(ZENIT Noticias / Roma, 17.04.2023).- La Iglesia peregrina en el mundo gracias a la acción del Espíritu Santo y a la respuesta fiel y humilde de tantos millares de cristianos que, en el silencio de sus existencias, se dejan transformar por la gracia. En esta historia, sin embargo, hay algunos nombres que dejan huella a causa de su protagonismo en los diversos ámbitos de la Iglesia.
El año próximo conmemoraremos los cincuenta años de la muerte del cardenal Jean Daniélou (1905-1974) uno de los teólogos más influyentes durante el Concilio Vaticano II.
Hijo de un ministro de la Tercera República, de extracción anticlerical, y de Madeleine Daniélou, una de las mayores pedagogas católicas francesas del siglo XX, Jean, desde muy joven, entró en contacto con los círculos intelectuales y culturales franceses. Fue compañero de Jean Paul Sartre en la Sorbona, estableció una estrecha amistad con Emanuel Mounier, conoció a Jacques y Raïsa Maritain, fue amigo de filósofos, escritores y artistas. A los 24 años entró en la Compañía de Jesús en donde estudió la teología junto a von Balthasar, bajo la protección del Padre Henri de Lubac. Sentirá el influjo de Pierre Teilhard de Chardin, con quien compartirá momentos en París. Escribió numerosos libros cuyo influjo alcanzó al Vaticano II. Fue uno de los impulsores de la así llamada Nouvelle Théologie. En 1965 fue creado cardenal por el Papa Pablo VI. Murió en París, en circunstancias todavía no claras, el 20 de mayo de 1974.
Para conocer más sobre este grande teólogo, hemos invitado al P. Marcelo Bravo Pereira, Profesor de Teología dogmática y del pluralismo religioso en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y un experto en la teología de Daniélou. Ofrecemos la primera parte de la entrevista.
Pregunta: P. Marcelo, ¿nos podría comentar cómo nació su interés por este teólogo?
Respuesta: Mi interés por Daniélou se remonta a la elaboración y defensa de mi tesis doctoral. Estaba buscando un argumento relacionado con la teología de las religiones y Daniélou aparecía como uno de los iniciadores de la reflexión cristiana sobre las religiones. De hecho, en el documento de la Comisión Teológica Internacional Cristianismo y religiones de 1996, se habla de dos tendencias en el seno de la teología católica, la tendance Daniélou, o teoría del cumplimiento, y la tendance Rahner, llamada también teoría de la presencia de Cristo en las religiones. Así fue que decidí profundizar en Daniélou, porque me parecía que su propuesta respetaba mejor la centralidad de Cristo y de la Iglesia, sin por ello, despreciar las religiones o cerrar las puertas de la salvación a los no cristianos.
Al presente estoy preparando una bibliografía completa de todas las obras de Daniélou y un libro sobre su método teológico. En preparación al aniversario he comenzado un blog y un grupo de investigación (www.cardinaldanielou.com) para ofrecer textos y artículos del grande teólogo.
¿En qué contexto teológico se coloca Daniélou? ¿Cuál es su tradición teológica?
Respuesta: Daniélou tiene una forma de hacer teología que no se encierra en una escuela o en una tradición particular. De hecho, Daniélou, junto con de Lubac, von Balthasar, Congar, Chenu y otros, fueron etiquetados de teólogos peligrosos, representantes de una nouvelle théologie, que parecía poner en discusión a la teología escolástica como única forma de ejercer el oficio de teólogo.
En 1946, publicó un artículo que cayó como una bomba en los círculos más tradicionales, Las orientaciones presentes del pensamiento religioso, en el que ofrecía cinco áreas para una renovación eficaz de la teología: primero, el primado del dato revelado, considerando a Dios, no como un objeto de estudio, sino como el sujeto por antonomasia; segundo, el retorno a las fuentes – Daniélou, junto con de Lubac, iniciarán la colección de textos patrísticos conocida como Sources Chrétiens –, retorno a la Biblia, a la Liturgia, a los Padres de la Iglesia; tercero, la apertura a las corrientes filosóficas, en particular al existencialismo; cuarto, la apertura a la ciencia, gracias al influjo del P. Teilhard de Chardin; y en quinto lugar, el contacto con la vida, es decir, que la teología no puede ser abstracta, sino que tiene que partir de las realidades concretas y debe responder a los problemas del hombre de hoy. Si nos damos cuenta, podemos encontrar estas cinco áreas en las enseñanzas del Papa Francisco. No por casualidad ambos son jesuitas.
