(zenit – 22 oct. 2020)-. A raíz de las noticias sobre las palabras del Papa Francisco respecto al derecho de todos a estar cobijados bajo la ley, entre ellos, los homosexuales, Mª Elizabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac, México, ofrece una reflexión titulada: “El Papa Francisco: la valentía de amar sin límites”.
A continuación, sigue el artículo completo.
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“Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales. Núm. 22)
Si algo ha caracterizado al Papa Francisco desde el inicio de su Pontificado ha sido el sello personal de acercarse, de modo pastoral, a todas las personas dejando de lado los estigmas y prejuicios para acoger, a todos sin excepción, como hermanos.
Ante las polémicas y entristecedoras críticas de algunos grupos con motivo de la declaración de Francisco con respecto al derecho de todos a estar cobijados bajo la ley, valen algunas reflexiones.
En primer lugar, hay que decir que a lo que el Santo Padre se refiere en el documental Francesco con respecto a las personas homosexuales toca un problema doloroso en materia de derechos humanos. El Papa abre la herida que deja en evidencia que el discurso de estos no siempre llega a todos, menos aún, a aquellos que, socialmente han sido estigmatizados y excluidos, entre ellos, a las personas homosexuales. El asunto es, pues, uno de derechos humanos, no de ideologías.
Todos, sin excepción, debemos estar protegidos bajo las figuras necesarias que promuevan y protejan nuestra esencial dignidad y nos garanticen las condiciones mínimas indispensables para poder tener una vida digna pero, ante la realidad (recordemos que en Evangelii Gaudium, uno de los principios torales del pensamiento de Francisco, es que la realidad supera la idea), donde unos quedan fuera de estas consideraciones como es propio de la cultura del descarte, parece que no todos los seres humanos están, de hecho, protegidos.
En esta realidad dolorosa están quienes pertenecen a los grupos LGTBI+, quienes han sido no solo discriminados, sino que han enfrentado serias y tortuosas dificultades para que sus derechos humanos se vean protegidos y respetados, no en función de su género si no en función de su ser persona. Así, el no tener sus derechos civiles protegidos, los deja en una mayor vulnerabilidad, perpetuándose con ello la estigmatización y marginación social.
Lo que el Papa afirma en este documental es, pues, que también ellos, como todos los seres humanos, independientemente de sus preferencias sexuales, tenemos el derecho a que se nos reconozca jurídicamente; ahora bien, este reconocimiento, entre otras cosas, debe darse a través de figuras jurídicas que lo promuevan, entre ellas, las uniones civiles. Éstas pueden ser, sacramentalmente desde el matrimonio, o civilmente solo llamarse así: “uniones civiles”.
El Pontífice se declara a favor de las uniones civiles que permitan una inserción y reconocimiento de los derechos civiles a aquellas personas que, por su condición, no pueden tener acceso a otras formas jurídicas de reconocimiento en tanto medios para este y no como fines en sí mismas. La diferencia, aunque sutil, es tremendamente importante.
En ningún momento el Obispo de Roma equipara ni compara estas uniones civiles con el matrimonio, más bien invita a una protección y acogimiento de las personas homosexuales para que sus derechos se respeten y se promuevan. Acoger y proteger a las personas, a todas sin excepción es propio no solo del Papa Francisco si no de la centralidad del Evangelio y es un eje transversal del magisterio eclesial.
La promoción de la persona humana trasciende ideologías y prejuicios, de hecho, debe luchar contra ellos y todos estamos llamados a esto asumiendo el riesgo de ser criticados y enjuiciados por abrir las puertas del corazón humano para acoger a quienes han quedado “a lado del camino” (Fratelli tutti, 52).
En segundo lugar, hay que reflexionar sobre la Voz del Espíritu que se deja escuchar a través del Papa Francisco. Si bien su infalibilidad no es tal cuando habla ex cátedra, lo cierto es que Francisco es un hombre de Dios capaz de dejarse interpelar por Su Espíritu y de leer los signos de los tiempos.
En este sentido, en su reciente encíclica, Fratelli Tutti, el Santo Padre nos advierte de las “sombras de un mundo cerrado” y afirma: “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí” (FT, 28).
También un eje temático que ha acompañado el pontificado de Jorge Mario Bergoglio y que fue característico de Jesús, ha sido salir al encuentro del otro y fomentar una cultura del encuentro.
Esto implica construir puentes y estos, generalmente, nunca están previamente construidos si no que hay que edificarlos, piedra por piedra, tramo por tramo. Esta actitud de apertura conlleva, entonces, un trabajo continuo, gradual y sistemático, pero también disruptivo: los puentes, ahí donde pareciera no ser posible construirlos, generan tensiones e incomodan, pero son la única manera de acoger al otro como parte de mí, como hermano y más como prójimo en el más evangélico sentido de la palabra.
Salir al encuentro del hermano como lo hace el Papa, no solo de la persona homosexual, sino de todos los descartados y excluidos de la sociedad actual no solo es un gesto compasivo si no una exigencia ética.
En este orden de ideas, Francisco no solamente advierte sobre el peligro de tutelar los derechos humanos y ponerles cercas impenetrables, sino que nos invita a construir y a ser puentes que unan posturas para algunos irreconciliables, a tender ese lazo de unión y de fraternidad en medio de poderosas posturas dogmáticas pero infértiles, a ser mediadores y constructores de paz en momentos de conflicto y de guerras aciagas.
¿Qué mejor enseñanza que la misma que predicó y vivió Jesús? ¿no fue acaso criticado él también por sentarse a comer con pecadores, por invitar a seguirlo a prostitutas, por salir al encuentro de enfermos y leprosos y por romper los esquemas de comportamiento esperados?
Jesús fue un revolucionario igual que hoy lo es el actual Pontífice, pero la revolución a la que ambos nos convocan es a la del amor ilimitado y que no conoce fronteras, a la de la caridad capaz de dejarse afectar por el sufrimiento del otro, a la de la acogida más allá de nuestros propios límites y a la de la desinstalación constante y permanente para salir al encuentro del hermano, abrazarlo y acogerlo plenamente.