(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 23.01.2023).- Por la mañana del sábado 21 de enero, el Papa recibió en audiencia a los estudiantes del Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide. Se trata de un colegio en Roma para seminaristas y sacerdotes destinados a trabajar pastoralmente en territorios de misión. Fue fundado en 1627 por Urbano VIII y a él debe su nombre. Entre sus exalumnos se encuentra el Cardenal George Pell. Ofrecemos la traducción al castellano del discurso del Papa:
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Agradezco al Rector sus palabras y saludo a los formadores y a todos vosotros, estudiantes. Como estudiantes del Colegio Urbano, formáis parte del río vivo de una rica y antigua tradición, que se remonta a 1627, año en que el Papa Urbano VIII decidió fundar en Roma un seminario para la formación del clero destinado a los territorios llamados «de misión». Fue una intuición importante, que aún hoy conserva su validez y que estáis llamados a acoger e interpretar creativamente, dejándoos interpelar por las múltiples necesidades e interrogantes del tiempo en que vivimos. En efecto, toda la Iglesia está llamada hoy a una «conversión pastoral y misionera» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 25), también en la formación de los futuros sacerdotes, y en esta perspectiva podéis ser una inspiración y una ayuda para muchos otros.
Este año, 400 aniversario de la fundación de la Congregación De Propaganda Fide, en vuestro camino reflexionáis sobre el tema de la relación viva y personal con Jesús como fuente espiritual de toda misión, inspirándoos en el lema: «Para que estén con él… y para que sean enviados a predicar» (Mc 3,13). Por ello, me gustaría detenerme brevemente con usted en este mismo tema. Podemos preguntarnos: ¿cuáles son las características más importantes a cuidar y fortalecer durante el tiempo de formación inicial, para que podamos ser realmente discípulos-misioneros cercanos a Dios y a nuestros hermanos?
[1ª La autenticidad]
La primera característica que me gustaría destacar es el valor de la autenticidad, el valor de ser auténtico. De hecho, nuestra cercanía a Dios y a nuestros hermanos y hermanas se realiza y refuerza en la medida en que tenemos el valor de quitarnos las máscaras que llevamos, quizá para parecer perfectos, impecables y obsequiosos, o simplemente mejores. ¡Las máscaras, queridos hermanos, no son necesarias! Presentémonos a los demás sin pantallas, tal como somos, con nuestras limitaciones y contradicciones, superando el miedo a ser juzgados por no corresponder a un modelo ideal, que a menudo sólo existe en nuestra mente. Cultivemos «la sinceridad y la humildad de corazón, que nos permiten mirar con honestidad nuestras fragilidades y pobrezas interiores» (Ángelus, 23 de octubre de 2022). Recordemos que uno es un misionero creíble no por el vestido que lleva o las actitudes externas, sino por un estilo de sencillez y sinceridad. Esto es transparencia.
La credibilidad que reconocían en Jesús las personas que se encontraban con él (cf. Mc 1,22) procedía de la armonía que veían en él entre lo que anunciaba y lo que hacía. Armonía y coherencia. Así que, por favor, no tengáis miedo de mostraros como lo que sois, especialmente a esos hermanos y hermanas mayores que la Iglesia pone a vuestro lado como formadores. A veces puede surgir la tentación del formalismo, o el encanto del «papel», como si esto pudiera asegurarle la plena realización. No se deje engañar por estas soluciones, tan cercanas, pero falsas. San John Henry Newman, antiguo alumno de su Colegio, hablando de autenticidad, advertía contra la actitud de quienes «querrían actuar con dignidad y, en cambio, dejan de ser ellos mismos». La dignidad debe venir de vosotros mismos. Recordemos que entre el fariseo, que oraba «delante de sí mismo», y el publicano, que ni siquiera se atrevía a levantar la vista, sólo este último «volvió a su casa justificado» ( Lc 18,14).
[2ª La capacidad de ser uno mismo]
Una segunda característica que me gustaría recordar es la capacidad de salir de uno mismo. La vida de fe es un «éxodo» continuo, una salida de nuestros esquemas mentales, del encierro de nuestros miedos, de las pequeñas certezas que nos tranquilizan. De lo contrario, corremos el riesgo de adorar a un Dios que sólo es una proyección de nuestras necesidades, y por tanto un «ídolo«, y de no vivir tampoco encuentros auténticos con los demás. En cambio, es bueno que aceptemos el riesgo de salir de nosotros mismos, como hicieron Abraham, Moisés y los pescadores de Galilea que fueron llamados a seguir al Maestro (cf. Mc 1,16-20).
Y tienen la oportunidad de hacerlo ahora mismo en la vida comunitaria, especialmente en una comunidad de formación tan rica y variada como la suya, con tantas culturas, lenguas y sensibilidades. Es un gran don, éste, del que podéis enriqueceros en la medida en que cada uno de vosotros sea capaz de salir de su propio recinto para abrirse a los demás, a su mundo y a su cultura. Por eso os animo a vivir sin miedo el desafío de la fraternidad, incluso cuando exige dificultades y renuncias. Nuestro mundo y también la Iglesia necesitan testigos de fraternidad: que vosotros lo seáis, incluso ahora y cuando volváis a vuestras diócesis y países, a menudo marcados por divisiones y conflictos. Y también testigos de la alegría: «la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de discípulos» (Evangelii gaudium, 21); la «alegría misionera» que «tiene siempre la dinámica del éxodo y del don» (ibid.); la alegría de dar.
[3ª La apertura al diálogo]
Por último, quisiera subrayar una última característica del discípulo-misionero: la apertura al diálogo. En primer lugar, dialogar con Dios, en la oración, que es también un éxodo de nuestro ego para acogerle, mientras Él habla en nosotros y escucha nuestra voz. Y luego al diálogo fraterno, en una apertura radical al otro. San Juan Pablo II nos enseñó que el diálogo debe ser el estilo propio del misionero (Enc. Redemptoris missio, 55-56). Y Jesús nos lo mostró haciéndose hombre, abrazando los dramas, las preguntas y las expectativas de la humanidad sufriente en busca de paz. Queridos hermanos, el mundo necesita diálogo, necesita paz. Y necesita hombres y mujeres que sean sus testigos. Os exhorto a poneros en la escuela de esos «mártires del diálogo» que, incluso en algunos de vuestros propios países, han recorrido valientemente este camino para ser constructores de paz. No tengáis miedo de recorrerla también hasta el final, yendo a contracorriente y compartiendo a Jesús, comunicando la fe que Él os ha dado (cf. Exhort. ap. Christus vivit, 176).
Queridos hermanos, queridas hermanas, que la intercesión de María, nuestra Madre, y de tantos santos y bienaventurados antiguos alumnos os acompañe en este camino. De todo corazón os bendigo y os llevo en mis oraciones. Y uds. también, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT