(ZENIT – 16 enero 2020).- Dominik Szkatula es misionera laica y responsable de Pastoral Indígena del Vicariato Apostólico San José del Amazonas, en Perú. De origen polaco, trabaja desde hace más de 37 años en diferentes puestos de misión de la zona. Desde hace cuatro años se desempeña entre los pueblos Kichwas en el Alto Napo.
Ofrecemos a continuación el artículo escrito por Szkatula sobre las «apus», jefas de sus respectivas comunidades indígenas del pueblo Kichwa, publicado en el portal web del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP).
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Sí, no son muchas. Pero conozco a algunas mujeres, por lo menos dos, que son apus. Es decir, son jefas de sus respectivas comunidades indígenas del pueblo Kichwa, algo que rara vez encuentras en estas sociedades. Ellas tienen el mismo título y cargo que sus homónimos varones. Fueron elegidas mediante asamblea comunal, ante todo el pueblo, y son quienes presiden su comunidad teniendo plena capacidad para convocar, reunir, decidir y representar.
Ellas son la excepción, el símbolo de la esperanza. Y son esas excepciones las que me hacen ver el vaso medio lleno. Por ejemplo, la señora Betty, desde ya varios años, es la presidenta de la Federación indígena Kichwa FECONAMNCUA, que abarca muchas comunidades del medio Napo y otras dos cuencas: Curaray y Arabela. Sin mencionar mujeres que presiden organizaciones de programas sociales que se realizan en las comunidades. ¿Esto qué quiere decir? Que cuando a las mujeres se les confía la organización de un grupo de personas, esto suele ligares a la administración de alimentos y dinero.
Otra de esas mujeres valientes es la señora Lésica, quien siendo ya madre de familia familia y teniendo cuatro hijos decidió terminar su Secundaria en la modalidad a la distancia y logró estudiar la Educación Inicial. Hoy trabaja en una escuelita cerca de Angoteros pero, más allá de eso, es que su ejemplo fue seguido por otras.
Pero creo, de verdad, que la valentía e integridad de estas mujeres puede medirse de múltiples formas. Por eso admiro a la señora Selmira, indígena kichwa, madre y abuela, quien es traductora de su lengua, y contadora de cuentos y mitos, además de historias bíblicas. Con su valioso trabajo, aporta a muchas publicaciones. Su fe y perseverancia salvó a su esposo del alcoholismo y hoy le da valor para que siga dando testimonio de cómo volver a vivir dignamente.
Muchas veces recuerdo también a doña Yadira, muy comprometida en la Iglesia, a la cual dedicaba mucho tiempo. Ante esto yo tenía una curiosidad, ¿cómo aceptaba su ‘kari’ (hombre en kichwa) que pasara tanto tiempo dedicada a una actividad externa, fuera de la casa? Y le pregunté. Y ella, con toda la fuerza, me respondió: “Él sabe que yo me comprometí y tengo que cumplir mis tareas”. ¡Qué bien! Las mujeres se hacen respetar, valorar y, cada día más, se hacen más independientes de sus maridos.
Hablar de inicio sobre Selmira, Lésica, Betty o Yadira es tomar el vaso medio lleno. Sin embargo, o podemos ignorar que ellas aún son una minoría en un mundo (o mejor dicho, en una selva amazónica) donde las mujeres viven en clara desigualdad. La violencia, muchas veces invisibilizada bajo pretextos culturales, permanece a pesar de que, en estos tiempos, todos sabemos que ninguna violación de los derechos humanos es justificable ni debe ser permitida o silenciada. ¿Será el Decreto Supremo 009-2019 que sacó el Ministerio de Cultura este 2019 una buena herramienta para frenar las realidades más crueles de nuestra Amazonía en temas de violencia contra las mujeres en sus múltiples formas? Nació con mal pie, pues fue un lineamiento que no fue construido de manera participativa, ni fue socializado, validado o consultado con las organizaciones indígenas antes de su emisión.
¿Cómo puede ayudar la Iglesia a la equidad de género en la Amazonía?
