Por: Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia/ Roma, 17.01.2023).- Diez años después de su renuncia y casi dos décadas después del inicio de su pontificado, sorprende (pero no sorprende) el afecto que acompañó los últimos días de la vida terrenal de Benedicto XVI y el luto tras su muerte. Más aún en una época que tiene la costumbre de olvidar rápidamente a sus héroes.
En un Occidente impregnado de relativismo ético e intelectual, se trata de una señal fuerte. La fe total y omnímoda -la Iglesia- propuesta por Benedicto XVI, y vivida por él personalmente, no es una imitación de una filantropía agnóstica, que vive su propia identidad con vergüenza, o peor aún, como una limitación. En el magisterio de Benedicto XVI, la Iglesia es la casa de Dios y del hombre, una alternativa verdadera y creíble no al mundo, sino a la mundanidad.
«Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son, por tanto, formas exigentes e insustituibles de la caridad», escribió Benedicto XVI en 2009 en la encíclica Caritas in veritate, caridad en la verdad. La verdad también en el dolor y el recuerdo.
Sorprende, en un Pontífice narrado como uno de tantos «no», constatar los muchos «sí» con los que tachonó su pensamiento sobre el hombre, la Iglesia y el mundo. Es agradable, por tanto, volver sobre algunos de los temas recurrentes del pontificado de Benedicto XVI, con gran sencillez y sin ninguna pretensión, ni mucho menos exhaustividad.
Jesucristo: camino, verdad y vida
«He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y está surgiendo de nuevo la razonabilidad de la fe», subraya Benedicto XVI en su testamento espiritual. «Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todos sus defectos, es verdaderamente su cuerpo”. Jesús no es un hombre bueno injustamente tratado, ni un filósofo, economista o revolucionario. Esta consideración –esta toma de conciencia– ha sido siempre la base y el fundamento de toda elaboración de Joseph Ratzinger.
Una fe centrada en la figura de Jesucristo, a la que no es ajena una afectuosa y familiar devoción mariana. Una fe que comprende profundamente la naturaleza de la Iglesia y configura su relación con el mundo. «Decir ‘creo en Dios’ significa fundar mi vida en Él, dejar que su Palabra la guíe cada día, en opciones concretas, sin miedo a perder algo de mí mismo», explicó Benedicto XVI en la audiencia general del 23 de enero de 2013, entre las últimas de su pontificado.
Iglesia, instrumento de Cristo
Si Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios, su Iglesia no puede reducirse a una organización social como tantas otras. Entre sus obras hay actividades caritativas, nada ajenas al propio Benedicto XVI, pero lo que las impulsa sigue siendo –o debería seguir siendo– el ejemplo divino de Cristo. «El Señor Jesús es la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que reúne en la unidad última todos los logros de la humanidad», explicó Benedicto XVI en 2010, durante la ceremonia de dedicación del templo y el altar de la Sagrada Familia, en Barcelona.
En Cristo, continúa Benedicto XVI, «tenemos la Palabra y la Presencia de Dios, y de Él la Iglesia recibe su vida, su doctrina y su misión. La Iglesia no consiste en sí misma; está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia». A su misión de «mostrar al mundo el rostro de Dios», el Card. Joseph Ratzinger también contribuyó con una nueva versión del Catecismo, publicada en 1992, durante el pontificado de Juan Pablo II, tras seis años de trabajo de una comisión coordinada por el propio Ratzinger.
Tradición y Vaticano II
En el pensamiento de Benedicto XVI, la Tradición «no es una colección de cosas, de palabras, como una caja de cosas muertas; la Tradición es el río de vida nueva que viene de los orígenes, de Cristo a nosotros, y nos implica en la historia de Dios con la humanidad» (Audiencia general, 3 de mayo de 2006). Un lugar privilegiado de encuentro y choque entre distintas interpretaciones de lo que es la Tradición –o el tradicionalismo– es el Concilio Vaticano II.
Incluso desde este punto de vista, el pensamiento de Benedicto XVI es claro: la comprensión correcta del Concilio no reside en una hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, sino en lo que Benedicto XVI –en su famoso discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005– define como una «hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado».
