Isaías 2, 1-5: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Romanos 13, 11-14: “Es hora de que se despierten porque ya está cerca nuestra salvación”
San Mateo 24, 37-44: “Velen y estén preparados”
El Papa Francisco en su exhortación “Laudato sí’”, nos pone en alerta sobre el deterioro de la hermana tierra. La tierra está mortalmente herida. Lo comprueba con dolor el pescador tabasqueño que contempla cómo el mar se ha comido su playa y la mitad de su palapa ha desaparecido. Lo sabe el indígena purépecha que mira el lago de Pátzcuaro cada día más reducido y le preocupa que sus hijos sólo de oídas conocerán el achoque y quizás el pescado blanco. Todos hemos experimentado cambios extremosos de clima, tormentas inusuales, sequías prolongadas, inundaciones terribles, fríos gélidos o calores infernales. La tierra está herida. Miles y miles de toneladas de basura y de materiales tóxicos se acumulan desordenada y peligrosamente a las afueras de las ciudades. Con voracidad se siguen exterminando los bosques, saqueando las entrañas de la tierra, explotando inmisericordemente los recursos naturales. La tierra está herida y ¿qué estamos haciendo? Como nos dice el evangelio de este día: “Comían y bebían despreocupadamente”. Todos hablamos y decimos, pero ¡se continúa con el mismo estilo de vida!
El primer domingo de Adviento es un potente grito que busca despertarnos y llamar nuestra atención sobre lo que estamos haciendo de la vida, de la tierra y de la humanidad. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, se ha transformado en el principal depredador de la naturaleza y en el peor enemigo del hombre. Isaías contemplando la triste situación a la que ha llegado, se niega a pensar que este sea el destino final del hombre y lanza su anuncio de esperanza pidiendo y soñando que “De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas”. Es decir, que cambiarán radicalmente las políticas y las ambiciones del hombre. La espada y la lanza se han convertido en el signo de la agresividad y de la violencia, de la destrucción egoísta y de la imposición tiránica a la que aspira cada persona. El hombre ha desfigurado su rostro creado a “imagen de Dios”, y lejos de ser creador, dinámico y fraternal, se ha transformado en el principal destructor. Con base en un crecimiento económico y en una política que favorece a pocas empresas y estados, exige un consumo de recursos que no tiene fin, un consumo que lo ha llevado a un desastre climático y a una peligrosa situación social. ¿Seremos capaces de transformar las espadas en arados? ¿Podremos reencontrar nuevamente la verdadera imagen y espiritualidad del hombre? Está llamado a sembrar en el sentido más profundo de la palabra: dar vida, entregarse y servir, para poder dar frutos.
La violencia institucionalizada contra la naturaleza y contra sus semejantes, lejos de ser su verdadera vocación, hunde a la humanidad en una espiral de autodestrucción y de aniquilamiento. Es urgente recuperar la verdadera vocación del hombre. Tendremos que ir a las raíces de la persona para reconstruirla de nuevo, para encontrar armonía. Nadie está de acuerdo con la situación que estamos viviendo, pero continuamos como adormilados, minados por el pecado, la cobardía y la mediocridad. Ya san Pablo insiste en su carta a los Romanos que se tome en cuenta el momento en que vivimos. La indiferencia, la apatía y el conformismo no podrán sacarnos adelante de los graves problemas que estamos viviendo. Nos llama a vivir “honestamente” y denuncia los excesos que corroen el corazón: comilonas, borracheras, lujurias, desenfrenos, pleitos y envidias. El hombre se ha acostumbrado a vivir sin privaciones, tocado y desfigurado por todas sus ambiciones. El hombre, como la tierra, se encuentra herido. Es tiempo de revisión y de recuperar el verdadero sentido del hombre. Pablo nos invita a que contemplemos a Jesús, que nos revistamos de sus sentimientos y así transformaremos nuestro mundo. En Cristo encontramos el verdadero modelo de felicidad, de creación y de sentido de la historia.
Urge retomar con esperanza las palabras de Isaías y no sólo transformar las espadas en arados y las lanzas en podaderas, sino abandonar toda carrera armamentista, toda estructura de odio y todo cúmulo de venganzas. Toda la ambición de poder que amenaza destruirnos. Los costos de las armas fácilmente pueden saciar el hambre de todos los países. Un cuidado más responsable, solidario y humano de la naturaleza nos permitirá disfrutar por más tiempo la casa de todos. No tengamos miedo, seamos valientes y afrontemos responsablemente una situación que nos puede llevar a peores consecuencias. Cambiar las espadas y las lanzas, es cambiar profundamente de una actitud agresiva a una actitud creativa, dinámica y fraternal.
El Adviento al mismo tiempo que es un tiempo de denuncia, es un tiempo de esperanza e ilusión. La tarea del verdadero discípulo será vivir en esperanza y despertar esperanza. Velen y estén preparados, son las palabras de Jesús a sus discípulos. Y hace la comparación de esa generación con la pasividad e indiferencia de la generación que sufrió el Diluvio. Nadie lo creía, nadie lo esperaba, a pesar de que Noé lo anunciaba constantemente. Ahora son muchos los timbres de alarma que están tocando a nuestras comunidades: pérdida de valores, destrucción de la familia, desprecio de la vida, destrucción de la naturaleza. Retomemos las enseñanzas de Jesús y encendamos velas y luces de esperanza. Esta esperanza no se basa en cálculos, sino que nace del estilo de vida de quienes enfrentan la realidad enraizados y edificados en Cristo.
Adviento. ¿Estoy dispuesto a despertar y abrir los ojos para examinar mi realidad? ¿Qué significa para mí transformar las espadas en arados y las lanzas en podaderas? ¿Qué signos reales estoy dando de esperanza?
Padre Bueno, que al igual que a la naturaleza le renuevas el corazón al hombre, concédenos que este tiempo de Adviento asumamos una actitud más creativa, responsable y solidaria frente a la naturaleza y frente a nuestros hermanos, para así prepararnos a la venida de tu Hijo Jesús. Amén