Por: Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 28.03.2023).- Es el 24 de marzo de 1966 y, por primera vez en cuatro siglos, un Arzobispo de Canterbury, Michael Ramsey, vuelve a reunirse con un Pontífice, Pablo VI. Hubo un precedente seis años antes, con Juan XXIII y Geoffrey Francis Fischer, pero en ese caso se había tratado de una visita privada. Según el programa, Pablo VI y Ramsey, que se habían reunido el día anterior, dirigen una celebración ecuménica en la basílica de San Pablo Extramuros de Roma. La liturgia subraya la cercanía fraternal entre ambos y la Declaración Conjunta firmada en la ocasión confía a la historia «un nuevo clima de comunión cristiana entre la Iglesia Católica Romana y las Iglesias de la Comunión Anglicana».
Pero es fuera de la basílica donde se espera que Ramsey tenga una cita con la historia. Entre los pocos que han sido informados se encuentran el secretario del Papa, Don Pasquale Macchi, y el capellán de Ramsey, John Andrew, que había sido contactado en privado por Macchi la noche anterior, junto con otro de los colaboradores de Ramsey. Se acuerda que será una sorpresa para el Arzobispo de Canterbury.
Y la sorpresa tiene éxito. Por no decir otra cosa. Pablo VI, ayudado por Andrew con los ingleses, pide a Ramsey que se quite el anillo que lleva en el dedo. Antes de que éste se dé cuenta, Pablo VI lo sustituye por el suyo, de oro y piedras. Un regalo, también para Pablo VI: recibido dos años antes, a su regreso de la histórica peregrinación a Tierra Santa, del filósofo francés Jean Guitton, primer auditor laico del Concilio Vaticano II.
Las implicaciones eclesiales podrían ser muchas, pero se resumen más sencillamente en un «diálogo [que] debería incluir no sólo cuestiones teológicas como la Escritura, la Tradición y la liturgia, sino también cuestiones de dificultad práctica sentidas por ambas partes». Una «teología de la vida», como en la obra de Joseph Ratzinger.
Varias fotografías inmortalizan el regalo del anillo. Una, en particular, está cargada de un poder evocador especial, con la estatua de San Pablo al fondo bendiciendo «la unión», junto con los mosaicos del Agnus Dei y los Apóstoles en el Monte del Paraíso e, inmediatamente debajo, algunos de los profetas del Antiguo Testamento.
Pero, para Ramsey, más que el ambiente, el gesto merece la pena. El saludo a Pablo VI es un abrazo entre lágrimas. También afectuosa es la despedida de su capellán John Andrew, que –sin anillo para besar deslizado en el dedo del Papa– se arrodilla y besa sus manos, inmediatamente hechas levantar de nuevo por Pablo VI.
Ramsey lleva el anillo de Pablo VI durante el resto de su vida. El objeto, que aún hoy conserva su valor simbólico, pasó más tarde a ser propiedad del palacio de Lambeth, residencia oficial de los Arzobispos de Canterbury. Es costumbre que el anillo que un día perteneció a Montini lo sigan llevando los Arzobispos de Canterbury en sus visitas a los Papas. Así lo hicieron, por ejemplo, Rowan Williams con Juan Pablo II y, más recientemente, Justin Welby con Francisco.
Entre los pliegues del relato, resulta curiosa la historia personal de John Andrew, capellán del Arzobispo Ramsey. Y no sólo porque se convierte en el propietario de la caja que contenía el anillo de Montini, que le regaló el Papa. Sino sobre todo porque toda su vida está entretejida con las relaciones ecuménicas con la Iglesia católica, hasta la misma noche de su muerte.
Capellán controvertido de Ramsey de 1961 a 1969, Andrew se muestra de vez en cuando demasiado joven (30 años cuando entró en el palacio de Lambeth), demasiado instrumental para filtrar los contactos con Ramsey, demasiado aficionado a los zapatos de lujo, a la porcelana y a la alta sociedad. En realidad, la suya es una carrera brillante, aunque significativamente nunca coronada por el episcopado, marcada también por su experiencia en la famosa iglesia de Santo Tomás de la Quinta Avenida de Nueva York, entre los edificios de culto más emblemáticos del mundo. De Andrew, muchos fieles recuerdan su compromiso con la música litúrgica, su gran capacidad pastoral y de predicación, y su incansable labor de tejido ecuménico con la Iglesia de Roma.
En esto le avalan sus numerosas relaciones con destacados exponentes de las Iglesias cristianas, dentro y fuera de la Iglesia anglicana. En el ámbito católico, su amistad con el Card. Terence Cook, Arzobispo de Nueva York, y con el Card. Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. También el 17 de octubre de 2014, la noche de su muerte por paro cardíaco, John Andrew cena con el Arzobispo John J. O’Hara, Obispo auxiliar de Nueva York. Algunos dicen que soñaba con morir en la Iglesia católica. Testigo de un «matrimonio entre iglesias», nunca se casó.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.