(zenit – 11 mayo 2020).- Ante la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, el padre Federico Lombardi escribe un ciclo de artículos para mirar más allá, al futuro que nos espera.
En este tercer artículo, el sacerdote analiza la post-pandemia: el mundo también está lleno de buenas noticias. En esta línea, señala que es un deber reconocerlas y darlas a conocer, porque son las que marcan el camino y dirigen la mirada hacia arriba.
A continuación sigue la reflexión completa del padre Lombardi, publicada en Vatican News.
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“¡No temas. Porque, yo estaré contigo!”: Estas son palabras que resuenan muchas veces a través de todas las escrituras. Son las palabras dirigidas por Dios mismo o en su nombre a aquellos que son llamados por Él a una misión determinada e inesperada, por caminos aún desconocidos, como Moisés ante la zarza ardiente o María ante el Ángel. “¡No tengas miedo!” Son palabras dirigidas por los profetas al pueblo oprimido por la angustia, como cuando se siente estrecho sin salida entre el Mar Rojo y los carros de guerra de los egipcios. Jesús también las retoma varias veces, dirigiéndose a sus discípulos, al “pequeño rebaño” que le sigue o a los que sufrirán persecución por su nombre. Para estos, Jesús insiste en que no tendrán que temer a ninguna fuerza humana, porque ésta puede tomar la vida del cuerpo, pero no la del alma, y porque en el tiempo de la prueba, Dios no los abandonará.
La gran palabra “¡No tengas miedo!”, como bien recordamos, fue retomada con insistencia en tiempos más cercanos por san Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado y dirigida al mundo entero: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!”. Después de todo, la fe en Cristo Salvador es precisamente –para todos– la gran y definitiva liberación del miedo.
La pandemia, aunque se supere permanentemente gracias a una vacuna eficaz, nos dejará en cualquier caso un legado de inseguridad, digamos incluso de miedo oculto, listo para resurgir. Ahora sabemos que, a pesar de todos los esfuerzos y de todos los compromisos adecuados para reducir los riesgos, pueden aparecer otros virus u otras fuerzas capaces de tomarnos por sorpresa y socavar nuestra paz y seguridad y escapar al control. Debido a que la seguridad absoluta en esta tierra no existe, no es posible. Y nunca existirá en el futuro.
Ciertamente debemos esperar de la ciencia y de la organización social y política, en general de la racionalidad humana, una ayuda esencial para recuperar la tranquilidad necesaria para una vida personal y social serena y “normal”. Pero sigue habiendo la necesidad de algo más profundo, así que estas respuestas no son suficientes.
¿Podemos vivir libres de los miedos más radicales por nosotros mismos y por nuestros seres queridos, por nuestro futuro? ¿Dónde está la clave para vivir en paz y, por lo tanto, para una vida verdaderamente buena incluso en esta tierra, a pesar de todas las dificultades que inevitablemente surgen cada día? Somos muy conscientes de que cada uno de nosotros tiene su propia personalidad, carácter e historia, que tienen un profundo efecto en sus actitudes. Hay quienes son más ansiosos y frágiles, y no es su culpa; hay quienes son más naturalmente tranquilos y optimistas, y es un don. Pero la palabra del Señor se dirige a todos y es una invitación a todos a confiar en un amor que nos precede, nos mira y nos acompaña.
A menudo hoy en día tenemos la restricción de hablar de la “providencia” de Dios. Nos parece una palabra que pone en riesgo nuestro compromiso cristiano en el mundo, que nos hace pasivos y menos responsables. Pero esto es una trampa. Olvidar la providencia de Dios significa perder el sentido de que el amor de Dios nos envuelve y nos acompaña, aunque a menudo nuestros ojos aún no lo reconozcan. En el Sermón de la Montaña Jesús nos invita a abrir los ojos: –“Miren los pájaros en el cielo, miren los lirios en el campo…”–, y a no dejarnos capturar totalmente por las preocupaciones inmediatas por nuestro bienestar temporal. Además de los pájaros y las flores, los ojos que se abren también pueden ver cada día muchos otros signos de amor y esperanza sembrados a lo largo de nuestro camino, en las circunstancias y en las personas que encontramos, en sus palabras y acciones. Cada uno de nosotros considera una gracia conocer a la gente que sabe verlos y nos ayuda a verlos con un ojo penetrante y una mirada serena. El mundo está lleno no sólo de malas noticias, sino también de buenas noticias. Es nuestro deber reconocerlas y darlas a conocer, porque son las que nos guían más lejos y dirigen nuestra mirada hacia arriba, la fuente del amor, la meta de la esperanza.
Jesús concluye sus palabras sobre la providencia con un consejo muy sabio: “Para cada día basta su dolor”. No debemos dejar que las preocupaciones de hoy y mañana y todo el futuro que nos espera se acumulen todas juntas sobre nosotros: nos aplastarían. Debemos pensar que cada día tiene su ración de castigo, pero también de gracia. Debemos creer que cada día se nos dará la gracia necesaria para soportar el castigo. La gracia necesaria para buscar el reino de Dios y su justicia en esta vida y en la vida eterna. Santa Teresa de Ávila nos lanza una palabra que amplía nuestros corazones y nuestros horizontes más allá de todos los obstáculos: “Nada te moleste, nada te asuste. Todo pasa, Dios no cambia. Con paciencia se consigue todo. Quien tiene a Dios no carece de nada. Solo Dios es suficiente”. ¿Nuestra fe nos inspirará en el largo camino que tenemos por delante, para que sea un camino de inteligencia y sabiduría, verdaderamente libre de los malos consejos de los miedos profundos, libre en la esperanza del miedo a la muerte?.