Mujeres en la Iglesia © Cathopic/Exe Lobaiza

Mons. Felipe Arizmendi: «Diaconado femenino Amazónico»

La presencia femenina en la Iglesia

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

VER

Entre las 120 propuestas que el pasado Sínodo Panamazónico hizo, está la No. 103, que sugiere ordenar diaconisas. Dice textualmente:

“En las múltiples consultas realizadas en el espacio amazónico, se reconoció y se recalcó el papel fundamental de las mujeres religiosas y laicas en la Iglesia de la Amazonía y sus comunidades, dados los múltiples servicios que ellas brindan. En un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer. Por esta razón el tema estuvo también muy presente en el Sínodo. Ya en 2016, el Papa Francisco había creado una “Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las Mujeres” que, como Comisión, llegó a un resultado parcial sobre cómo era la realidad del diaconado de las mujeres en los primeros siglos de la Iglesia y sus implicaciones hoy. Por lo tanto, nos gustaría compartir nuestras experiencias y reflexiones con la Comisión y esperamos sus resultados”.

Esta propuesta fue la segunda con menos aceptación, pues 30 padres sinodales votaron en contra y 14 se abstuvieron; 137 votaron a favor, de un total de 181.

PENSAR

Sobre la dignidad de la mujer y su lugar en la sociedad y en la Iglesia, el Papa Francisco ya expresó su pensamiento en la Exhortación Evangelli gaudium:

“La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (103).

“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza –es decir, como fuente capital de la gracia– no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente que está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia” (104).

Como se dice en la propuesta sinodal, el Papa ya estableció una comisión para estudiar el asunto desde el punto de vista bíblico, teológico, histórico y pastoral. Sus integrantes no se han puesto de acuerdo y, mientras no haya claridad, el Papa no dará un paso adelante. Si no acepta la propuesta, no sería por menosprecio a la mujer, ni por discriminación, sino por respeto al camino señalado por Jesús, donde cada quien ocupamos un lugar y lo más importante es la santidad de vida, no tanto el cargo. Servir por amor vale más, en orden a la vida eterna, que cualquier ministerio jerárquico. Como dijo San Juan Pablo II, en la Iglesia los más importantes no son los ministros, sino los santos.

Además, la legislación actual de la Iglesia contempla varios servicios que puede desempeñar la mujer, sin ser diaconisa u otra cosa. Puede ser Canciller de una Curia Diocesana, ocupar cargos importantes en el Tribunal Diocesano, en el Consejo Diocesano de Pastoral y de Economía, en otras áreas parroquiales, diocesanas e internacionales. Puede dar clases de Teología en un Seminario o en una Universidad. Puede ser responsable de una parroquia en aquello que no implique la potestad de orden. Puede bautizar, presidir matrimonios, dar la Comunión, con los debidos permisos del obispo, así como presidir celebraciones de la Palabra y oraciones por los difuntos, además de muchos otros servicios. En la práctica, muchas mujeres son pilares fundamentales en la vida y en la pastoral de la Iglesia. En algunos lugares, habría que promover más en estos servicios a los varones.

ACTUAR

Mientras se aclara lo de las diaconisas, los pastores demos a las mujeres el lugar que Jesús quiso para ellas en su Iglesia, sin machismos ni clericalismos antievangélicos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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