(ZENIT Noticias / Roma, 13.04.2022).- Ofrecemos una traducción al castellano de la introducción inédita del Papa Francisco para el libro-ensayo que el mismo Papa ha escrito sobre el tema de la guerra y que lleva por título: “Contro la guerra. Il coraggio di costruire la pace” (Solferino – Libreria Editrice Vaticana).
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Contra la guerra
Hace un año, en mi peregrinaje al atormentado Irak, pude experimentar de primera mano el desastre causado por la guerra, la violencia fratricida y el terrorismo, vi los escombros de las casas y las heridas en los corazones, pero también semillas de esperanza de renacimiento. Nunca hubiera imaginado entonces que un año después estallaría un conflicto en Europa. Desde el principio de mi servicio como obispo de Roma hablé de la Tercera Guerra Mundial, diciendo que ya la estamos viviendo, aunque a pedazos. Esos trozos se han hecho cada vez más grandes, soldando juntas…. En este momento hay muchas guerras en el mundo, que causan un inmenso dolor, víctimas inocentes, especialmente niños. Guerras que hacen que millones de personas huyan de sus tierras, de sus hogares, de sus ciudades destruidas para salvar sus vidas.
«Ucrania atacada e invadida»
Son las muchas guerras olvidadas que reaparecen de vez en cuando ante nuestros ojos desatentos. Estas guerras nos parecían «lejanas». Hasta que ahora, casi de repente, la guerra ha estallado cerca de nosotros. Ucrania ha sido atacada e invadida. Desgraciadamente, muchos civiles inocentes, muchas mujeres, niños y ancianos se han visto afectados por el conflicto, obligados a vivir en refugios excavados en la tierra para huir de las bombas, con familias que se dividen porque los maridos, padres y abuelos se quedan atrás para luchar, mientras que las esposas, madres y abuelas se refugian tras largos viajes de esperanza y cruzan la frontera para buscar refugio en otros países que las reciben con gran corazón.
«La guerra es un cáncer»
Ante las desgarradoras imágenes que vemos cada día, ante los gritos de niños y mujeres, sólo podemos gritar: «¡Para!». La guerra no es la solución, la guerra es una locura, la guerra es un monstruo, la guerra es un cáncer que se alimenta de sí mismo, engulléndolo todo. Es más, la guerra es un sacrilegio, que causa estragos en lo más precioso de nuestra tierra, la vida humana, la inocencia de los más pequeños, la belleza de la creación. ¡Sí, la guerra es un sacrilegio! No puedo dejar de recordar la súplica con la que en 1962 San Juan XXIII pidió a los hombres y mujeres poderosos de su tiempo que detuvieran una escalada bélica que podría haber arrastrado al mundo al abismo del conflicto nuclear. No puedo dejar de recordar la contundencia con la que San Pablo VI, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965, dijo «¡Nunca más la guerra! Nunca más la guerra». O los numerosos llamamientos a la paz realizados por San Juan Pablo II, que en 1991 describió la guerra como «una aventura sin retorno».
El mercado de armas
Lo que estamos presenciando es una nueva barbarie y, por desgracia, tenemos poca memoria. Sí, porque si tuviéramos memoria, recordaríamos lo que nos dijeron nuestros abuelos y nuestros padres, y sentiríamos la necesidad de paz igual que nuestros pulmones necesitan oxígeno. Si tuviéramos memoria, no gastaríamos decenas, cientos de miles de millones de dólares en rearme, en equiparnos con armas cada vez más sofisticadas, en aumentar el mercado y el tráfico de armas que acaban matando a niños, mujeres y ancianos: 1.981.000 millones de dólares al año, según los cálculos de un importante centro de investigación de Estocolmo. Esto representa un dramático aumento del 2,6% en el segundo año de la pandemia, cuando todos nuestros esfuerzos deberían haberse concentrado en la salud mundial y en salvar vidas humanas del virus.
No ceder al mal y buscar el diálogo
Si tuviéramos memoria, sabríamos que la guerra, antes de llegar al frente, debe ser detenida en el corazón. El odio, antes de que sea demasiado tarde, debe ser erradicado de los corazones. Y para ello, necesitamos diálogo, negociación, escucha, habilidad y creatividad diplomática, y una política con visión de futuro capaz de construir un nuevo sistema de convivencia que ya no se base en las armas, en el poder de las armas, en la disuasión. Toda guerra representa no sólo una derrota de la política, sino también una vergonzosa rendición frente a las fuerzas del mal.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.