Entonces Daniélou rechaza el tomismo…
Respuesta: ¡Absolutamente no! Es necesario, sin embargo, hacer dos observaciones importantes. La primera es que hay que reconocer un desarrollo histórico en el pensamiento de santo Tomás. M.D. Chenu, otro grande teólogo de la época, esta vez dominico de la escuela francesa de Le Saulchoir, mostró la necesidad de estudiar a santo Tomás desde una perspectiva histórica. Santo Tomás no estaba encerrado en esquemas rígidos y su teología respondía a las necesidades de la época. Con el pasar de los siglos, las nuevas circunstancias nos exigen nuevas respuestas. El tomismo es un punto de partida, no es un punto de llegada…
La segunda observación es que no existe «el tomismo» a secas: existe el tomismo de santo Tomás, el de los teólogos tridentinos, el tomismo de Bañez y de Molina, de Suárez, de Maritain y de Garrigou-Lagrange, de Cornelio Fabro y de Lonergan. Todos tienen características propias porque vivieron en periodos y lugares diversos, con problemas diversos. Como se ve la escolástica es un fenómeno bastante vario y diversificado.
Daniélou reconocía constantemente la grandeza de Santo Tomás de Aquino, pero sentía un rechazo hacia el tomismo de su época. Sus referencias al «Aquinate» son frecuentes. Sin embargo, no se deja circunscribir a una única forma de pensamiento. En esto sigue al mismo santo Tomás. De hecho, Daniélou afirma que la importancia del Doctor Angélico para la Iglesia se debe a tres características de su teología, que se constituyen como el fundamento para todo el pensamiento cristiano. La primera característica es la confianza en las capacidades del hombre de conocer la verdad.
La revelación se nos presenta como verdad, ahora bien, si el hombre está sumido en el relativismo, no podrá reconocer el mensaje evangélico como verdad. La recaída en el fideísmo o en el escepticismo es segura. La doctrina de santo Tomás reconoce que nuestra mente puede elevarse por encima del relativismo. Ciertamente no puede conocer toda la verdad o de manera absoluta o ahistórica, pero eso no significa negar la posibilidad… El pecado original hirió nuestra naturaleza, pero no la destruyó completamente.
La segunda característica es la consideración de la revelación como criterio último para verificar mis «hipótesis teológicas». Cualquier cosa que un teólogo diga debe estar en sintonía con la revelación. Ésta, como afirmaba, Ratzinger, se nos ha trasmitido «modo piscatorio», de modo que pueda ser comprendida por un pescador… Esta revelación es más que un número determinado de «afirmaciones sobre Dios». La revelación parte de un evento, la resurrección de Cristo y acción en la Iglesia. El Cristo del Evangelio, dentro de la Iglesia, es el punto de partida de cualquier teología. Todo lo que contradiga este fundamento deberá ser descartado o reconsiderado.
Finalmente, en el esfuerzo por profundizar en la verdad revelada, el teólogo deberá hacer uso de todas sus capacidades intelectuales, escuchando a quien pueda ayudarle a esclarecer más y más el mensaje de Cristo. Santo Tomás parte del evangelio, pero luego se sirve de Platón, san Agustín, Dionisio Areopagita, del neoplatónico Proclo, de Aristóteles, de los filósofos musulmanes y judíos… Toda verdad proviene de Dios, y puede servir para hacer teología… Claro que es necesario un discernimiento, pero éste será a la luz del segundo principio que he enumerado. Una «teoría» no será falsa o verdadera porque contradice o afirma lo que dijo santo Tomás, sino en la medida en que respete las fuentes de la revelación.
