo Becciu
“El beato Miguel… es parte de esa larga línea de discípulos de Cristo que, como un hilo rojo, recorre la historia de la Iglesia: la preferencia de Dios por los simples y los débiles.
El Señor le concedió el don del conocimiento de los misterios de su Reino, en el que nuestro Beato vivía y que custodiaba, convirtiéndose con su vida en un testigo convencido. Aunque venía de una familia noble, Miguel era sacristán en la comunidad religiosa que le había sido confiada. Ordenaba la iglesia de San Marcos, alababa al Señor ininterrumpidamente, realizaba con docilidad el trabajo que le pedían que hiciera, soportando valientemente las prepotencias y los reveses. Llevaba una vida sencilla y pobre. Aunque debido a su origen pudo haber recibido las órdenes sagradas, optó por permanecer «pequeño» como hermano laico, rodeado por el muro del monasterio, permaneciendo unido con el Cristo crucificado y la Santísima Virgen. Y Dios, mirando la mansedumbre de su corazón, le concedió mientras estaba vivo el don de hacer milagros y profecías. Los talentos que recibió los empleó en favor de los demás. Sus formas de practicar el amor al prójimo hoy son más relevantes que nunca: escuchar al otro, dar la bienvenida a los que llaman a la puerta, dar limosna a los pobres y consolar a los afligidos.
Dios parte de aquí para salvar al mundo. Nuestro Beato recorrió el camino de los primeros discípulos de Jesús: ellos, individuos sencillos y modestos, fueron elegidos por el divino Maestro como apóstoles del Reino. A ellos, no solo reveló su misterio, sino que también se lo confió para que lo manifestaran al mundo. Miguel era un «pequeño» según el espíritu del Evangelio. No buscaba nada más que a Dios mismo. El misterio de su existencia radica precisamente en la primacía de Dios: todo se lo confiaba todo y todo se lo agradecía. No se afanaba por cosas consideradas grandes por el mundo, sino que dirigía su atención a lo más importante, a saber, el amor de Dios y la amistad con los demás.
A nosotros, los contemporáneos que estamos abrumados por mil cosas aparentemente importantes, el Beato Miguel enseña que la grandeza auténtica de las personas no proviene de cuánto, sino de cómo se logra algo. Es el celo y el amor lo que hacen grandes nuestras acciones y tareas, incluso las más simples. Su testimonio de vida, caracterizado por la aceptación de sus propios límites físicos y la unión de su propio sufrimiento al de Cristo crucificado, hoy se hace buena noticia para todos aquellos que, como él, a menudo son relegados a los márgenes de la sociedad debido a su ineficiencia física, a su edad avanzada o a otros límites. Es una buena noticia para todos aquellos que se sienten afligidos por las experiencias negativas de la vida, infelices, decepcionados, descartados, que han perdido el sentido de su valor. A ellos les indica, con su propio ejemplo de vida, la fuente de la verdadera felicidad, es decir, la confianza en Dios y la profunda fe en Él que ayuda a uno a aceptar las cruces diarias.
Nuestra celebración de acción de gracias, incluso si se lleva a cabo en esta ciudad real de Cracovia, me ofrece una ocasión especial para expresar sentimientos de gratitud a la Iglesia en Lituania, de la cual el beato Miguel Giedroyc es un hijo fiel e ilustre. Nació no lejos de Vilnius alrededor del año 1420, apenas unas décadas después del bautismo de su tierra natal. Allí pasó casi cuarenta años de su vida, antes de llegar a Cracovia. Era una hermosa flor, una de las primeras, de la joven Iglesia lituana, convirtiéndose en un precioso don para la tierra polaca. La reciente confirmación del culto, que disfrutaba desde tiempos antiguos, es un gran estímulo para que la Iglesia, aquí en Polonia, y la Iglesia en Lituania, sigan caminando juntas. Su santidad, oficialmente reconocida y confirmada por la Iglesia, constituye un sello espiritual y una bendición divina para este vínculo particular.
Me gusta subrayar nuevamente que este vínculo particular de fe y colaboración mutua entre Polonia y Lituania se ve reforzado por el hecho de que la celebración de hoy… coincide felizmente con la memoria de otra santa que acomuna a los dos pueblos: Santa Eduvigis, reina de Polonia y gran duquesa de Lituania. En efecto hoy es la memoria litúrgica de esa santa y el 22 aniversario de su canonización por San Juan Pablo II aquí, en Cracovia.
La misteriosa fantasía de la divina Providencia, a través del Beato Miguel y de Santa Eduvigis, invita a polacos y lituanos a renovar, profundizar y fortalecer los lazos históricos, reforzados por la fe en Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Este es el mensaje que el Beato Miguel Giedroyc y Santa Eduvigis nos dan hoy: la grandeza de los santos también está en su capacidad de superar los estrechos límites de las naciones y convertirse en «todo en todos», como dijo San Pablo de sí mismo”.