+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
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Las noticias diarias sobre crímenes saturan los medios informativos. Un gran espacio ocupan secuestros, robos, asesinatos, extorsiones, pleitos entre grupos rivales, lucha por territorios, venganzas, mafias, redes criminales, etc. Hay personas que han decidido no ver más noticieros en la televisión, porque les generan angustia y miedo.
Todos nos preguntamos las causas de tantos males y qué hacer para remediarlos. Hay quien acusa a los regímenes anteriores de haber provocado una guerra contra los narcotraficantes, que generó infinidad de muertes, pero ahora hacen casi lo mismo, aunque con otros nombres y otros procedimientos, pues la autoridad no puede quedarse cruzada de brazos ante tanto crimen.
Algunos culpan de todo este ambiente sangriento al sistema económico, a la pobreza de muchos delincuentes. Es verdad, pero no toda la verdad. Es cierto que hay pobres, sobre todo jóvenes sin oportunidades, que se enrolan en grupos criminales, como una forma de obtener mucho dinero en poco tiempo; pero hay millones de pobres, incluso en extrema pobreza, que no son asesinos ni extorsionadores. Como muchas veces he dicho, yo nací en una familia de escasos recursos y nuestros padres nunca nos enseñaron a robar y a matar para tener dinero. Nos educaron para trabajar, para ser creativos en la búsqueda de empleos productivos, pero también para respetar los derechos de los demás y compartir con los más pobres que nosotros.
Yo acuso a la sociedad actual, propiciada en gran parte por la publicidad difundida en particular por las televisoras, porque han presentado como modelo de vida no la austeridad y la sencillez, no el compartir y trabajar, no la educación en valores, sino el lujo, la vida cómoda, la adquisición irrefrenada de ropa, lociones, casas, vehículos, bebidas y la que llaman “buena vida”, como si ésta consistiera sólo en tener y en disfrutar. Cuando alguien no puede lograr ese nivel que se publicita, porque no tiene trabajo, o éste no le alcanza para todos sus deseos, hay la tentación de adquirir todos esos bienes por medios ilícitos.
Yo acuso a personas, grupos, legisladores y gobernantes que han destruido la familia tradicional, en lo que tiene de validez, con el discurso de defender derechos humanos. Hay todas las facilidades para divorciarse, para abortar, para liberalizar la marihuana y otras drogas, para establecer como “matrimonios” uniones que son otra cosa, donde no cuentan los hijos. En los libros oficiales de texto en las escuelas públicas, se propicia que cada quien tenga las experiencias sexuales que quiera y con quien quiera; sólo les recomiendan que se protejan, para evitar embarazos. Ya muchos no quieren casarse, sino andar de libertinos; y si se llegaran a casar, siendo ya jóvenes viejos, no quieren hijos, para no complicarse la vida y seguir disfrutando su egocentrismo.
También los ministros de la Iglesia asumimos nuestra parte de responsabilidad, pues no hemos logrado una evangelización más kerigmática, ni una liturgia más profunda en su incidencia social, ni una pastoral juvenil y matrimonial adecuada. Lamento que muchos critiquen la “Cartilla Moral” que nuestro Presidente constitucional trata de difundir, pues él comprende que no se puede lograr su anhelada transformación del país mientras no haya una reforma moral de las costumbres, lo que debería empezar por familias estables y armoniosas, educadoras de buenos ciudadanos y cristianos.
PENSAR
El Papa Francisco, en su visita a México, en febrero de 2016, advirtió a los políticos y a las autoridades civiles en Palacio Nacional: “Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.
A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.
Y a los obispos mexicanos, en la catedral metropolitana, para no dejarle todo el problema al gobierno, nos dijo:
“Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan. Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte. Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada” (13-II-2016).
ACTUAR
¿Tú y yo qué podemos hacer para educarnos y educar a otros en el respeto a los demás, en la solidaridad con los pobres, en darle el lugar adecuado al dinero y al placer? De nosotros también dependen la paz y la armonía social en el país.