(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 18.03.2022).- Del 17 al 19 de marzo la Fundación Pontificia Gravissimum Educationis realizó un congreso internacional que giró en torno a “Educar en la democracia en un mundo fragmentado”. El congreso tuvo lugar en la LUMSA (universidad privada católica en Roma).
En ese contexto, el Santo Padre recibió en audiencia a los participantes la mañana del viernes 18 de marzo. Aludiendo inicialmente a la actualidad internacional, concretamente a la situación en Ucrania, el Papa abrió su discurso diciendo:
“Estamos acostumbrados a escuchar noticias de guerras, pero lejanas. Siria, Yemen… lo de siempre. Ahora la guerra se ha acercado, está prácticamente en nuestra puerta. Y esto nos hace pensar en lo «salvaje» de la naturaleza humana, hasta dónde somos capaces de llegar. Asesinos de nuestros hermanos”.
A continuación agradeció a Mons. Guy-Réal Thivierge, secretario de la Fundación, por una carta que le entregó y que decía relación con el tema antes referido. Acto seguido se centró en el tema de la educación, el cual relacionó con la guerra:
“Hablamos de educación, y cuando pensamos en educación pensamos en los niños, en los jóvenes… Pensamos en tantos soldados que son enviados al frente, muy jóvenes, soldados rusos, pobrecitos. Pensemos en tantos jóvenes soldados ucranianos; pensemos en los habitantes, en los jóvenes, en las mujeres jóvenes, en los niños y en las niñas… Esto está ocurriendo cerca de nosotros. El Evangelio sólo nos pide que no miremos para otro lado, que es precisamente la actitud más pagana de los cristianos: cuando un cristiano se acostumbra a mirar para otro lado, se convierte poco a poco en un pagano disfrazado de cristiano. Por eso he querido empezar con esto, con esta reflexión. La guerra no está lejos: está en nuestra puerta. ¿Qué estoy haciendo? Aquí en Roma, en el «Bambin Gesù», hay niños heridos por los bombardeos. En casa, se los llevan a casa. ¿Rezo? ¿Ayuno? ¿Hago penitencia? ¿O acaso vivo despreocupado, como normalmente vivimos las guerras lejanas? Una guerra siempre -¡siempre!- es la derrota de la humanidad, siempre. Nosotros, los educados, que trabajamos en la educación, somos derrotados por esta guerra, porque por otro lado somos responsables. No hay guerras justas: ¡no existen!
Durante otra parte del discurso el Papa también saludó al presidente de la Fundación, el cardenal Versaldi. Y dijo después: “Este encuentro suyo aborda el tema de la democracia desde una perspectiva educativa. Es un tema de gran actualidad y muy debatido. Pero no es frecuente que se aborde desde el punto de vista de la educación. Sin embargo, este enfoque, que pertenece de manera especial a la tradición de la Iglesia, es el único capaz de dar resultados a largo plazo”.
Acto seguido, el Papa ofreción una reflexión partiendo de la parábola de los viñadores asesinos ((Mt 21, 33-43, 45-46):
“Jesús nos previene contra una tentación que es propia de todos y de todos los tiempos: la tentación de la posesión. Los viñadores de la parábola, cegados por su deseo de apoderarse de la viña, no dudan en utilizar la violencia y matar. Esto nos recuerda que cuando el hombre niega su propia vocación de colaborador en la obra de Dios y pretende ponerse en su lugar, pierde su dignidad de hijo y se convierte en enemigo de sus hermanos. Se convierte en Caín.
Los bienes de la creación se ofrecen a todos y cada uno en proporción a sus necesidades, para que nadie acumule lo superfluo ni le falte lo necesario. Por el contrario, cuando la posesión egoísta llena los corazones, las relaciones y las estructuras políticas y sociales, entonces se envenena la esencia de la democracia. Y se convierte en una democracia formal, no real”.
Se detuvo después en dos degenaraciones de la democracia: el totalitarismo y el laicismo. Sobre el totalitarismo mencionó una opresión ideológica:
“San Juan Pablo II subrayó que un Estado es totalitario cuando «tiende a absorber en sí mismo a la nación, a la sociedad, a la familia, a las comunidades religiosas y al propio pueblo» (Centesimus annus, 45). Al ejercer la opresión ideológica, el Estado totalitario despoja de su valor a los derechos fundamentales de la persona y de la sociedad, hasta suprimir la libertad. Es un avasallamiento ideológico, y podemos hablar de colonizaciones ideológicas, que siguen y nos llevan a esto”.
Sobre el laicismo radical dijo “que es en sí mismo ideológico” y siguió así:
“deforma el espíritu democrático de una manera más sutil e insidiosa: al eliminar la dimensión trascendente, debilita y anula gradualmente toda apertura al diálogo. Si no hay una verdad última, las ideas y convicciones humanas pueden ser fácilmente explotadas en aras del poder. «El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano», dijo Benedicto XVI (Caritas in Veritate, 78). Y aquí radica la pequeña pero sustancial diferencia entre un laicismo sano y un laicismo envenenado. Cuando el laicismo se convierte en ideología, se convierte en laicismo, y esto envenena las relaciones e incluso las democracias”.
El Santo Padre comentó que “A estas degeneraciones se ha opuesto el poder transformador de la educación. En algunas universidades de todo el mundo, por ejemplo, habéis puesto en marcha actividades de formación, buscando las estrategias más eficaces para transmitir los principios democráticos, para educar en la democracia”. Invitó a seguir en esa línea delineando tres caminos educativos orientados a la civilización del amor, caminos que se deben recorrer con valentía y creatividad:
1) Alimentar la sed de democracia
Dijo el Papa: “Se trata de ayudarles a comprender y apreciar el valor de vivir en un sistema democrático, siempre perfectible pero capaz de salvaguardar la participación de los ciudadanos (cf. Centesimus annus, 46), la libertad de elección, de acción y de expresión. Y para ir por el camino de la universalidad frente a la uniformidad. La uniformidad es el veneno. Y que los jóvenes aprendan la diferencia y también la practiquen”.
2) Enseñar a los jóvenes que el bien común se mezcla con el amor
Dijo el Papa: “No se puede defender con la fuerza militar. Una comunidad o nación que quiere imponerse por la fuerza lo hace en detrimento de otras comunidades o naciones, y se convierte en un fomentador de la injusticia, la desigualdad y la violencia. El camino de la destrucción es fácil de tomar, pero produce tantos escombros; sólo el amor puede salvar a la familia humana. En esto, estamos viviendo el ejemplo más feo cerca de nosotros.
3) Educar a los jóvenes para que vivan la autoridad como un servicio
Dijo el Papa: “Es necesario formar «personas dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad» (Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre de 2019). Todos estamos llamados a un servicio de autoridad, en la familia, en el trabajo, en la vida social. Ejercer la autoridad no es fácil: es un servicio. No olvidemos que Dios nos confía ciertas funciones, no para la afirmación personal, sino para que, a través de nuestro trabajo, crezca toda la comunidad. Cuando la autoridad va más allá de los derechos de la sociedad, de los individuos, se convierte en autoritarismo y, finalmente, en dictadura. La autoridad es algo muy equilibrado, pero es algo hermoso que debemos aprender y enseñar a los jóvenes para que aprendan a manejarla”.