Francia: Discurso improvisado del Papa a expertos en ecología

Audiencia con expertos en ecología franceses, 3 sept. 2020 (C) Vatican Media

Francia: Discurso improvisado del Papa a expertos en ecología

Camino de conversión ecológica de Francisco

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(zenit – 3 sept. 2020).– El Papa Francisco pronunció un discurso improvisado en la audiencia con expertos en ecología de Francia, celebrada hoy, 3 de septiembre de 2020.

El grupo de unas quince personas, entre las que se encontraba la actriz Juliette Binoche, el investigador Pablo Servigne y el director del Collège des Bernardins Laurent Landete, estaba acompañado por el obispo Eric de Moulins-Beaufort, presidente de la Conferencia Episcopal Francesa.

En su espontánea alocución el Santo Padre recordó el “camino de conversión, de comprensión del problema ecológico” que recorrió él mismo desde 2007, en Aparecida, donde le pareció que los brasileños eran “muy pesados con la Amazonia”y no encontraba la relación con la evangelización; hasta 2015, cuando escribió la encíclica Laudato si’.

A continuación, sigue el discurso completo improvisado por el Papa.

***

Discurso del Santo Padre

Os agradezco a todos vôtre visite y le doy las gracias al Sr. Presidente del Episcopado.

Veo que cada uno de vosotros tiene la traducción de lo que voy a decir. Y parte de la conversión ecológica es no perder tiempo. Por eso tenéis el texto oficial. Ahora prefiero hablar espontáneamente. El original os lo doy.

Me gustaría empezar con un trozo de historia. En 2007 se celebró la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Brasil, en Aparecida. Estuve en el grupo de redactores del documento final, y llegaban propuestas sobre el Amazonas. Yo decía “Pero estos brasileños, ¡qué pesados con esta Amazonia! ¿Qué tiene que ver Amazonia con la evangelización?”. Ese era yo en 2007. Luego, en 2015, salió la Laudato si‘. Tuve un camino de conversión, de comprensión del problema ecológico. ¡Antes no entendía nada!

Cuando fui a Estrasburgo, a la Unión Europea, el Presidente Hollande envió a recibirme a la ministra de Medio Ambiente, Ségolène Royale. Hablamos en el aeropuerto… Al principio no mucho, porque ya había un programa, pero luego, al final, antes de salir, tuvimos que esperar un poco y hablamos más. Y la Sra. Ségolène Royale me dijo esto: “¿Es verdad que está escribiendo algo sobre ecología? – c était vrai! – Por favor, publíquelo antes de la reunión de París!”.

Llamé al equipo que lo estaba haciendo – para que sepáis que yo no la escribí por mi cuenta, había un equipo de científicos, un equipo de teólogos y todos hicimos esta reflexión juntos -, llamé a este equipo y dije: “Esto debe salir antes de la reunión de París” – “¿Pero por qué?” – «Para presionar». De Aparecida a Laudato fue un camino interior para mí.

Cuando empecé a pensar en esta encíclica, llamé a los científicos – un buen grupo – y les dije: “Decidme las cosas que están claras y que están probadas y no las hipótesis, las realidades. Y aportaron estas cosas que leéis hoy. Entonces, llamé a un grupo de filósofos y teólogos [y les dije]: ‘Quisiera reflexionar sobre esto. Trabajad vosotros y dialogad conmigo’”. Y ellos hicieron el primer trabajo, luego intervine yo. Y, al final, la última redacción fue mía. Ese es el origen.

Pero quiero subrayar algo: de no entender nada, en Aparecida, en 2007, a la encíclica. Me gusta dar testimonio de esto. Debemos trabajar para que todos tengan este camino de conversión ecológica.

Luego vino el Sínodo sobre Amazonia. Cuando fui a la Amazonía, me encontré con mucha gente. Fui a Puerto Maldonado en la Amazonia peruana. Hablé con gente, de tantas culturas indígenas diferentes. También almorcé con 14 de sus jefes, todos con plumas, vestidos según la tradición. ¡Hablaban un lenguaje de sabiduría e inteligencia muy elevado! No sólo la inteligencia, sino la sabiduría. Y después pregunté: “¿Y usted qué hace ?” – “Soy profesor universitario”. Un nativo que allí llevaba plumas, pero en la universidad se vestía de traje. “¿Y usted, señora?” – “Estoy a cargo del Ministerio de educación de toda esta región”. Y así, uno tras otro. Y luego una chica: “Soy estudiante de Ciencias Políticas”. Y así vi que era necesario eliminar la imagen de los indígenas que nosotros imaginamos solo con flechas. Descubrí a su lado la sabiduría de los pueblos indígenas, incluso la sabiduría del “buen vivir”, como ellos la llaman. El “buen vivir” no es la dolce vita, no, es el dolce far niente, no. El buen vivir es vivir en armonía con la creación. Y nosotros hemos perdido esta sabiduría del buen vivir. Los pueblos originarios nos brindan esta puerta abierta. Y algunos ancianos de los pueblos originarios del oeste de Canadá se quejan de que sus nietos van a la ciudad, adoptan costumbres modernas y olvidan sus raíces. Y este olvido de las raíces es un drama no sólo de los aborígenes, sino de la cultura contemporánea.

