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Nuestra Señora del Rosario: La Virgen y la oración mariana

Cercanía y protección de nuestra Madre

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(zenit – 6 oct. 2020).- En la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, D. José Antonio Senovilla, sacerdote de la prelatura del Opus Dei, reflexiona sobre la importancia y el sentido del rezo de la oración mariana.

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La mejor oración es la Santa Misa. Ahí está todo. Ahí la Iglesia, a través de sus sacerdotes – ¡gracias, Señor, ¡por el sacerdocio! – hace lo que Cristo pidió que hiciéramos en su nombre. Ahí es donde se perpetúa el sacrificio de Salvación. Ahí es donde nos encontramos con Dios Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo como en ningún otro momento. Ahí acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Ahí recibimos el envío y la bendición de su Ascensión. Ahí le consolamos. Ahí están todos los coros celestiales, los ángeles, los santos, dando gloria a Dios. Y por nuestra voz, todas las demás criaturas que no pueden hacerlo por sí mismas (Prefacio de la Plegaria Eucarística IV).

En la Santa Misa escuchamos los más bellos relatos, las enseñanzas más profundas, siempre actuales y siempre vivas para cualquier cultura, para cualquier edad y condición. En la Santa Misa, finalmente, podemos participar personalmente del mayor milagro: del milagro de la Eucaristía: un Dios que viene hoy a mí, por mí, para mí.

Dios me ha hecho el regalo de poder atender como sacerdote a unas chicas muy jóvenes, enfermas de una enfermedad tanto más dura cuanto menos comprendida. Estando un día con ellas, una preguntó: “¿Cuál es la oración que tiene más fuerza?” Después de enunciar lo que se acaba de decir sobre la Misa, contesté: “·l Padrenuestro, que es la oración que el mismo Jesús nos enseñó”.

Se pusieron de rodillas y me pidieron que lo rezara con ellas. Necesitaban esa fuerza. Desde entonces, lo rezamos así siempre. Les llena de fuerza. Como a mí…

Santa Misa: lo que Cristo nos enseñó y nos mandó hacer en su nombre. Padrenuestro: la oración que Cristo nos enseñó.

¿Por qué rezar el Rosario?

Entonces, ¿por qué la Virgen en Fátima nos pidió rezar todos los días el Rosario por la paz, por la conversión de los pecadores, por el Santo Padre? Lucía, al ser interrogada, contestó que no se lo llegó a preguntar a la Virgen, en sus conversaciones con Ella.

Pero, pensando, le parecía que la Virgen había pedido que rezáramos el Rosario todos los días porque, siendo la Misa la oración más importante y divina, muchos cristianos no tienen la posibilidad, a veces ni física, de acudir a la santa Misa todos los días, pero rezar el Rosario sí: eso lo puede hacer un niño o un anciano, lo puede hacer un enfermo o alguien en plena vitalidad y con el trabajo más intenso, lo puede hacer un oriental o un africano… todos podemos rezar el Rosario, y todos podemos sentir esa paz que la Virgen pone siempre en el corazón del quien la invoca (Llamadas del Mensaje de Fátima, Hermana Lucia de Jesús, Carmelo de Coímbra y Santuario de Fátima, pp. 134-136).

Pero… la Santa Misa, las oraciones contenidas en la Sagrada Escritura, el Padrenuestro entre ellas, son oraciones “divinas”, por así decirlo. Sin embargo, el Rosario parece una oración compuesta por los hombres, inventada por nosotros. ¿Es así verdaderamente? Y si fuera así, ¿por qué la Virgen la hace suya, por qué la recomienda siempre, por qué la reza con los niños en Lourdes, en Fátima, en tantos lugares?

Cercanía de la Virgen

A esta pregunta nos contesta también Lucía, en los párrafos más arriba citados. El Rosario es una oración fundamentalmente cristológica: es la contemplación del Evangelio, de toda la vida de Jesús, con los ojos y con la ayuda de María. Es como si nos sentáramos junto a la Virgen, y Ella nos enseñara su álbum de fotos familiar. Esto es algo que sólo se hace con alguien a quien se quiere mucho, con quien se está dispuesto a compartir toda la intimidad.

Quien hace caso de la recomendación de la Virgen de rezar el Rosario todos los días, por la paz, recibe como respuesta esa cercanía de la Virgen, esa maravilla de entender cada vez más la vida y la enseñanza de su Hijo contenida en esas veinte escenas de su vida… Y eso deja el corazón lleno de paz. El Rosario es un cabo que la Virgen nos envía desde el Cielo, a nosotros que navegamos por mares profundos, y quien se fía de Ella, Estrella de la mañana, de pronto se ve como llevado con toda suavidad en las tempestades de la vida y se siente seguro.

