(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 26.08.2023).- La mañana del sábado 26 de agosto una delegación del Premio è Giornalismo fue recibida por el Papa en el Palacio Apostólico del Vaticano. La razón del encuentro fue conferir dicho reconocimiento al Papa Francisco.
El Premio è Giornalismo es un reconocimiento en ámbito periodístico iniciado en 1995 por célebres personajes de esa profesión como Indro Montanelli, Enzo Biagi, Giorgio Bocca y Giancarlo Aneri. Es también el reconocimiento periodístico con la mayor dotación económica (unos 15 mil euros). En la historia ha sido entregado a italianos. Tras un británico y un estadounidense, el Papa es el tercer no italiano en recibir el premio.
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Os saludo y os doy las gracias por este encuentro y por la concesión del Premio «es Periodismo». Debéis saber que yo, incluso antes de ser obispo de Roma, solía rechazar la oferta de premios. No recibía ninguno, no quería. Y he seguido haciéndolo incluso como Papa. Hay, sin embargo, una razón que me ha impulsado a aceptar el vuestro, y es la urgencia de una comunicación constructiva, que favorezca la cultura del encuentro y no de la confrontación; la cultura de la paz y no de la guerra; la cultura de la apertura al otro y no del prejuicio. Todos ustedes son ilustres exponentes del periodismo italiano. Permitidme, pues, que os confíe una esperanza y también que os dirija con franqueza una petición de ayuda. Pero no os pido dinero, ¡tenedlo por seguro!
La esperanza es ésta: que hoy, en una época en la que todo el mundo parece comentarlo todo, incluso al margen de los hechos y a menudo incluso antes de informarse, redescubramos y volvamos a cultivar cada vez más el principio de realidad -la realidad es superior a la idea, siempre-: la realidad de los hechos, el dinamismo de los hechos; que nunca están inmóviles y siempre evolucionan, hacia el bien o hacia el mal, para no correr el riesgo de que la sociedad de la información se convierta en la sociedad de la desinformación. La desinformación es uno de los pecados del periodismo, de los que hay cuatro: la desinformación, cuando el periodismo no informa o informa mal; la calumnia (a veces se utiliza); la difamación, que es diferente de la calumnia pero destruye; y el cuarto es la coprofilia, es decir, el amor al escándalo, a la inmundicia, el escándalo vende. La desinformación es el primero de los pecados, los errores -digamos- del periodismo.
Pero para ello es necesario difundir una cultura del encuentro, una cultura del diálogo, una cultura de la escucha del otro y de sus razones. La cultura digital nos ha traído tantas nuevas posibilidades de intercambio, pero también corre el riesgo de convertir la comunicación en eslóganes. No, la comunicación es siempre de ida y vuelta. Digo, escucho y respondo, pero siempre dialogando. No es un eslogan. Me preocupan, por ejemplo, las manipulaciones de quienes propagan interesadamente noticias falsas para dirigir la opinión pública. Por favor, no cedamos a la lógica de la oposición, no nos dejemos influir por el lenguaje del odio. En la dramática coyuntura que vive Europa, con la continuación de la guerra en Ucrania, estamos llamados a una sacudida de responsabilidad. Mi esperanza es que se dé espacio a las voces de la paz, a quienes se comprometen a poner fin a éste como a tantos otros conflictos, a quienes no se rinden a la lógica «cainista» de la guerra sino que siguen creyendo, a pesar de todo, en la lógica de la paz, en la lógica del diálogo, en la lógica de la diplomacia.
Y ahora llego a la petición de ayuda. Precisamente en este momento, en el que se habla mucho y se escucha poco, y en el que el sentido del bien común corre el riesgo de debilitarse, toda la Iglesia se ha puesto en camino para redescubrir juntos la palabra. Debemos redescubrir juntos la Palabra. Caminar juntos. Cuestionar juntos. Asumir juntos el discernimiento comunitario, que para nosotros es oración, como hicieron los primeros Apóstoles: esto es la sinodalidad, que quisiéramos convertir en hábito cotidiano en todas sus expresiones. Precisamente con este fin, dentro de poco más de un mes, obispos y laicos de todo el mundo se reunirán aquí en Roma para un Sínodo sobre la sinodalidad: escuchar juntos, discernir juntos, orar juntos. La palabra juntos es muy importante. Estamos en una cultura de la exclusión, que es una especie de capitalismo de la comunicación. Quizá la oración habitual de esta exclusión sea: ‘Te doy gracias, Señor, porque yo no soy así, yo no soy así, yo no soy…’: se excluyen a sí mismos. ¡Debemos dar gracias al Señor por tantas cosas buenas!
Comprendo perfectamente que hablar de un «Sínodo sobre la sinodalidad» pueda parecer algo abstruso, autorreferencial, excesivamente técnico, de poco interés para el gran público. Pero lo que ha sucedido en el último año, que continuará con la asamblea del próximo mes de octubre y luego con la segunda fase del Sínodo 2024, es algo verdaderamente importante para la Iglesia. Es un camino que san Pablo VI inició al final del Concilio, cuando creó la Secretaría del Sínodo de los Obispos, porque se había dado cuenta de que en la Iglesia occidental había desaparecido la sinodalidad, mientras que en la Iglesia oriental tienen esta dimensión. Y este camino de tantos años -60 años- está dando grandes frutos. Por favor, acostumbrémonos a escucharnos, a hablar, a no cortarnos la cabeza por una palabra. A escuchar, a discutir de manera madura. Es una gracia que todos necesitamos para avanzar. Y es algo que la Iglesia de hoy ofrece al mundo, un mundo tan a menudo incapaz de tomar decisiones, incluso cuando está en juego nuestra propia supervivencia. Estamos intentando aprender una nueva forma de vivir las relaciones, escuchándonos unos a otros para oír y seguir la voz del Espíritu. Hemos abierto nuestras puertas, hemos ofrecido a todos la oportunidad de participar, hemos tenido en cuenta las necesidades y sugerencias de todos. Queremos contribuir juntos a construir la Iglesia en la que todos se sientan en casa, en la que nadie quede excluido. Esa palabra del Evangelio que es tan importante: todos. Todos, todos: no hay católicos de primera, de segunda o de tercera, no. Todos juntos. Todos. Es la invitación del Señor.
Por eso me atrevo a pediros ayuda a vosotros, maestros del periodismo: ayudadme a contar este juicio como lo que realmente es, dejando atrás la lógica de los eslóganes y las historias precocinadas. No, la realidad. Alguien dijo una vez: «La única verdad es la realidad». Sí, la realidad. Todos nos beneficiaremos de ella y, estoy seguro, ¡esto también «es periodismo»!
Queridos amigos, una vez más os doy las gracias por este encuentro, por lo que significa en términos de nuestro compromiso común por la verdad y la paz. Os encomiendo a todos a la intercesión de María y os encomiendo: ¡no os olvidéis de rezar por mí!
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.