Mural de Mark Ivan Rupnik

A propósito de Ribes y Rupnik: defender el arte, pero no perder la fuerza para denunciar hábitos tóxicos

«Para una persona que ama el arte, plantearse destruir obras es siempre y en cualquier caso inaceptable». Al mismo tiempo, «la violencia nunca debe justificarse». Entrevista con la teóloga e historiadora del arte Giuliana Albano.

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Por: Simone Varisco

 

(ZENIT Noticias / Roma, 16.02.2023).- ¿Es realmente sagrado el arte sacro? Depende. Observando lo que a veces adorna el espacio de los lugares de culto, mezclándose con arquitecturas de naturaleza incierta, resulta cada vez más difícil sentirse transportado hacia un «más allá» que no sea el horizonte plano del mundo material.

Inspirándose en la historia, cabe recordar que incluso en el Imperio Romano tardío, en las décadas que acompañaron a su desintegración, el arte llegó a representar con todo su realismo las contradicciones de un mundo en transición. Pero si el arte sacro ya no puede ser testigo de la fe, inevitablemente acaba siendo testigo de la falta de ella. Una miseria cultural y espiritual que no perdona ni siquiera a algunos de sus mecenas, incluso en la Iglesia.

Y luego están los artistas. Su obra, junto con su persona. Porque si es cierto que no todo el arte sacro que puebla las iglesias de todos los tiempos ha sido creado por artistas «santos», también es legítimo imaginar que una herida reciente duele más que una antigua. Y que puede ser más odiosa. Basta pensar en las acusaciones de pederastia lanzadas contra el sacerdote francés Luis Ribes, fallecido en 1994 y conocido como el «Picasso de las iglesias», o en los abusos sexuales, psicológicos y espirituales atribuidos por varias mujeres al jesuita esloveno Marko Ivan Rupnik. En ambos casos, se debate en todo el mundo si sus obras deben ser retiradas de los lugares de culto.

Hablo de ello con la profesora Giuliana Albano, codirectora con el padre jesuita Jean-Paul Hernández de la Escuela de Formación Avanzada en Arte y Teología (Safat) de la Pontificia Facultad del Sur de Italia (Pftim) – Sección San Luigi, la primera mujer que dirige una Escuela de Arte y Teología en Italia.

Profesora Albano, ¿todo el «arte sacro» es propiamente «arte sacro» que se encuentra en las iglesias?

Respuesta: A esta pregunta –quizá sería mejor decir «gran pregunta»– la respuesta canónica sería para mí citar en primer lugar las definiciones clásicas de «arte sacro», por ejemplo las de Titus Burckhardt, Timothy Verdon, o más bien lo que declaró el Concilio Vaticano II con el redescubrimiento de lo sagrado y la superación de la crisis religiosa en la posmodernidad.

Prefiero responder como historiadora del arte antes que como teóloga. Encerrar una obra de arte en una definición estricta es casi siempre imposible, y en el caso concreto de las obras colocadas en el interior de las iglesias, la frontera entre lo sagrado y lo profano se superpone constantemente. Basta pensar en los numerosos símbolos paganos que se encuentran en tantos lugares de las primeras comunidades cristianas o en los elementos profanos vinculados a ellas.

Pondré un ejemplo concreto: ¿es «La muerte de la Virgen» de Michelangelo Merisi da Caravaggio una obra de arte sacro? Creo que cualquiera que la contemple respondería que sí, y sin embargo el lienzo fue rechazado por quien la encargó. Pero el dramatismo de la escena no tiene precedentes en la historia de este tema, habitualmente interpretado como una solemne o delicada dormitio virginis como, por ejemplo, la había representado Pietro Cavallini en el mosaico de la cercana basílica de Santa Maria in Trastevere. Aquí, sin embargo, el genio de Caravaggio se centra en el mudo dolor de los pobres ante la muerte de su madre. Es la revolución que el pintor aporta al arte sacro, introduciendo a la gente humilde y la vida cotidiana para dar aún más credibilidad al acontecimiento narrado.

