El Santo Padre se reunió con la Orden Cisterciense. Foto: Vatican Media

«La experiencia del encuentro con la diversidad es un signo de los tiempos» dice Papa a los cistercienses

Discurso del Papa a los participantes en el Capítulo General de la Orden Cisterciense.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 18.10.2022).- El Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano fue el lugar donde el Papa recibió en audiencia privada a los participantes en el Capítulo General de la Orden Cisterciense. Según algunos datos, actualmente hay unos 2,000 monjes y 1,500 monjas de esta orden. Ofrecemos a continuación la traducción al español del discurso originalmente pronunciado en lengua italiana. Las negritas y encabezados fueron agregados por ZENIT.

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Agradezco al Abad General sus palabras de presentación –con los mejores deseos para su renovado nombramiento– y os saludo a todos los que participáis en el Capítulo General de la Orden Cisterciense de la Observancia Común.

Este adjetivo «común» da que pensar. Sabemos que está destinado a distinguirnos de una observancia «especial». Pero común tiene siempre un sentido más rico, que indica el conjunto, la comunión. Y me gusta partir de aquí, de esta realidad fundamental que nos constituye como Iglesia, gracias al don de Dios Trino y a nuestro ser en Cristo. Comunitario, común.

[Observar en común]

La observancia común, entonces, como un caminar juntos detrás del Señor Jesús, para estar con Él, para escucharlo, para ‘observarlo’… Observando a Jesús. Como un niño que observa a su papá, o a su mejor amigo. Observar al Señor: su camino, su rostro, lleno de amor y de paz, a veces desdeñoso ante la hipocresía y la cerrazón, y también turbado y angustiado en la hora de la pasiónY este observar hacerlo juntos, no individualmente, hacerlo en comunidad. Hacerlo cada uno con nuestro propio ritmo, ciertamente, cada uno con nuestra propia historia única e irrepetible, pero juntos. Como los Doce, que siempre estaban con Jesús y caminaban con Él. Ellos no se habían elegido a sí mismos, Él los había elegido a ellos. No siempre fue fácil llevarse bien: eran diferentes entre sí, cada uno con sus «aristas», y su orgullo. Nosotros también somos así, e incluso para nosotros no es fácil ir juntos en comunión. Y, sin embargo, no deja de asombrarnos y alegrarnos este don que hemos recibido: ser su comunidad, tal como somos, no perfecta, no uniforme, no, no así, pero con-vocada, implicada, llamada a estar y caminar juntos detrás de Él, nuestro Maestro y Señor.

Esto, hermanos y hermanas, es la base de todo. Le agradezco que haya hecho hincapié en ello y le animo a reavivar su deseo y voluntad hacia esta observancia común de Cristo.

[De una comunidad autorreferencial a una comunidad extrovertida, acogedora y misionera]

Supone un compromiso constante de conversión de un yo cerrado a un yo abierto, de un corazón centrado en sí mismo a un corazón que sale de sí mismo y sale al encuentro del otro. Y esto, por analogía, también se aplica a la comunidad: de una comunidad autorreferencial a una comunidad extrovertida, en el buen sentido de la palabra, acogedora y misionera. Este es el movimiento que el Espíritu Santo busca siempre imprimir en la Iglesia, actuando en cada uno de sus miembros y en cada una de sus comunidades e instituciones. Un movimiento que se remonta a Pentecostés, el «bautismo» de la Iglesia. El mismo Espíritu suscitó entonces y sigue suscitando una gran variedad de carismas y formas de vida, una gran «sinfonía». Las formas son muchas, muy diferentes entre sí, pero para formar parte de la sinfonía eclesial deben obedecer a este movimiento de salida. No una salida caótica, sin un orden determinado: una salida juntos, todos en sintonía con el único corazón de la Iglesia que es el amor, como afirma con tanto entusiasmo Santa Teresa del Niño Jesús. No hay comunión sin conversión, por lo que ésta es necesariamente fruto de la Cruz de Cristo y de la acción del Espíritu, tanto en los individuos como en la comunidad.

Volviendo a la imagen –o más bien al sonido– de la sinfonía, ustedes propone abrazar la gran amplitud misionera de la Iglesia valorando también la complementariedad entre lo masculino y lo femenino, así como la diversidad cultural entre los miembros asiáticos, africanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos. Os animo en este camino, que no es fácil, pero que sin duda puede ser un enriquecimiento para las comunidades y para la Orden.

Os agradezco el compromiso con el que cooperáis en el esfuerzo que toda la Iglesia realiza en este sentido en cada Comunidad particular: hoy, la experiencia del encuentro con la diversidad es un signo de los tiempos. La vuestra es una contribución preciosa, particularmente rica, porque, por vuestra vocación contemplativa, no os contentáis con acercar la diversidad a nivel superficial, sino que la experimentáis también a nivel de interioridad, de oración, de diálogo espiritual. Y esto enriquece la «sinfonía» con resonancias más profundas y generativas.

[Hacia una mayor pobreza]

Otro aspecto en el que quiero animarles es su intención de mayor pobreza, tanto de espíritu como de bienes, para estar más disponible para el Señor, con todas tus fuerzas, fragilidades y florituras que Él les da. Por eso alabamos a Dios por todo, por la vejez y por la juventud, por la enfermedad y por la buena salud, por las comunidades en «otoño» y por las de «primavera». Lo esencial es no dejar que el maligno nos robe la esperanza. Lo primero que busca el maligno es robar la esperanza, por eso nos la quita de las manos, siempre. Porque la pobreza evangélica está llena de esperanza, basada en la bienaventuranza que el Señor anuncia a sus discípulos: «Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,20).

Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias por esta visita! Que la Virgen María te acompañe y te sostenga siempre en tu camino. De corazón os bendigo a vosotros y a todas vuestras comunidades. Y tú, por favor, no te olvides de rezar por mí. Gracias.

Traducción del original en italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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