Este último inciso es igualmente importante, porque sitúa la custodia de un don, en lugar de la propiedad de un objeto. Es un distanciamiento de una dinámica que con demasiada frecuencia –y todavía hoy– ha aprisionado a la Iglesia: a la «izquierda», la concepción progresista del Vaticano II como ruptura con el pasado y «nuevo comienzo»; a la «derecha», «ruptura entre la Iglesia preconciliar y postconciliar». Una dinámica suicida, que «no pocas veces gozó de la simpatía de los medios de comunicación», subrayó Benedicto XVI. Una narrativa que «fundamentalmente malinterpreta la naturaleza del Consejo como tal. De este modo, se considera una especie de Asamblea Constituyente, que elimina una vieja Constitución y crea una nueva». Incomprensión (o intención mal disimulada) de algunos de los caminos sinodales actuales.
El valor del ecumenismo y del diálogo interreligioso
El pontificado de Benedicto XVI se ha distinguido por su impacto positivo en las relaciones con diversas Iglesias cristianas y comunidades de fe. Destacan los vínculos desarrollados con el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, con las comunidades judías y con el Islam, incluso en Italia. De Benedicto XVI, el Patriarca Bartolomé, desde las páginas de L’Osservatore Romano, recuerda hoy la amistad fraterna e «íntima», fundada en el «mismo objetivo de unidad y comunión en Jesucristo». El Gran Rabino de Roma, rabino Riccardo Di Segni, subraya el «altísimo nivel del interlocutor, firme en la fe y las convicciones, pero dispuesto a escuchar respetuosamente». Las principales confesiones islámicas italianas, Coreis y Ucoii, celebran sus «estudios doctrinales como apoyo a la fe» y su capacidad para «interpretar su papel de la mejor manera posible y sacrificarse por el interés general de la comunidad católica».
Testimonios de estima que desacreditan la conveniencia de un diálogo basado en la venta de la propia identidad. «Anarquismo moral e intelectual», la tarjeta de anclaje. Ratzinger en una entrevista para el diario italiano La Repubblica, que «lleva a dejar de aceptar una única verdad». Pero para que el diálogo no se reduzca a un «movimiento en el vacío», el terreno de confrontación se desplaza de la religión en sí misma a la cultura fruto de la tradición religiosa. Un «diálogo intercultural que profundice en las consecuencias culturales de las ideas religiosas básicas». Una cultura de culturas, de la que hoy se tiene con demasiada frecuencia la tentación de erradicar la fe.
Abusos en la Iglesia y clericalismo
A pesar de las acusaciones formuladas en 2010 y de nuevo a principios de 2022, Benedicto XVI es reconocido como uno de los principales protagonistas de la lucha contra los abusos sexuales, psicológicos y de poder en el seno de la Iglesia. En este sentido amplio debe entenderse el grito de Ratzinger en el Vía Crucis de 2005: «¡Cuánta inmundicia hay en la Iglesia, y precisamente entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían pertenecerle por completo!». Como cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe primero y luego como pontífice, es a Benedicto XVI a quien debemos el lanzamiento de una campaña de «tolerancia cero» contra los fenómenos de pederastia y efebofilia en el clero y para castigar a los culpables, incluidos los obispos del «silencio».
Cada vez es más urgente «reparar las injusticias del pasado y abordar las cuestiones más amplias de los abusos a menores», como escribió Benedicto XVI en una carta dirigida en 2010 a los católicos de Irlanda, uno de los países más afectados por estos atroces delitos. «Esta toma de conciencia, acompañada de un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y a sus familias, debe conducir a un esfuerzo concertado para garantizar la protección de los niños frente a delitos similares en el futuro».
En un intento de analizar las raíces de los comportamientos inmorales y delictivos, Benedicto XVI señala «la tendencia, también por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar modos de pensar y juzgar las realidades seculares sin referencia suficiente al Evangelio». Una tesis desarrollada de nuevo en 2019, con referencia al «derrumbe espiritual» y al «colapso de la teología moral católica» que se produjo tras la revolución del 68, que propugnaba «una libertad sexual total, que ya no toleraba ninguna norma».
No obstante, es necesaria una seria vigilancia contra «todo tipo de clericalismo, de alienación del mundo, que se acerca a los más marginados, a los más pobres, a los que están cerca de la muerte, y se entrega totalmente al amor por los pobres, por los marginados». Estas áreas no están en absoluto desconectadas, como subrayó Benedicto XVI en su conversación con sacerdotes de todo el mundo al concluir el Año Sacerdotal en junio de 2010. La falsa libertad, la cerrazón y el poder generan monstruos.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT