Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, reflexiona en torno a otros tipo de pandemias (egoísmo, violencia, abusos…) que acompañan en estos momentos a la de COVID-19 y la manera de hacerles frente.
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¡Cuántas pandemias, además del SARS-CoV 2! Por ejemplo, el domingo pasado, en la plaza de mi pueblo, al terminar de celebrar la Misa, a un metro de mí, pasaron como unos quince jovencillos, en una camioneta blanca Lobo de doble cabina con vidrios polarizados, con armas de alto poder, como presumiéndolas para aterrorizarnos, algunos con ropa parecida a la de los militares. Es un grupo que desde hace tiempo recorre impunemente estos lugares. Dicen que ellos se dedican a limpiar estos pueblos de gente mala, pero extorsionan a pequeños comerciantes, a taxistas y gasolineras; no se puede comprar pollo, maíz, cerdos y otras cosas sino a quienes ellos indican, porque en ello tienen su negocio. Cuando había fiestas de los pueblos, exigían ser los únicos en vender bebidas embriagantes, porque en ello les iban buenos ingresos. Se ha dado parte a las autoridades, pero parece que los consienten, o les tienen miedo. En la autopista Ixtapan de la Sal-Tenango del Valle, ha habido varios asaltos en días recientes, y la pandemia por el COVID-19 les tiene sin cuidado.
Por este coronavirus, mucha gente se ha quedado sin trabajo. Muchos han sido despedidos, porque no había forma de pagarles su salario, al no haber ingresos ni para los dueños de un negocio, de una escuela o de una fábrica. Incluso trabajadores de algunas parroquias o diócesis han quedado desempleados, por la única razón de no haber ingresos. Otros, que obtenían su sobrevivencia en empleos informales, vendedores ambulantes, trabajadores en atención a turistas, se han quedado en la calle. Algunos han recibido apoyos del gobierno y de organizaciones caritativas, pero muchos están desesperados, expuestos al suicidio o a actividades ilícitas y criminales.
Nuestro Gobierno ha hecho un esfuerzo notable para implementar la educación escolar con ayuda de la televisión y de otros medios digitales, ahora que no son posibles las clases presenciales. Las universidades han recurrido a clases, exámenes y actividades en línea. Sin embargo, muchísimos alumnos han quedado marginados, pues sus padres no pueden adquirir una computadora, una tableta o un celular. Otros más no pueden acceder a estos medios porque en sus poblaciones marginadas no llegan esos recursos tecnológicos. Su pobreza endémica se ha agudizado.
Muchos enfermos y ancianos están expuestos a morir sin atención médica, porque no tienen forma de ser debidamente atendidos en instancias públicas o privadas, por falta de recursos, o por deficiencias en instituciones oficiales. Algunos son abandonados por su familia y no tienen una mano que los ayude.
Son numerosos quienes, de una forma egoísta e irresponsable, no asumen las medidas sanitarias que se nos han recomendado, y contagian a su misma familia, pues siguen pensando que esta pandemia no es real y que a ellos nada les puede pasar.
En algunas familias, se ha evidenciado la falta de diálogo y de comunicación. Cada quien anda en su mundo. Por el encerramiento a que se han visto obligados, padres e hijos se aburren y su único refugio es la esclavitud del celular, donde ven de todo. Otros se refugian en el alcohol, o caen en la violencia familiar.
PENSAR
El Papa Francisco ha dicho: “La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres. Y entonces nos preguntamos: ¿de qué modo podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar su obra de curación y de salvación en sentido físico, social y espiritual” (4-VIII-2020).
“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo. Es loable el compromiso de tantas personas que en estos meses están demostrando el amor humano y cristiano hacia el prójimo, dedicándose a los enfermos poniendo también en riesgo su propia salud. ¡Son héroes! Sin embargo, el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias.
Pidamos al Señor que nos dé ojos atentos a los hermanos y a las hermanas, especialmente a aquellos que sufren. Como discípulos de Jesús no queremos ser indiferentes ni individualistas. Mirar al hermano y a toda la creación como don recibido por el amor del Padre suscita un comportamiento de atención, de cuidado y de estupor. Así el creyente, contemplando al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad.
Mientras trabajamos por la cura de un virus que golpea a todos indistintamente, la fe nos exhorta a comprometernos seria y activamente para contrarrestar la indiferencia delante de las violaciones de la dignidad humana. La fe siempre exige que nos dejemos sanar y convertir de nuestro individualismo, tanto personal como colectivo; un individualismo de partido, por ejemplo. Que el Señor pueda devolvernos la vista para redescubrir qué significa ser miembros de la familia humana. Y esta mirada pueda traducirse en acciones concretas de compasión y respeto para cada persona y de cuidado y custodia para nuestra casa común” (12-VIII-2020).
ACTUAR
Cada quien hagamos lo poquito o lo mucho que podamos para sanarnos y para sanar nuestro entorno de egoísmos, de violencia, de abusos y faltas de respeto a nuestros prójimos y a la obra de la creación.