Cuando hablamos de los Encuentros de Formación de los Animadores en la sede del puesto de misión, nos referimos generalmente a puros varones, porque la mujer animadora no logra librarse de las muchísimas tareas del hogar y el cuidado de muchos hijos (promedio de siete por familia). Sin embargo, en el último de ellos convocado por nuestra sede le dimos un cambio. ¿Qué hicimos? Sabiendo que en la cultura Kichwa el varón sin la mujer no es completo y viceversa, la mujer sin el varón no existe y viceversa (hasta la misma lengua lo indica: no hay pronombre el, ella solo pai, igual para los dos) comenzamos a invitar a todos los encuentros a los animadores, con sus señoras. Así como lo hacen en su cultura, pues cuando participan de algún evento lo hacen juntos.
Varias mujeres, estando ya en el encuentro, vinieron a agradecer muy emotivas el hecho de haberlas invitado personalmente a través de una carta. Tanto así que, emocionadas, aseguraban que nunca lo iban a olvidar. Fue ahí que pensé: “qué importante es ser considerada, visibilizada, tomada en cuenta con respeto”.
Con este detalle, a priori simbólico, podemos empezar a encontrar respuestas. La primera de ellas: hay que considerar a las mujeres en todos los eventos de la Iglesia, a pesar del mito de que “ellas no podrán participar porque se ocupan del hogar”. Ya lo vieron, eso es falso. Ellas ven cómo se organizan. La invitación está hecha con todo el corazón, y ellas decidirán.
La tarea pastoral fundamental de Iglesia es la formación integral en la que tienen que participar siempre las mujeres para alcanzar los más altos niveles de liderazgo en los sectores públicos y privados. Ellas esperan ser protagonistas en diferentes ámbitos: económico, educativo, salud, en la participación política y eclesial. Pero, en paralelo, la Iglesia tendrá que mostrar que en su interior procura lo mismo: las mujeres preparadas y con sus propios dones, tanto religiosas como laicas, participan en los espacios de decisiones, son tomadas seriamente en cuenta, tienen funciones importantes y cargos de responsabilidad y confianza en su labor de modo que nunca más se las mire como menores de edad.
Esto no es sólo una idea, sino que se sustenta en datos pues parece que, en la sociedad, el apoyo a una mayor responsabilidad de la mujer en la iglesia supera el 97 %. Y una nota más: decir que la igualdad de género es importante es una cosa y crear una cultura donde se la practique diariamente, es otra. Así que la Iglesia tiene también esta tarea de dar ejemplo de ello en la vida cotidiana.
Tres ideas finales
Mi reflexión pondrá fin con tres puntos que considero fundamentales para mejorar y contribuir a la relación entre la Iglesia y las mujeres.
- Las mujeres indígenas juegan un rol muy importante en la sobrevivencia de los pueblos a los que pertenecen. Son ellas quienes transmiten la lengua, costumbres y mitos a otras generaciones. Es por eso que la Iglesia tiene que reconocer y apoyar a las mujeres en esta tarea, ya que defendiendo la cultura no se disolverá su tradicional armonía, la repartición de tareas entre hombres y mujeres y su complementariedad.
- Que la Iglesia dé mejor y más eficaz atención a las mujeres víctimas de violencia física, psicológica y sexual y acompañe los procesos de reparación. Mencionar que la mayoría de las mujeres que sufren la violencia en nuestra región son menores de edad y lo sufren frecuentemente por parte de sus profesores y familiares.
- Finalmente la educación, que es fundamental para la equidad de género. La Iglesia tiene aquí muchas potencialidades de promoverla: los indígenas Kichwas, en la zona de mi ámbito de trabajo, son en un aproximadamente 15 % analfabetos, pero esta condición afecta más a las mujeres en todas sus edades. Siempre tienen menos oportunidades para estudiar y superarse. Entre varias causas podríamos mencionar: hablar tan solo Kichwa coloca a las mujeres en una situación de mayor exclusión para acceder a la educación superior y secundaria, de esta manera también son las primeras candidatas a ser madres adolescentes, pues ya a la edad de 13 años, cuando están embarazadas, son discriminadas. Sienten vergüenza y no terminan sus estudios ni se reintegran después de dar a luz por falta de apoyo. Nadie las respalda, ni sus familias, ni la escuela, ni las instituciones.
Ojalá llegue un día en que todas las brechas, y muy especialmente la de género, sean un recuerdo del pasado. Mientras tanto continuaremos trabajando por ellas, y por las que vendrán.