Por: George Weiwel
(ZENIT Noticias / Denver, 13.03.2023).- En su Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), el Concilio Vaticano II frenó con firmeza el «ultramontanismo», la teoría recalentada de la supremacía papal que reducía a los obispos locales a directores de sucursal que se limitan a ejecutar los dictados del director general de la Catholic Church Inc. en Roma. El golpe de gracia para el concepto distorsionado de autoridad eclesial del ultramontanismo llegó en el párrafo 27 de la constitución dogmática:
Los obispos, como vicarios y embajadores de Cristo, gobiernan las iglesias particulares que les han sido confiadas. (…) Esta potestad, que ejercen personalmente en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e inmediata, aunque su ejercicio está regulado en última instancia por la suprema autoridad de la Iglesia, y puede ser circunscrito por ciertos límites, en beneficio de la Iglesia o de los fieles. En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho y el deber ante el Señor (…) de moderar todo lo concerniente a la ordenación del culto (…)».
Una de las muchas rarezas de este momento católico es que, en nombre de una «sinodalidad» proclamada como cumplimiento de la promesa del Vaticano II –que presumiblemente incluye la enseñanza del Concilio sobre la autoridad de los obispos locales como verdaderos vicarios de Cristo– la «autoridad suprema de la Iglesia» está socavando gravemente la autoridad episcopal micro-gestionando con mano dura el uso de la Forma Extraordinaria del Rito Romano (la llamada «Misa Tradicional en Latín» o TLM). El último ejemplo de este nuevo ultramontanismo llegó en un rescripto del 21 de febrero, cuando «la suprema autoridad de la Iglesia» estableció que, en adelante, los obispos deben obtener permiso del Cardenal Arthur Roche y del Dicasterio para el Culto Divino antes de permitir el uso de la Forma Extraordinaria en las iglesias parroquiales, y antes de permitir que los sacerdotes ordenados después del 16 de julio de 2021 celebren la TLM.
El portavoz periodístico del actual pontificado, el norteamericano Gerard O’Connell, aplaudió de forma fidedigna este diktat por dejar «claro que los obispos no pueden tomarse la justicia por su mano». Todo lo contrario: el rescripto del 21 de febrero contradice la enseñanza de Lumen Gentium 27 sobre el papel del obispo local como principal liturgista de su diócesis. Tampoco define la «ventaja [para] la Iglesia o [para] los fieles» del ejercicio de la autocracia papal del rescripto. Así, una vez más, los obispos quedan reducidos a secuaces ejecutores de órdenes del cuartel general global romano.
En una ironía que parece escapárseles, los apologistas del nuevo ultramontanismo replican que este apaleamiento de los obispos locales era necesario porque los tradicionalistas litúrgicos niegan la autoridad del Vaticano II. Esto es cierto para algunos. Pero los negadores conciliares son una fracción minúscula de esa pequeña pero vital minoría de católicos que encuentran su culto mejorado por la Forma Extraordinaria del Rito Romano. ¿No sería mejor que «la suprema autoridad de la Iglesia» dirigiera su atención corporativa al catastrófico colapso de la asistencia a misa en todo el mundo occidental? ¿O a los abusos habituales de la práctica litúrgica en países como Suiza y Alemania? ¿En qué beneficia «a la Iglesia o… a los fieles» despreciar como leprosos litúrgicos a quienes asisten a la iglesia todos los domingos, y luego ordenar a sus obispos que, de ahora en adelante, esos malhechores sean desterrados al gimnasio de la parroquia para asistir a misa?
El rescripto de Roche también plantea las cuestiones más serias sobre la «sinodalidad», aumentando la preocupación de que este término indefinido y torpe sea la tapadera de un intento coordinado de imponer una interpretación católica Lite del Vaticano II a toda la Iglesia mundial. Ese intento fracasará. Pero se hará mucho daño pastoral en el proceso, y se perderá una oportunidad de profundizar en la recepción por parte de la Iglesia de la auténtica enseñanza del Vaticano II.
Soy un hombre del Novus Ordo. Quien dude de que el Novus Ordo pueda celebrarse con el asombro y la reverencia que los católicos del TLM encuentran en la Forma Extraordinaria, puede ver la celebración del Solemne Réquiem Pontificio por el Cardenal George Pell en Sydney, Australia, o los vídeos de la Misa dominical de la Iglesia Católica de Santa María en Greenville, Carolina del Sur. También rechazo, de hecho deploro, la polémica anti-Vaticano II de una minoría marginal de tradicionalistas litúrgicos, que tontamente entregaron un arma cargada a sus enemigos romanos.
Sin embargo, como estudioso del Concilio y autor de To Sanctify the World, me parece que el rescripto de Roche viola tanto la letra como el espíritu de lo que enseñó Lumen Gentium, al tiempo que no contribuye en nada a la correcta aplicación de la Constitución del Concilio sobre la Sagrada Liturgia.
Estas cuestiones, y el Cardenal Roche, van a ser objeto de considerable atención en el Sínodo 2023 en octubre, y en las Congregaciones Generales antes del próximo cónclave.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.