El Santo Padre se reunió con los Misioneros Combonianos. Foto: Vatican Media

Papa Francisco pone alerta contra la espiritualidad del espejo y el estilo evangelizador en discurso a Misioneros Combonianos

Todo debe hacerse con docilidad al Espíritu, para que la planificación necesaria, los proyectos, las iniciativas, todo responda a las exigencias de la evangelización, y me refiero también al estilo de evangelizar: que sea alegre, manso, valiente, paciente, lleno de misericordia, hambriento y sediento de justicia, pacífico, en definitiva: el estilo de las Bienaventuranzas”, ha dicho también el Papa.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 18.06.2022).- La mañana del sábado 18 de junio los Misioneros Combonianos que participan en el Capítulo General de la congregación tuvieron una audiencia privada con el Papa en la sala del consistorio de la Santa Sede. Los Misioneros Combonianos están compuestos por 1,491 miembros de 45 diferentes nacionalidades.

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Queridos hermanos, ¡buenos días y bienvenidos!

Me alegro de conocerlos. Agradezco al Superior General las palabras que me ha dirigido en nombre de todos los que participáis en el XIX Capítulo General de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Me han invitado a su casa para celebrar la fiesta del Sagrado Corazón el próximo viernes. Os doy las gracias, estaré allí en la oración; pero ya hoy estamos viviendo este encuentro nuestro en la perspectiva y el espíritu del misterio del Corazón de Cristo, al que está vinculado el carisma de San Daniel Comboni.

El tema y el lema de su Capítulo también apuntan en esta dirección: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos». Arraigados en Cristo junto a Comboni’. En efecto, la misión -su fuente, su dinamismo y sus frutos- depende totalmente de la unión con Cristo y de la fuerza del Espíritu Santo. Jesús lo dijo claramente a los que había elegido como «apóstoles», es decir, «enviados»: «Sin mí no podéis hacer nada» (Juan 15:5). No dijo: ‘puedes hacer poco’, no, dijo: ‘no puedes hacer nada’. ¿En qué sentido? Podemos hacer muchas cosas: iniciativas, programas, campañas… muchas cosas; pero si no estamos en Él, y si su Espíritu no pasa por nosotros, todo lo que hagamos no es nada a sus ojos, es decir, no vale nada para el Reino de Dios.

En cambio, si somos como sarmientos bien unidos a la vid, la savia del Espíritu pasa de Cristo a nosotros y todo lo que hacemos da fruto, porque no es obra nuestra, sino que es el amor de Cristo el que actúa a través de nosotros. Este es el secreto de la vida cristiana, y particularmente de la misión, en todas partes, tanto en Europa como en África y otros continentes. El misionero es el discípulo que está tan unido a su Maestro y Señor que sus manos, su mente, su corazón son «canales» del amor de Cristo. El misionero es esto, no es uno que hace proselitismo. Porque el «fruto» que Él quiere de sus amigos no es otro que el amor, su amor, el que viene del Padre y que nos da con el Espíritu Santo. Es el Espíritu de Cristo el que nos lleva adelante.

Por eso algunos grandes misioneros, como Daniel Comboni, pero también, por ejemplo, como la Madre Cabrini, vivieron su misión sintiéndose animados e «impulsados» por el Corazón de Cristo, es decir, por el amor de Cristo. Y este «empujón» les permitió salir e ir más allá: no sólo más allá de los límites y fronteras geográficas, sino ante todo más allá de sus propios límites personales. Este es un lema que debe «hacer ruido» en sus corazones: ir más allá, ir más allá, siempre mirando el horizonte, porque siempre hay un horizonte, para ir más allá. El empuje del Espíritu Santo es lo que nos hace salir de nosotros mismos, de nuestras cerrazones, de nuestra autorreferencialidad, y nos hace ir hacia los demás, hacia las periferias, donde la sed de Evangelio es mayor. Es curioso que la tentación más fea que tenemos los religiosos en la vida es la autorreferencialidad; y ésta nos impide ir más allá. «Pero para ir más allá debo pensar en ello, ver…». ¡Vamos, vamos, vamos! Ve hacia el horizonte, y que el Señor te acompañe. Pero cuando empezamos con esta psicología, esta espiritualidad «del espejo», acabamos yendo más allá y siempre volvemos a nuestro corazón, que está enfermo. ¡Todos tenemos un corazón enfermo y la gracia de Dios nos salva, pero sin la gracia de Dios kaputt, todos! Lo importante es esto: con el Espíritu ir más allá.

