(ZENIT Noticias / Roma, 10.01.2023).- Un día después de la muerte de Benedicto XVI la prensa tuvo conocimiento de que el secretario privado del Papa emérito y prefecto –sin funciones– de la Casa Pontificia, Mons. Georg Gänswein, publicaría un libro del género memorias.
Por cuanto se adelantó el 1 de enero de 2023, esas memorias estaban en buena medida relacionadas con una parte de la vida del autor: la transcurrida precisamente con el difunto pontífice. A los ojos de no pocos saltaba una pregunta: ¿cómo era posible tener listo un libro de ese tipo en tan poco tiempo? Resultaba evidente que se trataba de una obra ya preparada que estaba a la oportuna espera de publicación. Y qué mejor contexto que el de la muerte de aquel con quien decían relación esas memorias del autor. Un hecho ciertamente no pasaba inadvertido: no fue Mons. Gänswein quien adelantó la noticia acerca del libro. Y por cuanto se sabe, tampoco fue él quien hizo llegar en adelanto el texto a varios vaticanistas y prensa que cubren la información sobre la Iglesia.
Fue así que, en pocos días (prácticamente una semana y sin importar que todavía no se sepultaba a Benedicto XVI), los titulares que se colocaron como segunda noticia relevante, apenas detrás de la muerte del Papa emérito, venían a transmitir un conflicto entre el Arzobispo Gänswein y el Papa Francisco y, a partir de ellos, entre dos supuestas facciones en la Iglesia católica: las de «tradicionalistas» y «progresistas». Razones para ello –según las partes destacadas por la prensa– no sobrarían.
En efecto, en «Nient’altro che la veritá. La mia vita al fianco di Benedetto XVI» (Nada menos que la verdad. Mi vida al lado de Benedicto XVI, PIEMME Mondadori, Milano 2023), Gänswein reconstruye pasajes que terminan por reflejar una cierta tensión entre él y Papa Francisco. De los IX capítulos del libro, es especialmente en el VIII («La relación entre los dos papas») en el que se leen los pasajes que manifestarían un alejamiento entre estos dos últimos personajes.
El capítulo VIII inicia narrando el inicio del trato entre el recién elegido Francisco y el Papa emérito: desde la accidentada llamada que el primero le hace al segundo para saludarlo, apenas elegido, hasta la entrañable visita que a continuación le hará Francisco a Benedicto en el Monasterio Mater Ecclesiae. Entre tanto, Gänswein reconoce que, en el contexto de ese Cónclave, en la mente del Papa emérito no figuraba como candidato el Arzobispo de Buenos Aires, sino más bien los cardenales Angelo Scola, Odilo Pedro Scherer o Marc Ouellet (p. 234). Hace notar que las ocasiones de encuentro entre Benedicto XVI y el entonces Arzobispo de Buenos Aires no habían sido muchas, en parte debido a la distancia. Y es en este contexto que se habla de una consulta al Cardenal Bergoglio sobre un comisariamento a la Compañía de Jesús:
«Una relación significativa, aunque indirecta, entre ellos [Benedicto XVI y el entonces Arzobispo de Buenos Aires] había tenido lugar en 2007, cuando el Prepósito General de los jesuitas, el Padre Peter Hans Kolvenbach, que había informado a Benedicto de que deseaba dimitir a la edad de ochenta años, en 2008, conservando el título de Prepósito Emérito, comenzó a preparar la Congregación que elegiría a su sucesor. El Papa Ratzinger expresó, a través de una carta enviada por el Cardenal Bertone, algunas solicitudes, especialmente en relación con la preparación espiritual y eclesial de los jóvenes jesuitas, así como el valor y la observancia del cuarto voto, el de “especial obediencia al Pontífice”. La Secretaría de Estado sugirió entonces al Padre Kolvenbach que implicara al Cardenal jesuita Bergoglio en los trabajos preparatorios, pidiéndole una opinión sobre el estado de la Compañía de Jesús y sobre la hipótesis de un comisariamento, que de vez en cuando volvía a surgir. El sucesor de Kolvenbach, el Padre Adolfo Nicolás, relataría que el 17 de marzo de 2013, en su primer encuentro con el papa Francisco, había escuchado de sus propios labios la confidencia de que se había opuesto tenazmente a esta idea, implicando al propio Kolvenbach y pidiéndole que comunicara a Benedicto XVI, también en su nombre, la inconveniencia de proceder en esta problemática dirección, obteniendo su promesa de que esto no sucedería» (p. 235).
A partir de la página 240 Gänswein inicia el recuento de visitas y libros que parecen ser el inicio de los problemas para él: de la de Vittorio Messori (p. 240-241), pasando por Dario Edoardo Viganò (p. 284-287), al libro del Cardenal Sarah sobre el celibato, un libro presentado «a cuatro manos» y al que dedica nada menos que 12 páginas (de la 250 a la 262). El capítulo queda cerrado por el apartado del capítulo VIII en que se ha estado centrando la prensa: «Il prefetto dimezzato» («El prefecto reducido a la mitad»).
