(ZENIT Noticias / 12.03.2022).- La fórmula utilizada por el sociólogo judío polaco Zygmont Bauman, según la cual lo que caracteriza a nuestros tiempos llamados posmodernos es el hecho de que hemos creado una «sociedad líquida», ha tenido éxito. Es decir, una sociedad en la que todo es inestable y cambiante: pensemos en el trabajo, que ha visto cómo el «trabajo fijo» se convierte en un preocupante compromiso precario. Pensemos en las migraciones de los pueblos, que a menudo implican matrimonios mixtos entre diferentes etnias; en la familia, que ha dado paso a uniones sin restricciones legales o religiosas; en el rápido cambio de las costumbres sexuales, por el que, entre otras cosas, se quiere incluso hacer incierta la pertenencia masculina o femenina. Y pensemos en las clases políticas que han renunciado a planes y proyectos a largo plazo para gobernar -cuando todavía lo consiguen- de vista, sino de día.
Esto es cierto para la sociedad. Pero desde el punto de vista religioso, al creyente le inquieta el hecho de que incluso la Iglesia católica -que era un ejemplo milenario de estabilidad- parece querer volverse ella misma «líquida». En una desconcertante entrevista, el general de los jesuitas, el sudamericano Arturo Sosa, «licuó» el propio Evangelio: porque, dijo en una entrevista, las palabras de Jesús no fueron transmitidas por la cinta, o el disco, de una grabadora moderna, no sabemos exactamente lo que dijo. Así podemos «adaptar» el Evangelio a los tiempos, a las necesidades, a las personas. En cualquier caso, no sabemos cuáles fueron las palabras exactas de Jesús. El propio Sosa dice que no le gusta la palabra «doctrina», por tanto ni siquiera los dogmas, porque «son palabras que recuerdan la dureza de las piedras», mientras que la fe cristiana debe ser dúctil, adaptable. En pocas palabras, debe convertirse en «sí mismo en líquido». A la salud, por supuesto, de Cristo que quiso que su Iglesia se fundara sobre la piedra.
Pero otro jesuita, también sudamericano, nada menos que el propio Papa, en una de las muchas entrevistas que concede a las personas más diversas, en los lugares más diversos -en un avión, en la plaza de San Pedro, en la calle- repitió lo que es una de las piedras angulares de su magisterio y de su estrategia de gobierno: «La tentación católica que hay que vencer es la de la uniformidad de las normas, la de su rigidez, mientras que en cambio hay que juzgar y comportarse caso por caso». El término que más utiliza el Papa Francisco es el de «discernimiento»: se trata de una vieja tradición de la Compañía de Jesús que, sin embargo, hasta ahora no había llegado a «interpretar» libremente incluso el dogma, dependiendo de la situación. Como ha ocurrido en algunos documentos oficiales firmados por él, que han despertado la perplejidad (por decirlo suavemente), incluso de algunos cardenales.
Pues bien, con la debida humildad, me parece que esa elección es errónea y perjudicial para la Iglesia y para la fe. Por el contrario, me parece que es necesario lo contrario. En un mundo «líquido», donde todo se vuelve incierto, precario, provisional, es precisamente la estabilidad y la firmeza de la Iglesia católica lo que necesitan no sólo los creyentes, sino toda la humanidad. Esos dogmas como piedras, a los que el General de la Compañía de Jesús es alérgico, podrían y deberían convertirse para muchos en el firme lugar de aterrizaje, en una sociedad que se desmorona y tiende a romperse caóticamente. No es casualidad que, amenazada por la inestabilidad del agua, la gente siempre haya buscado un puerto seguro donde el agua esté en calma, pero hoy en particular.
Necesitamos certezas reafirmadas y defendidas, no innumerables y cambiantes opiniones. Uno de los símbolos de la Iglesia católica era un vigoroso roble, sostenido firmemente en la tierra por fuertes raíces. ¿Es realmente beneficioso para la fe sustituir el roble por una caña que se pliega en todas las direcciones, a cada soplo de aire, a cada deseo o moda humana?
Tal vez sea éste precisamente el momento de redescubrir, aplicándolo a toda la Iglesia, el antiguo y hermoso lema de los cartujos: «Stat crux dum volvitur orbis», la cruz se mantiene firme mientras el mundo gira. Más que nunca necesitamos la firme claridad del catecismo en lugar de los infinitos y siempre cambiantes «en mi opinión», las infinitas opiniones de las que está lleno el mundo. El protestantismo ha seguido este camino y la historia ha demostrado a dónde conduce. Pero desgraciadamente, como siempre, la historia no es maestra de vida.
Artículo extraído del «Vivaio», escrito por Vittorio Messori y recogido en cinco volúmenes publicados por SugarCo. Lo publicado (y traducido del italiano por ZENIT) está tomado del volumen “La luce e le tenebre”, 2021.