Un programa completo

Una vez, un chico, joven, listo, buen deportista, con una novia muy guapa, vino a verme y me dijo: “Mi vida no vale nada. ¿Qué puedo hacer?” Le pregunté si estaba de verdad dispuesto a que su vida cambiara de modo radical y me dijo que sí.

Entonces le aseguré: tengo un programa completo, que no falla. ¿Quieres optar a él, o prefieres algo más para gente flojilla? Un poco picado -supongo- me contestó que quería matricularse en el programa completo.

Concentró su atención en mis propuestas: “Primero, toma un sacerdote como ayuda en tu vida y ve a verle con frecuencia”. A esto asintió sin mucho esfuerzo: al fin y al cabo, era lo que estaba haciendo.

En segundo lugar, “reza el Rosario todos los días y tu corazón se llenará de paz, tal y como la Virgen ha prometido”. Noté que recibía la propuesta como una especie de disparo a bocajarro. Se repuso y me dijo: “Usted sabe que yo no soy nada piadoso, pero en fin, lo intentaré”.

Y en tercer lugar, “recibe el Señor en la Eucaristía todos los días… que puedas…”. Al oír el final de la frase, respiró un poco aliviado, pero se quedó como si le hubieran dado con un mazo en la cabeza. “¿De verdad usted cree que yo soy capaz de hacer eso? ¿De verdad usted cree que si hago eso empezaré a tener esa paz que las cosas buenas de la tierra no son capaces de darme?”.

Nos volvimos a ver al cabo de una semana. Me espetó de entrada: “Mire, yo nunca había sido capaz de pararme a rezar un ratito, pero el Rosario me está enseñando a rezar, a sentarme delante de Jesús y contarle, y a entender lo que Él me va diciendo…”.

María nos enseña a rezar

Es verdad: María enseñó a Jesús Niño a rezar cuando estaba creciendo (Lc 2,52), y ahora nos enseña a rezar a nosotros, también sus hijos, sobre todo si nos sabemos hacer pequeños y sencillos, como se hizo Jesús, el Hijo de Dios.

El Rosario es contemplar, vivir cada día, en formato breve, todo el Evangelio. Nos ayuda a mirar a Jesús, y quien mira a Jesús con interés termina queriéndole con todo el corazón y entendiendo sus enseñanzas y pareciéndose a Él. Y le sigue…

Además, en el Rosario tiene parte central el Padrenuestro, esa oración que es la falsilla de toda verdadera oración. Y en el Rosario vemos la bondad y cercanía del Padre y del Espíritu Santo al recordar la Encarnación del Hijo de Dios y en la salutación de María a Isabel… que quedó llena del Espíritu Santo al escuchar el saludo de su prima, como ocurriría con nosotros si de verdad escucháramos a María. El Rosario incluye también esa doxología de alabanza a la Santísima Trinidad, que rezada en clave mariana (rezada con la Virgen), adquiere una dimensión muy especial…

Protección de María

Todos queremos protección. Ahora, y en la hora de nuestra muerte. Pues cuantas más veces se lo digamos a nuestra Madre la Virgen, mejor. Ella nos pide que se lo recordemos, porque eso nos hace mucho bien. Con el Rosario, aseguramos que se lo decimos… al menos cincuenta veces cada día.

La Virgen nos conoce muy bien, porque Dios le ha encargado que cuide de nosotros como Madre. Ella sabe muy bien qué necesitamos para tener paz.

Quizá por eso el Rosario no es una oración corta: dura el tiempo necesario para que Santa María, viéndonos junto a Ella y dispuestos a rezar con Ella, pueda ir curando al son de las Avemarías las heridas más profundas de nuestro corazón.

Por eso la invocamos, especialmente hoy, como Nuestra Señora del Rosario, y siempre, como Reina de la Paz.

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José Antonio Senovilla

José Antonio Senovilla García nació en Jaén y es licenciado de Derecho por la Universidad de Granada. Inició su ejercicio profesional en Almería, donde trabajó en el ámbito de la empresa y la formación de directivos. Volvió a Granada y, después de unos años dedicados a tareas de formación y dirección, completó sus estudios de Filosofía Eclesiástica con una tesis doctoral sobre la Filiación. Recibió en Roma la ordenación sacerdotal de manos de Monseñor Javier Echevarría y, tras un breve período de prácticas en pastorales en Sevilla, marchó a Rusia para ayudar allí en los comienzos de la labor estable del Opus Dei. Viajó también con frecuencia a Ucrania. Actualmente, de nuevo en Sevilla, colabora en el impulso de los apostolados de la Prelatura en la parte Occidental de Andalucía y Extremadura.

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