Y así, encontrar esta sabiduría que nosotros tal vez hemos perdido con demasiada inteligencia. Nosotros – es un pecado – somos “macrocéfalos”: muchas de nuestras universidades nos enseñan ideas, conceptos… Somos herederos del liberalismo, de la Ilustración… Y hemos perdido la armonía de los tres idiomas. El lenguaje de la cabeza: pensar; el lenguaje del corazón: sentir; el lenguaje de las manos: hacer. Y regresar a esta armonía, que cada uno piense lo que siente y hace; que cada uno sienta lo que piensa y hace; que cada uno haga lo que siente y piensa. Esta es la armonía de la sabiduría. No es la desarmonía – pero no lo digo en sentido peyorativo – de las especializaciones. Se necesitan especialistas, siempre y cuando estén enraizados en la sabiduría humana. Los especialistas, desarraigados de esta sabiduría, son robots.

El otro día, una persona me preguntaba hablando de la inteligencia artificial -tenemos en el Dicasterio de Cultura un grupo de estudio de muy alto nivel sobre la inteligencia artificial-: “Pero la inteligencia artificial, ¿podrá hacerlo todo?”. – “¿Serán los futuros robots capaces de hacer todo, todo lo que hace una persona? Pero, ¿excepto qué? – Dije: ‘¿Qué es lo que no pueden hacer?’” Y esa persona pensó un poco y dijo: ‘Solo les faltará una cosa: la ternura”. Y la ternura es como la esperanza. Como dice Péguy, son virtudes humildes. Son virtudes que acarician, que no afirman… Y creo -me gustaría subrayarlo- que, en nuestra conversión ecológica, debemos trabajar en esta ecología humana; trabajar en nuestra ternura y capacidad de acariciar… Tú, con tus hijos… La capacidad de acariciar, que es algo para vivir bien en armonía.

Además, hay algo más que me gustaría decir sobre la ecología humana. La conversión ecológica nos hace ver la armonía general, la correlación de todo: todo está correlacionado, todo está en relación. En nuestras sociedades humanas, hemos perdido este sentido de la correlación humana. Sí, hay asociaciones, hay grupos – como el vuestro – que se unen para hacer algo… Pero me refiero a esa relación fundamental que crea la armonía humana. Y muchas veces hemos perdido el sentido de las raíces, de la pertenencia. El sentido de pertenencia. Cuando las personas pierden el sentido de las raíces, pierden su identidad. – ¡Pero no! ¡Somos modernos! Vamos a pensar en nuestros abuelos, nuestros bisabuelos… ¡Cosas viejas! – Pero hay otra realidad que es la historia; hay una pertenencia a una tradición, a una humanidad, a un modo de vida… Por eso es muy importante hoy en día cuidar esto, cuidar las raíces de nuestra pertenencia, para que los frutos sean buenos.

Por eso hoy más que nunca es necesario el diálogo entre los abuelos y los nietos. Puede parecer algo raro pero si una persona joven – todos los que estáis aquí sois jóvenes – no tiene el sentido de la relación con sus abuelos, el sentido de las raíces, no tendrá la capacidad de llevar adelante su propia historia, la humanidad, y tendrá que terminar llegando a un acuerdo, a un compromiso, con las circunstancias. La armonía humana no tolera los pactos de compromiso. Sí, la política humana – que es otro arte y necesario – se hace de esta manera, con compromisos porque puede hacer avanzar a todos. Pero la armonía no. Si no tienes raíces, el árbol no crecerá. Hay un poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez -ya está muerto, es uno de nuestros grandes poetas- que dice: “Todo lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Si la armonía humana da frutos es porque tiene raíces.

¿Y por qué dialogar con los abuelos? Puedo hablar con los padres, ¡es muy importante!, hablar con los padres es muy importante. Pero los abuelos tienen algo más, como el buen vino. Cuanto más viejo es el vino, mejor sabe. Vosotros, los franceses sabéis estas cosas, ¿no? Los abuelos tienen esa sabiduría. Siempre me llamó la atención ese pasaje del Libro de Joel: “Los abuelos soñarán. Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán”. Los jóvenes son profetas. Los viejos son soñadores. Parece lo contrario, ¡pero lo son! Siempre que se hable con los ancianos y los abuelos. Y esa es la ecología humana.

Lo siento, pero debemos terminar, porque el Papa también es un esclavo del reloj. Pero quería contar este testimonio de mi historia, estas cosas, para seguir adelante. Y la palabra clave es armonía. Y la palabra clave humana es ternura, capacidad de acariciar. La estructura humana es una de las muchas estructuras políticas que son necesarias. La estructura humana es el diálogo entre los viejos y los jóvenes.

Os agradezco lo que estáis haciendo. Me ha gustado mandar este [discurso escrito] a vuestros archivos -lo leeréis más tarde- y decir, con todo mi corazón, lo que siento. Me pareció más humano. Os deseo lo mejor. Et priez pour moi. J’en ai besoin. Ce travail n’est pas facile. Et que le Seigneur benisse vous tous.

© Librería Editorial Vaticana

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Redacción zenit

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