Merisi habla del dolor y de la muerte como un tormento indecible, y se diría que inconsolable, ante el cuerpo hinchado de la Virgen, ya extinta. Un vientre hinchado que se relaciona claramente con el tema de la maternidad de María. Un realismo que causó escándalo. Se dice que el artista utilizó como modelo el cuerpo de una prostituta ahogada en el Tíber; sin embargo, la verdad de la escena, el sentimiento coral de luto es claro, como si toda la humanidad llorara esta muerte, generando una atmósfera sagrada como pocas veces en el arte. Quizás en este punto deberíamos dejar a un lado las definiciones y confiar en nuestros instintos cuando nos enfrentamos a una obra de arte. En efecto, si una obra de arte nos ayuda a comprender las Sagradas Escrituras o, más en general, si facilita nuestra relación con el Señor, es ciertamente sagrada.

Sin embargo, objetivamente, es difícil captar la «sacralidad» de algunas obras de arte: ¿mal gusto o síntoma de una crisis de fe y de la Iglesia?

Respuesta: Es necesario reflexionar seriamente sobre el arte sacro, en particular el contemporáneo. ¿Qué comunica y cómo se interpretan sus lenguajes? ¿Es suficiente la corrección iconográfica para hablar de arte sacro? Como ya se ha dicho, los ejemplos de coexistencia de lo sagrado y lo profano en el arte son variados. Está en la propia naturaleza de muchos artistas, y existe un gran riesgo de que lo sagrado degenere en profano.

Algunos casos contemporáneos nos hacen reflexionar sobre cuestiones relativas a ámbitos que requieren necesariamente interdisciplinariedad y, sobre todo, profundizar en el diálogo entre estudiosos y profesionales a través de una multiplicidad de puntos de vista. Pienso en el altar y ambón de la basílica de Santa María Assunta de Gallarate, de Claudio Parmiggiani (2015-2018). Se trata de una obra importante, sin duda inquietante al principio, pero densa de significado, cargada del sentido de la historia y de su encuentro con la liturgia. Las cabezas «decapitadas» –sobre las que se ha centrado tanta polémica– pueden parecer, en efecto, un detalle macabro: sin embargo, no se puede olvidar que los altares de las antiguas basílicas se levantaban sobre los cuerpos de los mártires y que las imágenes de decapitaciones no son infrecuentes en la centenaria historia de la iconografía cristiana. Invitación, por tanto, a los cristianos a reflexionar sobre la muerte y la posibilidad de resurrección a través del sacrificio de Cristo celebrado durante la misa, la obra se convierte en una meditación para traer a la mente el misterio eucarístico. Es una combinación de dimensiones reales y espirituales, una dialéctica entre lo sagrado y lo profano que se desarrolla sin interrupción en un vórtice de luz. Obras de este tipo siempre provocarán debates interminables que, en mi humilde opinión, dejan inalteradas e indistintas las diversas posturas académicas.

En los últimos años, obedeciendo a la llamada «cultura de la cancelación», se ha arremetido una y otra vez contra monumentos erigidos en honor de personalidades del pasado, consideradas inaceptables según la mentalidad imperante en la actualidad. ¿Qué pensar, sin embargo, si la razón de la hostilidad radica más bien en acontecimientos más recientes de la actualidad, incluidos los eclesiásticos?

Respuesta: Para una persona que ama el arte plantearse destruir obras es siempre y en todo caso inaceptable. Parece aún más odioso si la motivación se basa en una ideología o creencia religiosa. Las obras del pasado siempre tienen un enorme valor histórico e incluso pueden tener valor artístico en algunos casos. Pensar que destruir estas obras puede servir para reforzar las ideas o creencias del momento es síntoma de falta de inteligencia. Al contrario, normalmente estas acciones ponen de manifiesto una flagrante debilidad de quienes las llevan a cabo y de la ideología que representan.

Los periodos históricos, aunque sean muy negativos, deben ser contados y estudiados para, eventualmente, analizarlos y evitarlos en el futuro. Las obras del pasado representan la memoria histórico-artística que hay que preservar y defender a toda costa. ¿Por qué Isis destruyó los templos de Palmira? ¿Por qué centró también su estrategia en la disolución de la memoria histórica y artística? Porque ésta, al vincular el presente con el pasado, refleja los caminos del hombre, el arte es la memoria del hombre en su dimensión más auténtica; no se detiene en las formas, sino que a través de ellas cuenta la historia humana. Por su propia naturaleza, el arte está abierto al diálogo, a compartir, es capaz de testimoniar como ninguna otra expresión humana el sentido y los valores de un destino común. La historia del arte, para leerla en profundidad, da testimonio constantemente de este hecho, que está en la base del mestizaje de lenguajes y sensibilidades, tanto en el arte visual como en la arquitectura, más allá de las mismas razones históricas que hayan podido determinarlos.