Daniélou dedicó su vida a presentar el pensamiento de los padres de la Iglesia, especialmente de los padres griegos ¿Cuál sería la novedad de los Padres?
Respuesta: Daniélou no sólo se limitó a estudiar a los Padres – casi como si se tratara de arqueología –, sino que, a partir de los Padres, intentó ofrecer soluciones a los problemas reales de la Iglesia y de la sociedad. Escribió una trilogía tremendamente importante: «La teología del judeo-cristianismo», «Mensaje evangélico y cultura helenística» y «Los orígenes del cristianismo latino», este último publicación póstuma. El cardenal estaba convencido de que el conocimiento de la teología de los primeros siglos era fundamental para comprender el significado del cristianismo en el presente, precisamente en un período de cambio de paradigma cultural. Hoy se habla tanto de postmodernismo. El cristianismo, como lo hemos conocido en el siglo XX, es moderno, es el cristianismo cultural que surge de la sociedad burguesa y urbana, a diferencia del cristianismo medieval, que era principalmente agrario. Todavía nos estamos preguntando cómo debería ser el cristianismo postmoderno de la segunda mitad del siglo XXI. Aquí los Padres de la Iglesia nos podrían iluminar mucho.
Los Padres de la Iglesia tuvieron la importante misión de traducir el mensaje evangélico, que provenía de una cultura semítico-judaica, a un nuevo contexto cultural, griego y académico. También ellos fueron, a su modo, postmodernos para su época. El proceso no fue para nada fácil. Las herejías cristológicas demuestran cuánto difícil fue traducir la revelación, transmitida por judeocristianos poco helenizados, a la cultura griega y después a la romana. Dos eran las alternativas que se presentaban a la Iglesia de entonces: el anacronismo tradicionalista o el relativismo progresista. Como se ve, no hemos cambiado mucho. Los Padres de la Iglesia, sobre todo los griegos, supieron mantenerse fieles a la tradición, pero encontrando nuevos modos de expresar el misterio y nuevas formas de vivir la fe, ya no judías, sino griegas.
Además de lo que he dicho, existe un tema de la reflexión de los Padres y que era muy actual en tiempos de Daniélou. Me refiero a la categoría de «historia». Los existencialistas, y en particular Heidegger, nos presentaron al Dasein, al hombre arrojado a la existencia, temporal, contingente… Esta noción era más bien desconocida a la escolástica después de santo Tomás, que dependía todavía del aristotelismo y de la noción teológica de ciencia. Daniélou y los demás teólogos de su tiempo, sobre todo los de la Nouvelle théologie, rescataron la noción de historia de los Padres y la confrontaron con el existencialismo. Ante el Dasein, perdido en una historia absurda, los Padres presentaron a Jesucristo, Señor de la historia, que, a través de sus acciones maravillosas, lleva la Iglesia hacia su cumplimiento final. La teología escruta los signos de los tiempos de esta historia de salvación.
Daniélou ve tres elementos que los Padres consideran de la historia de la salvación. La primera es la sinergia: Dio guía la historia teniendo en cuenta la respuesta del hombre. En virtud de esta sinergia, el hombre no es un muñeco en manos de un Destino ciego, pero tampoco es el único artífice del propio destino, como sería la visión secular y progresista (la del self made man).
La segunda característica es la condescendencia. En esta historia, Dios toma en cuenta nuestra fragilidad, se abaja a nuestra situación y nos lleva por un camino progresivo de revelación; es decir, no se revela de un golpe, sino poco a poco, siguiendo una progresión ordenada. Los Padres llamaban a esta progresión akolouthia. En la Biblia vemos que Dios lleva a cabo su plan incluso a través del pecado del pueblo. Habría muchos ejemplos, pero basta lo que he dicho.
Finalmente, el eschatos. La historia tiene un fin. Este fin coincide con Cristo mismo, Señor de la historia.
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En la edición del miércoles 19 la segunda parte sobre la vida privada del cardenal Daniélou y las circunstancias de su muerte.