Según Gänswein, «cuando obtuve mi confirmación quinquenal a finales de 2017, [Papa Francisco] quiso mantenerme en el puesto esencialmente por respeto al nombramiento hecho por Benedicto, aunque desde el principio había sucedido cada vez más a menudo que se me obviaba en mis responsabilidades, ya que el Papa Francisco prefería en cambio hacer gestiones directamente con mi adjunto, el regente Padre Leonardo Sapienza» (p. 263).
Pone de ejemplo la ausencia que el Papa le pidió cuando el 15 de junio de 2014 no lo acompañó a la visita a la Comunidad de San Egidio, en el Trastévere, y la llamada que recibió después de Andrea Riccardi para preguntar si él o Benedicto XVI tenían un problema con la Comunidad: «En cuanto me fue posible, comuniqué al Papa Francisco el contenido de esta llamada telefónica y le expliqué que todo esto hacía problemática la gestión de la oficina y mermaba mi autoridad, y que a nivel personal me sentía humillado tanto por no haberme aclarado el motivo de su decisión como por haber hablado en presencia de otras personas, por lo que las habladurías se extendieron inmediatamente en el Vaticano, con diversas interpretaciones. Me contestó que tenía razón y que no se había dado cuenta del asunto, se disculpó, pero luego añadió que la humillación hace mucho bien…» (p. 263).
Otra de las tensiones referidas por Gänswein tiene que ver con el apartamento que en virtud de la misión asignada correspondía al prefecto de la Casa Pontificia. Ese apartamento se encontraba en la vieja ala del Palacio Apostólico: «La mañana del 22 de julio de 2016 esperaba como de costumbre al Papa Francisco en San Dámaso, donde se coge el ascensor Noble. Bajó del coche e inmediatamente me dijo: “He oído que tiene el apartamento en el Palacio Apostólico”. Especifiqué que se trataba del apartamento del Prefecto de la Casa Pontificia, que me había sido asignado temporalmente por razones del cargo. “Por favor, no tomen posesión de él ahora”, añadió. Cuando le informé de que era normal que el prefecto residiera allí, para desempeñar bien sus funciones […] me contestó: “Espera, primero tengo que hablar con mis colaboradores más cercanos; no hagas nada hasta que recibas una respuesta mía”. Esto me disgustó porque intuía que había alguien detrás que maniobraba para apoderarse de ese apartamento». El 2 de septiembre el Papa le daría una respuesta más definitiva:
«Estaba esperando una respuesta mía y ahora le digo que lo deje estar. Cuando necesites un piso me ocuparé de ello. Ante mi expresión de gran asombro, me explicó que le habían señalado que en el Palacio Apostólico vivían el Secretario de Estado (el Cardenal Pietro Parolin) y el adjunto de la Primera Sección para Asuntos Generales (el entonces Arzobispo Giovanni Angelo Becciu), pero no el Secretario de la Segunda Sección para las Relaciones con los Estados. Concluyó con firmeza: “Lo he decidido”; y de hecho, algún tiempo después, vi que el Arzobispo Paul Richard Gallagher se había trasladado efectivamente a ese piso» (p. 265)
Fue a finales de enero de 2020 cuando en el curso de una audiencia solicitada por Gänswein al Papa Francisco (para explicar el caso del libro del Cardenal Sarah), Francisco le pidió quedarse con Benedicto XVI: «“A partir de ahora quédate en casa. Acompañad a Benedicto, que os necesita, y hazle de escudo”. Me quedé estupefacto y sin habla. Cuando traté de responderle, diciéndole que ya llevaba siete años haciendo esto, por lo que también podría seguir en el futuro, terminó la conversación bruscamente: “Sigues siendo prefecto, pero a partir de mañana no vuelves a trabajar”. Le respondí resignado: “No puedo entenderlo, no lo acepto humanamente, pero sólo cumplo por obediencia”. Y él en su respuesta me dijo: “Esa es una buena palabra. Lo sé porque mi experiencia personal es que ‘aceptar obedeciendo’ es algo bueno”».
Unas semanas después, en vistas de que la prensa había advertido la ausencia inexplicable de Mons. Georg, se dio una notificación por parte de la Sala de Prensa de la Santa Sede: «la ausencia de Monseñor Gänswein, durante algunas audiencias de las últimas semanas, se debe a una redistribución ordinaria de los diversos compromisos y funciones del Prefecto de la Casa Pontificia, que desempeña también el papel de secretario particular del Papa emérito» (p. 267).
Ciertamente todos estos pasajes exponen una relación entre dos personas particulares a la que la sensibilidad pública no está habituada. Cuanto hemos expuesto anteriormente responde a no evitar tratar esos aspectos de tensión. Pero sería deshonesto quedarse sólo en ellos.