Quitar obras de arte de un lugar de culto no es como quitarlas de una plaza. ¿Tiene la liturgia, o incluso la teología, algo que decir al respecto? ¿Qué relación existe, si es que existe alguna, entre el arte sacro y la santidad del artista?

Respuesta: Sólo puedo responder a esta pregunta como codirector de la Escuela Superior de Arte y Teología y profesor de Arte Sacro. Nuestra Diplomatura pretende ser un lugar de verdadera elaboración teológica, capaz de renovar la hermenéutica del arte cristiano y de proporcionar una nueva dimensión de reflexión teológica. Por lo tanto, la propuesta de la Escuela no es una yuxtaposición de cursos de arte y teología. La Escuela se llama «de arte y teología»: la conjunción «y» expresa el desafío de una verdadera teología del arte.

Como nos recuerda el Papa Francisco, la teología no es un fin en sí misma, sino que sólo tiene sentido si está en salida. Una salida que es, al mismo tiempo, «escucha» y «diálogo», es decir, un dejarse implicar en los diferentes contextos y realidades humanas que abordan el arte y su teología. La Escuela pretende una lectura completamente diferente de las obras, un estudio sistemático de cómo se «proyecta» la experiencia de la fe en la organización del espacio, tanto real (arquitectura) como figurativo (pintura). Así, leer y disfrutar de la obra de arte a través de las herramientas del análisis narrativo, para «devolver la palabra al arte» desde una perspectiva teológica. El objetivo es «hacer hablar» a un edificio de culto: no sólo analizar los fenómenos artísticos, sino también valorizar el arte cristiano. Leer teológicamente, antropológicamente, un espacio. Y es el horizonte teológico, litúrgico y espiritual el que debe ser «convocado» para interpretar científicamente una obra creada para la liturgia y para la oración. La necesidad de trabajar en la dirección de conexiones claras entre obra de arte, contexto y liturgia. De ahí la importancia de formar a aquellas figuras que podrían crear un sano debate sobre lo contemporáneo: me refiero no sólo a artistas, arquitectos y diseñadores, sino también a liturgistas y presbíteros. Una buena formación podría reactivar este diálogo y hacerlo fructífero.

Los acontecimientos más o menos recientes, incluso en la Iglesia, nos hablan de una posible conexión entre el arte y el abuso de las mujeres. ¿Qué siente usted como profesional, pero sobre todo como profesional que es una mujer?

Respuesta: Tanto se lee sobre este drama y tantas son las opiniones de la sociedad pública. Los que condenan, los que intentan comprender, los que generalizan y los que hacen distinciones, creyendo que la violencia no siempre va necesariamente dirigida al ‘sexo débil’. El término violencia significa ‘violar’, es decir, sobrepasar los límites de la voluntad de otra persona, y se refiere a aquellas acciones ejercidas por una persona sobre otra, para obligarla a actuar en contra de su voluntad. En un mundo donde la violencia contra las mujeres es un drama que desgraciadamente sigue presente, historias como la de la artista Artemisia Gentileschi, violada por Agostino Tassi, pintor colaborador de su padre Orazio Gentileschi, pueden ser un ejemplo positivo para todos, para que nunca perdamos la voz y la fuerza para denunciar y luchar contra hábitos tóxicos y comportamientos profundamente humillantes, que desgraciadamente se siguen tolerando o incluso justificando.

Artemisia Gentileschi es el ejemplo de una mujer indomable, orgullosa y con talento. No sigue las reglas: representa temas que no se consideran adecuados para una pintora, pinta temas sagrados, históricos, sobre todo heroínas bíblicas, porque a través de ellos expresa su propia fuerza y sobre todo el drama de su vida. Las mujeres que pinta siempre tienen algo de ella, de su historia, en los ojos; no sólo tienen un cuerpo, sino también un alma que brilla a través del lienzo. A través de la pintura, la artista consigue encontrar una forma de dar voz a su dolor, de vengarse sin ser aniquilada por una sociedad machista y cerrada. Su grandeza fue ser capaz de transformar el dolor y la vergüenza en un camino hacia la belleza. La violencia no debe existir y nunca debe justificarse, ya que ninguna «buena razón» puede permitir que una persona atente contra la dignidad de otra. Por desgracia, esto no siempre ocurre, la violencia existe, al igual que existen las guerras, y por ello hay que comprender sin justificar. La violencia nunca debe justificarse.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT

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Redacción Zenit

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