Ángelus Del 30 De Junio De 2019 © Vatican Media

El Papa envió un mensaje a los participantes de la 49ª Semana Social de los católicos italianos. Foto: Archivo.

Las tres señales que nos ofrece el Papa para caminar en esperanza

«Se advierte la necesidad de encontrarse y de verse las caras, de sonreír y planear, de rezar y soñar juntos.»

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Por: P. Jorge Enrique Mújica, L.C.

En ocasión de la 49ª Semana Social de los católicos italianos, que este año se celebra del 21 al 24 de octubre en Taranto, el Papa envió un mensaje a los participantes. En ese mensaje, el obispo de Roma inicia constatando que “Se advierte la necesidad de encontrarse y de verse las caras, de sonreír y planear, de rezar y soñar juntos. Esto es aún más necesario en el contexto de la crisis generada por Covid, una crisis tanto sanitaria como social”. A continuación, aprovechando el tema de la semana social que es la esperanza, el Papa les ofrece tres señales para el camino de la esperanza. Las ofrecemos a continuación con las mismas palabras del Papa, sólo destacando en negrita los subtítulos.

Atención a los cruces

Demasiadas personas cruzan nuestras existencias mientras están desesperadas: jóvenes que se ven obligados a dejar sus países de origen para emigrar a otros lugares, en paro o explotados en una precariedad sin fin; mujeres que han perdido su empleo en tiempos de pandemia o que se ven obligadas a elegir entre la maternidad y la profesión; trabajadores que se quedan en casa sin oportunidades; pobres y emigrantes que no son acogidos ni integrados; personas mayores abandonadas a su soledad; familias víctimas de la usura, la ludopatía y la corrupción; empresarios en dificultades y sometidos a los abusos de las mafias; comunidades destruidas por los incendios… Pero también hay tantas personas enfermas, adultos y niños, trabajadores obligados a realizar trabajos extenuantes o inmorales, a menudo en condiciones de seguridad precarias. Son rostros e historias que nos interpelan: no podemos permanecer indiferentes. Estos hermanos y hermanas nuestros están crucificados y esperan la resurrección. Que la fantasía del Espíritu nos ayude a no dejar nada por hacer para que sus legítimas esperanzas se hagan realidad.

Prohibido aparcar

Cuando vemos diócesis, parroquias, comunidades, asociaciones, movimientos, grupos eclesiales cansados y desanimados, a veces resignados ante situaciones complejas, vemos un Evangelio que tiende a desvanecerse. Por el contrario, el amor de Dios nunca es estático ni renunciante, «todo lo cree, todo lo espera» (1 Cor 13,7): nos impulsa y nos prohíbe detenernos. Nos pone en movimiento como creyentes y discípulos de Jesús en camino por las sendas del mundo, siguiendo el ejemplo de Aquel que es el camino (cf. Jn 14,6) y ha recorrido nuestras sendas. No nos quedemos, pues, en las sacristías, no formemos grupos elitistas que se aíslan y se cierran. La esperanza está siempre en movimiento y pasa también por las comunidades cristianas, hijas de la resurrección, que salen, anuncian, comparten, soportan y luchan por construir el Reino de Dios. Qué maravilloso sería que, en las zonas más marcadas por la contaminación y la degradación, los cristianos no se limitaran a denunciar, sino que asumieran la responsabilidad de crear redes de rescate.

Como escribí en la Encíclica Laudato sì’, «No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso.» (nº 194). A veces, prevalecen el miedo y el silencio, que acaban favoreciendo la actuación de los lobos de los negocios sucios y el interés individual. No tengamos miedo de denunciar y oponernos a la ilegalidad, pero sobre todo no tengamos miedo de sembrar el bien.

Obligación de dar vuelta

El grito de los pobres y el grito de la Tierra lo invocan. «La esperanza nos invita a reconocer que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas». (n. 61). Al obispo Tonino Bello, profeta en la tierra de Apulia, le gustaba repetir: «No podemos limitarnos a la esperanza. Hay que organizar la esperanza». Nos espera una conversión profunda, que toque incluso antes que la ecología ambiental la ecología humana, la ecología del corazón. El cambio llegará solamente si sabremos formar las conciencias para que no busquen soluciones fáciles que protejan a los que ya están seguros, sino para que propongan procesos de cambio duraderos en beneficio de las nuevas generaciones. Una conversión de este tipo, orientada a una ecología social, puede alimentar esta época que se ha denominado «transición ecológica», en la que las decisiones que se tomen no pueden ser sólo el fruto de nuevos descubrimientos tecnológicos, sino también de modelos sociales renovados. El cambio de época que estamos atravesando requiere un cambio de rumbo. Fijémonos, en este sentido, en tantos signos de esperanza, en tantas personas a las que quiero dar las gracias porque, a menudo en silencio laborioso trabajan para promover un modelo económico diferente, más equitativo y atento a las personas.

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Jorge Enrique Mújica

Licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma, y “veterano” colaborador de medios impresos y digitales sobre argumentos religiosos y de comunicación. En la cuenta de Twitter: https://twitter.com/web_pastor, habla de Dios e internet y Church and media: evangelidigitalización."

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