Isaías 7, 10-14: “El Señor mismo les dará una señal”
Salmo 23: “Ya llega el Señor, el rey de la gloria”
Romanos 1, 1-7: “Jesucristo, nuestro Señor, Hijo de Dios, nació del linaje de David”
Mateo 1, 18-24: “Jesús nació de María, desposada con José, hijo de David”
Tomó el tronco entre sus manos y lo contempló largamente, admirando su estructura, mirando sus vetas, soñando en sus formas y de repente comenzó a trabajar. Inició con movimientos rápidos que desgajaban grandes trozos de madera, después sus movimientos se tornaron más delicados, los punzones más delgados y la atención mucho mayor. El rostro de Jesús fue insinuándose, tenuemente al inicio, después con más claridad y finalmente fueron aparecieron no sólo rasgos sino la expresión viva de sus ojos, sus labios y todo el rostro. Rafael, ebanista purépecha, ha logrado una bella imagen de Jesús: “Ahí estaba en el madero, – me dice – solamente fue cuestión de dejarse conducir por la imagen que ofrecía, ser paciente y con mucho cuidado delinear lo que la figura en mi mente me estaba pidiendo. Ya llevaba la imagen tanto en mi corazón como en el madero”.
Ya estamos a unas cuantas horas del nacimiento de Jesús y podemos acercarnos a José y María y escuchar sus inquietudes y esperanzas ¿cómo será el niño? ¿A quién se parecerá? ¿Qué irá a ser de Él? Las lecturas de este día nos ayudan a delinear el rostro de este niño, no físicamente, sino en su verdadera personalidad. Historias y promesas que vienen desde antiguo, nombres que se anuncian para el que ya está por nacer, linaje del que proviene y lo que se espera de Él, vienen a ofrecernos no sólo un rostro sino una personalidad y una misión del Mesías esperado. Las narraciones de la infancia de Jesús, a diferencia de las demás partes del evangelio, están elaboradas con más intención teológica que atención a la historia. Son relatos compuestos mucho después de la muerte de Jesús y en ellos se mezclan tanto las esperanzas de Israel como la fe que su resurrección ha despertado en sus seguidores. No se trata de una historia sino de una mirada de fe a la vida de Jesús y lo primero que resalta es precisamente la fe de un hombre justo que reconociendo a este niño, nacido del Espíritu, lo hace formar parte de la descendencia paterna, conectándolo con todas las promesas y tradiciones mesiánicas del Antiguo Testamento. Y éste es el primer rasgo de este niño: forma parte de la historia de un pueblo con todas sus vicisitudes y sus gestas heroicas, está enraizado en su tradición y viene a colmar sus anhelos y sus sueños. Jesús es parte de esta historia y también es parte de nuestra historia. ¿Cómo asumimos nuestra historia tomada por Jesús? ¿Cuál es nuestra responsabilidad en esta historia?
En la cultura semítica el nombre indica la realidad de la persona y nunca mejor relacionado el nombre con la misión que en Cristo Jesús. “Dios salva” o bien “Dios es salvación”, nos dicen que es el significado de “Jesús”. Y es lo que nos viene a ofrecer este niño: la verdadera salvación, integral y plena, de todas las personas y de toda persona. La salvación es regalo gratuito que nos ofrece Dios pero que requiere la aceptación y el compromiso del hombre. Ajaz, en la primera lectura, busca la salvación de Dios al sentirse amenazado por naciones vecinas, pero no está dispuesto a correr los riesgos de la fe y se asegura buscando protección en los reyes terrenales. Por eso, argumentando una falsa humildad, se niega a pedir una señal. El profeta Isaías le ofrece una señal que parecería contradicción frente a los poderosos ejércitos que rodean a Israel: “una muchachita concebirá y dará a luz un hijo”. Así es el Señor, ofrece plena salvación, pero exige una fe que se manifieste en la absoluta confianza y se exprese en obras concretas. José es un testimonio de confianza en Dios. Ajaz es el contra-testimonio que aparenta tener fe pero busca sus propias seguridades. José es sacudido por los acontecimientos y hace resaltar su figura forjada en fe y humildad. Pocas explicaciones y en sueños misteriosos, graves compromisos al aceptar ser padre de Dios. Y sin embargo, si en un principio aparece justo abandonando a María, después en silencio respetuoso, en responsabilidad sostenida, en obediencia humilde, cumple la misión maravillosa y difícil que se le ha encomendado. Fe, justicia, silencio para escuchar al Señor, discernimiento para descubrir el mensaje, son cualidades que a primera vista nos ofrece José. Es la enseñanza que nos ofrece para esperar al Mesías. Este niño que nos trae la salvación lo primero que nos pide es fe, una fe comprometida, una fe segura, que nos permita escuchar su palabra y cumplir sus mandamientos.
Si pensamos en el significado de los nombres, Jesús y Emmanuel, no encontraremos contradicción como si al Mesías se le quisieran encimar dos nombres: Dios salva y la forma concreta en que nos salva es haciéndose presente en medio de nosotros, estando con nosotros, compartiendo nuestra vida, nuestra historia y nuestros anhelos. El evangelio de San Mateo se abre con la proclamación de que Jesús pertenece a nuestro linaje, a nuestra historia, que es el Emmanuel; y se cierra con el mensaje y promesa del mismo Jesús que dice a sus discípulos: “Sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. Él sigue siendo, hoy, el Dios con nosotros. No solamente está presente en la comunidad, sino que es su salvador, su fundamento y apoyo. Dios está cerca. Éste es el mensaje fundamental del pasaje de este día y de todo el evangelio. El Dios que juzgábamos lejano e inaccesible, se hace humano, concreto, sonrisa y llanto, y su cercanía nos envuelve a todos. Tomando carne y hueso de María comparte en cercanía la historia de toda la humanidad y le da rumbo y sentido. Se acerca Navidad y nosotros también nos acercamos con cariño y respeto a este Emmanuel que se hace tangible y le abrimos nuestro corazón para que puede encontrar un lugar donde hacerse presencia. Nos dejamos impregnar de su amor, nos alimentamos de su esperanza y nos comprometemos en su misión.
También nosotros tendremos que trabajar mucho y con delicadeza para delinear el rostro de Jesús. Buscaremos descubrirlo en nuestra persona, en nuestra comunidad, en nuestro tiempo. Hagamos efectiva nuestra solidaridad con este niño que viene a compartirnos su vida: debemos orar y experimentar que Dios está con nosotros, que se nos da y se comparte, que se queda definitivamente con nosotros. Despertemos a una fe que, como a José, nos haga abrirnos a los planes de Dios, aprendamos a no poner obstáculos y a asumir en nuestra persona el querer de Dios. Que seamos materia que se deja moldear por el Espíritu para convertirse en morada del Emmanuel. ¿Qué significa la presencia del Dios con nosotros en este mundo de violencia? ¿A qué nos compromete? ¿Cómo podemos descubrir su rostro?
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros que queremos descubrir el verdadero rostro de Jesús, ayúdanos a madurar una fe comprometida y a hacer real en nuestro mundo la presencia de tu Hijo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Amén.