Por: José Antonio Méndez
Artículo publicado originalmente en la edición número 60 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.
Le abren las salas de un cine (el Conde Duque de Alberto Aguilera, en Madrid) para la entrevista. El detalle muestra hasta qué punto Lucía González-Barandiarán siembra de cariño, profesionalidad y buen trato sus relaciones laborales y personales. A sus 37 años, es la única mujer al frente de una distribuidora de cine en España; la creadora de Bosco Films, una de las dos únicas empresas que distribuyen películas católicas en nuestro país; y la responsable de llevar a la pantalla éxitos de taquilla como Bella, Se armó el Belén, el Pablo de Jim Caviezel, o la reciente Vivo, que ha sido una de las 5 películas más taquilleras del año.
Un currículum que le ha valido reconocimientos como el Premio Bravo de Cine que otorga la Conferencia Episcopal, o el Premio al Talento Femenino del Círculo Orellana, que reúne a 45 de las mujeres más influyentes de España.
Durante la conversación surgen nombres que ilustran su trayectoria: Eduardo Verástegui, en cuya productora de Hollywood se curtió; Paloma Gómez Borrero, que apadrinó en Roma sus inicios como comunicadora; el cineasta Santi Requejo, quien le animó a crear Bosco Films; y, sobre todo, el de su padre, Manuel González-Barandiarán, director de la histórica La Gaceta del Norte, cuya fe y convicciones le llevaron a ser uno de los periodistas más amenazados por ETA en los años de plomo.
“Cuando era niña –cuenta–, mi padre no me ponía la tele, sino tres VHS que yo veía una y otra vez: Capitanes intrépidos, La canción de Bernadette y La Dama y el vagabundo; y sin darse cuenta, me enseñó a amar un tipo de historias limpias, entretenidas, llenas de valores y que hablan de Dios explícita o implícitamente”. Justo el tipo de historias que ella lucha por recuperar.
¿No hay cine católico porque no se crea, porque se ponen trabas al que se crea, o porque el que se crea no es bueno?
Por un poco de todo. La Iglesia siempre ha sido referente en la cultura y en el arte. Ocurrió también en los inicios del cine. De hecho, una de las primeras películas fue sobre la vida de Cristo [La Passion, producida en 1898 por los hermanos Lumière]. Pero tras la época dorada de Quo Vadis, Ben Hur, Los Diez Mandamientos, etc. comenzó un desierto y se dejaron de contar esas historias, en el cine y en todas las artes.
¿Y por qué se dejó de producir cultura audiovisual católica?
Esa quiebra ocurrió en los años 60 y 70, las décadas de las grandes revoluciones culturales y sociales, que llevaron otro tipo de discursos al cine… y también a la Iglesia. Ese desierto duró 40 años, hasta que Mel Gibson rodó La Pasión. Lo que parecía invendible fue un bombazo de taquilla.
A partir de ahí, los cristianos vimos que el cine podía ser reconquistado, y la industria se dio cuenta de que este cine suscita mucho interés. Los evangélicos lo captaron muy rápido y empezaron a meter dinero y a hacer películas y series cada vez mejores. Por eso hoy suele haber, al menos, un título evangélico cada año en Estados Unidos que llega al número uno de taquilla.
¿Y los católicos?
Nos ha costado arrancar. Ahora estamos volcados en documentales, que son más baratos de hacer y permiten contar historias reales. Pero aún hay muy poca financiación, porque ni en la industria ni en la propia Iglesia ha calado la evidencia de que existe demanda para un cine católico.
Aun así, estamos ganando muchas batallas y se está logrando una gran calidad de cine documental católico con películas como Vivo, El Padre Pío, Amanece en Calcuta, Hospitalarios, El mayor regalo… Sin embargo, estamos llegando a un punto de saturación. Hace falta dar el siguiente paso.
¿Y cuál es? ¿Producir ficción?
Exacto. El reto es ahora hacer buena ficción. Y también levantar la financiación y encontrar a quién le interesa distribuir estos contenidos en otras partes del mundo para hacerlos rentables. Porque si haces una película y aspiras a recuperar el dinero -proyectándolo solo en España, no vas a hacer una segunda.
El gran objetivo es hacer buena ficción, y no solo católica, sino de valores plenamente católicos que puedan llegar a mucha gente en todo el mundo sin un discurso confesional.
A las series y películas católicas se les afea que tienen buena voluntad, pero les falta calidad…
Hacer cine es muy caro, y hoy estamos en una etapa en la que debemos apoyar a quienes están tratando de hacer cosas. Pero también debemos producir contenidos mejores. Necesitamos mejorar la calidad del cine católico y no conformarnos con hacer documentales. Eso implica asumir riesgos. Además, el presente está en HBO, Amazon, Netflix… que nos cierran la puerta. Y tenemos que lograr entrar en las plataformas.
¿Por qué se da ese rechazo?
En América aceptan nuestros contenidos porque reconocen que hay demanda, pero en Europa las plataformas y muchas productoras y exhibidoras de cine no aceptan, ya no un cine confesional, sino un cine con valores.
En los mercados de cine, que es donde se ven las tendencias, llevo años comprobando que se exige a los creadores, sin tapujos, incluir tramas y personajes concretos sobre razas, ideología, orientación sexual… Yo he presenciado cómo decían a una creativa: “Tu serie es buena, pero mete una pareja de lesbianas y luego vuelves”. Y eso, aunque todos los personajes de la serie eran reales, no construidos para la ficción.
¿Por qué hay sacerdotes a los que escupen por la calle si cada vez la gente conoce menos sacerdotes? Porque llevamos décadas de películas y series en las que el cura es malo, tonto, antipático, corrupto, indeseable… Y así durante 15 o 20 años, hasta que la idea cala. Ahora las ideas son otras: vientres de alquiler, poliamor, eutanasia… y estaremos 10 o 15 años, hasta que calen.
¿Y puede hacer algo un espectador ante esa manipulación?
Aunque hay intereses claros, las tendencias, al final, las marca el espectador. Los católicos tenemos que apoyar el cine católico actual para que se fortalezca y pueda crecer y ser mejor. Pero también ser más selectivos, y si una serie o un programa va contra nuestros principios, no verlo, aunque esté de moda.
Es importante que en las plataformas no pinchemos ni por curiosidad, porque cada clic manda información de que eso atrae. La cultura católica está resurgiendo, y aunque creamos lo contrario, cada vez somos más fuertes. Pero tenemos que ser más exigentes con las series, películas y programas que vemos.
Una vez me dijo que no hay buenos guiones. ¿Dónde están los creadores católicos?
No falta talento, porque el Espíritu Santo no deja de soplar con sus dones. Lo que falta es que nos conozcamos y trabajemos juntos. Necesitamos ser valientes y confiar en Dios. Hay gente dispuesta a aportar en la evangelización audiovisual, pero cada uno libra la batalla por su cuenta y queremos hacerlo todo nosotros solos. En España, Italia, Polonia, Francia, México, Colombia… hay gente con dinero, hay actores, cámaras, productores y guionistas católicos, pero cada uno cree que está solo cuando, en realidad, lo que estamos es dispersos.
La señora que tiene dinero y quiere ayudar, el guionista que tiene buenas ideas y cree que nunca van a ser compradas, el cámara al que le encantaría grabar al servicio del Señor, la actriz a la que no llaman porque decidió dejar de darse morreos… tenemos que aunar fuerzas. Y rezar para que el Espíritu Santo nos haga brillar y lo haga a lo grande.