Proverbios 8, 22-31: “Antes de que existiera la tierra, la sabiduría ya había sido engendrada”
Salmo 8: “¡Qué admirable, Señor, es tu poder!”
Romanos 5, 1-5: “Vayamos a Dios por Cristo mediante el amor que nos ha infundido el Espíritu Santo”
San Juan 16, 12-15: “Todo lo que tiene el Padre es mío.- El Espíritu recibirá de mí lo que les vaya comunicando a ustedes”
¡Duele contemplar su imagen! Parecería un viejo, acabado, deformado, sucio y maloliente, y ¡es apenas un joven! Pero las drogas, el alcohol, los excesos y una vida sin rumbo, lo han dejado hecho una basura. En medio de la calle, con la mirada perdida, agresivo, hace que todos se aparten de él. ¿Qué habrá en su interior? Esta imagen de un hombre sumido en la inconsciencia, en el hedor y la suciedad, contrasta fuertemente con el salmo 8 que hoy proclamamos: “Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra… hiciste al hombre un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos y todo lo sometiste bajo sus pies” ¿Este es el hombre que soñó el Señor? ¿Esta es la imagen del Dios amor, del Dios comunidad, del Dios familia que hoy celebramos? Ciertamente que no. No es el modelo de hombre que Dios desea. El hombre se ha prostituido y ha abandonado la imagen a la que estaba destinado. No es el plan de Dios; el hombre, cegado por su egoísmo, ha deformado la imagen de Dios y se ha deformado a sí mismo.
El hombre se ha convertido en un lobo para el hombre. Se ataca, se muerde y se destruye y al mismo tiempo destruye la naturaleza que le fue confiada. Lo vivimos constantemente en nuestras familias, ciudades y pueblos, sitiados y asediados por el narcotráfico que acaban aniquilándose. Jóvenes, familias, niños, todos viven en angustia. Esto es consecuencia del rumbo que ha escogido el mundo. Solamente cree en la fuerza, en el dinero y en el poder. Al final el hombre se encuentra solitario, abandonado y ha perdido su rumbo. Queriendo olvidarse de Dios, acaba por olvidar su propio destino y pervertir la propia imagen. Cuánto duele contemplar al hombre en toda su miseria, extraviado y perdidos los ideales.
Y hoy se nos presenta el verdadero Dios, uno y Trino. La Trinidad es la hermosa relación interior del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cada uno persona distinta, cada uno persona diferente y sin embargo todos un solo Dios. Se dan mutuamente, se reciben mutuamente, y no se entiende el uno sin el otro. La revelación de Dios como misterio trinitario constituye el núcleo fundamental y estructurante de todo el mensaje del Nuevo Testamento. El misterio de la Santísima Trinidad, que hoy celebramos con gran solemnidad, antes que doctrina ha sido evento salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres Personas.
Este día, fiesta de la Santísima Trinidad, no quisiera detenerme en elucubraciones teológicas que nos lleven a descubrir las relaciones de tres personas en una misma esencia. Sino quisiera que contempláramos a este Dios familia, trinidad, comunicación y que experimentáramos su amor y su invitación a participar de su misma vida. Porque de la imagen y de la experiencia que tengamos de Dios, dependerá la valoración y la imagen que tengamos de nosotros mismos y de nuestros hermanos.
Son bastantes los que llamándose “religiosos”, “cristianos”, o de cualquier denominación, viven una vida triste y sin sentido. Tienen una idea aburrida y lejana de Dios. Dios sería para ellos un dios nebuloso, gris, “sin rostro”. Algo impersonal, frío e indiferente. Y si les queremos decir que Dios es “Trinidad”, harán un gesto de enfado, de un enredo sin sentido que no tiene nada que ver con su vida. Y sin embargo es, en toda su profundidad, sin querer dar explicaciones, la experiencia del Dios cercano que nos presenta Jesús. El misterio no es la oscuridad, sino el amor y la vida que nos manifiesta Jesús que hay en Dios.
Dios no es un ser solitario condenado a estar encerrado en sí mismo, sino comunión interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dios es familia. Dios es vida compartida, amor comunitario, comunión de personas. Por eso el hombre que vive la experiencia de Dios no puede aislarse, cerrar su corazón a los hermanos y morir de narcisismo contemplándose a sí mismo. Si el hombre se cierra a los demás, no puede decirnos que tiene experiencia de Dios. Porque este Dios no es lejano a nosotros, está en las raíces mismas de nuestra vida y de nuestro ser. En él vivimos, nos movemos y somos.
Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en fraternidad. Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no descansaremos hasta que podamos disfrutar de ese amor compartido y encontrarnos todos en esa “familia”, en la que cada uno pueda ser él mismo en plenitud, feliz en la entrega y en la solidaridad total con el otro. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios-familia, Dios-comunidad, y cuando nos sentimos llamados desde lo más íntimo de nuestro ser, a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir, en el amar, en la fraternidad, en ser imagen de Dios.
Qué triste sería que este día de La Trinidad, nos quedáramos solos y encadenados a nuestro egoísmo. Habrá que abrir el corazón y los ojos para experimentar y hacer experimentar este Dios amor. Ojalá vengan a cada uno de nosotros muchos cuestionamientos: ¿Cómo puedo hacer que se refleje mucho más claramente en mi vida cristiana el ser “comunitario” de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¿En qué aspectos concretos de mi vida se manifiesta el misterio del Dios trinitario como amor y vida? ¿Cómo podría abrirme más a la acción del Espíritu de la Verdad en mi vida, para que me lleve a un conocimiento existencial y actualizado del evangelio de Jesús?
Trinidad Santísima, haz de la humanidad creada a tu imagen una sola familia que sea siempre un vivo reflejo de tu misterio comunitario de amor y fermento de unidad y de paz para todo el género humano. Por Cristo, nuestro Señor.