El rasgo esencial del Corazón de Cristo es la misericordia, la compasión, la ternura. No hay que olvidar esto: el estilo de Dios, ya en el Antiguo Testamento, es este. Proximidad, compasión y ternura. No hay organización, no, cercanía, compasión, ternura. Y por eso creo que estáis llamados a dar este testimonio del «estilo de Dios» -cercanía, compasión, ternura- en vuestra misión, allí donde estéis y donde el Espíritu os guíe. La misericordia, la ternura es un lenguaje universal, que no conoce fronteras. Pero ustedes llevan este mensaje no tanto como misioneros individuales, sino como comunidad, y esto implica que no sólo hay que cuidar el estilo personal, sino también el comunitario. Jesús lo dijo a sus amigos: «Por el modo en que os amáis, sabrán que sois mis discípulos» (cf. Jn 13,35), y los Hechos de los Apóstoles lo confirman cuando narran que la primera comunidad de Jerusalén gozaba de la estima de todo el pueblo porque la gente veía cómo vivían (cf. 2,47; 4,33): en el amor. Y muchas veces, lo digo con amargura -hablo en general, no de vosotros porque no os conozco-, muchas veces nos encontramos con que algunas comunidades religiosas son un auténtico infierno, un infierno de celos, de luchas de poder… ¿Y dónde está el amor? Es curioso, estas comunidades religiosas tienen reglas, tienen un sistema de vida…, pero falta el amor. Hay tanta envidia, celos, luchas de poder, y se pierde lo mejor, que es el testimonio del amor, que es lo que atrae a la gente: el amor entre nosotros, que no nos disparamos sino que siempre vamos hacia adelante.

Para ello, para que la forma de vida de la comunidad dé un buen testimonio, también son importantes los cuatro aspectos sobre los que habéis decidido trabajar en vuestro Capítulo: la regla de vida, el camino de la formación, la ministerialidad y la comunión de bienes. El discernimiento se refiere a la manera, al modo en que estos elementos deben ser establecidos y vividos, para que puedan responder lo más posible a las exigencias de la misión, es decir, del testimonio. Esto es muy importante: forma parte de la «urgente renovación eclesial» en clave misionera a la que está llamada toda la Iglesia (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 27-33). Es una conversión que parte de la conciencia de cada individuo, implica a cada comunidad y llega así a renovar todo el instituto.

Quiero subrayar que también aquí, incluso en el compromiso con estos cuatro aspectos -que están interconectados-, todo debe hacerse con docilidad al Espíritu, para que la planificación necesaria, los proyectos, las iniciativas, todo responda a las exigencias de la evangelización, y me refiero también al estilo de evangelizar: que sea alegre, manso, valiente, paciente, lleno de misericordia, hambriento y sediento de justicia, pacífico, en definitiva: el estilo de las Bienaventuranzas. Esto cuenta. La regla de vida, la formación, los ministerios y la gestión de los bienes deben basarse también en este criterio fundamental. «La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor ha tomado la iniciativa, la ha precedido en el amor […]. La comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por duros y prolongados que sean. Conoce las largas esperas y la resistencia apostólica. La evangelización requiere mucha paciencia, […]. Cuida el trigo y no pierde la paz por culpa de la cizaña. […] El discípulo sabe ofrecer toda su vida y jugársela hasta el martirio como testigo de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su poder liberador y renovador. Por último, la comunidad evangelizadora alegre siempre sabe «celebrar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización» (Evangelii gaudium, 24).

Aquí, queridos hermanos, he querido recordar este pasaje de la Evangelii gaudium, sabiendo que lo tenéis bien presente, precisamente por el placer de compartir con vosotros mi pasión por la evangelización. Que el Señor te bendiga y que la Virgen te proteja. Disfrute de la continuación de su trabajo en el Capítulo. Los bendigo cordialmente a ustedes y a todos tus hermanos. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.

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Redacción Zenit

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