Como se ha dicho, hay otros nueve capítulos que tratan sobre muchos otros temas, las más de las veces entrañables y bonitos, que reflejan no sólo la estatura espiritual, moral y académica de Benedicto XVI sino también las cordiales relaciones entre éste y el Papa Francisco. Se habla, por poner un ejemplo, de la claridad con la que Benedicto defendió el hecho –para algunos no siempre obvio– acerca de que Francisco era y es el único Papa reinante. Un ejemplo: a su regreso de Castelgandolfo, luego de su renuncia, Benedicto XVI se encontró con que Francisco le recibía en el Vaticano. Lo cuenta así Mons. Georg: «Unas semanas más tarde, el Papa emérito se quedó atónito ante la sorpresa que recibió a su regreso al Vaticano en helicóptero desde Castel Gandolfo el 2 de mayo. Sin que lo supiéramos, el Papa Francisco nos esperaba en la puerta principal del monasterio. Aquella improvisación le abrió el corazón de par en par de alegría, al sentirse plenamente acogido “en el recinto de Pedro”, en aquella situación suya sin precedentes. Él mismo lo subrayó el 28 de junio de 2016, en su discurso durante la conmemoración del 65 aniversario de su ordenación sacerdotal, con palabras profundamente impregnadas de calor y estima: “¡Gracias sobre todo a usted, Santo Padre! Su bondad, desde el primer momento de mi elección, en cada momento de mi vida aquí, realmente me conmueve, interiormente. Más que en los Jardines Vaticanos, con su belleza, su bondad es el lugar donde vivo: me siento protegido”».
Pero no es todo. Gänswein cuenta que «Dos veces le tuvimos como invitado en el Mater Ecclesiae para comer y una vez Benedicto y yo fuimos a Santa Marta». Y añade: «Papa Bergoglio solía llevar de regalo vino y un tarro de dulce de leche, la sabrosa crema láctea de Argentina. Probablemente la idea le vino de una vez que me había preguntado qué le gustaba comer a Benedicto y yo le había contestado “dulces”, así que debió de referirse mentalmente a ese homónimo. Benedicto correspondió con limoncello elaborado por las Memores a partir de limones de nuestro jardín y con dulces típicos bávaros, por ejemplo en Navidad galletas Lebkuchen».
Que se haya dado una atención desmedida a las cuestiones humanas en torno a divergencia de pareceres es algo comprensible en cuanto que suscitan más la atención y alimentan la controversia. También inducen a comprar el libro. Es verdad que al tratarse de unas memorias estas pueden quedar limitadas o potenciadas por los aspectos emotivos positivos o negativos asociados a las experiencias de quien las comparte. Y en ese sentido es evidente que hay relaciones y tratos que Mons. Gänswein tiene más en el corazón. No es menos verdad que este libro permite conocer hechos desde la perspectiva de quien los cuenta y que para sacar valoraciones más amplias deberíamos conocer también la versión de la otra parte, de modo que no sólo se tiene una visión más completa sino también mejores conclusiones.
Como se mencionó al inicio, este libro era una obra preparada en espera de oportuna publicación. Se sabe que Benedicto XVI tuvo conocimiento del libro y que, según parece, pidió que de publicarse esto aconteciera una vez fallecido. Eso hace más comprensible también la obra de mercadotecnia –¿por parte de la editorial?– que ha terminado no sólo por afectar la imagen del Papa Francisco sino también la de Gänswein. Se trata de una mercadotecnia que apunta más a obtener buenas ventas que a respetar la intención del autor: «Estas páginas contienen un testimonio personal de la grandeza de un hombre apacible, un excelente erudito, un cardenal y un Papa que hizo historia en nuestro tiempo y que debería ser recordado como un faro de competencia teológica, claridad doctrinal y sabiduría profética. Pero también son un relato de primera mano que pretende arrojar luz sobre algunos aspectos incomprendidos de su pontificado y describir el verdadero “mundo vaticano” desde dentro» (p. 6). Que aprovechando todo este contexto haya quienes además buscaron usar de bandera a uno u otro protagonista para reivindicar sus propias posiciones ideológicas hace notar que estamos ante dos víctimas de un conflicto inflado.
Era el medio día del lunes 9 de enero de 2023 cuando la Sala de Prensa de la Santa Sede hacía pública la única audiencia privada del Papa Francisco. La persona recibida en audiencia era Mons. Georg Gänswein. Faltaban 3 días para la publicación oficial del libro. Habían pasado 9 desde el anuncio. Que el libro fue uno de los temas tratados, es más que seguro. Que otro tema fue el futuro del mismo Gänswein, puede darse también por descontado. Que el ambiente mismo de un encuentro personal haya dado posibilidad a uno y otro de explicarse mejor y entenderse más, es casi comprensible. Naturalmente eso no alimenta el conflicto.