Banderas de Ucrania en el Vaticano

Ucrania y Vaticano: verdadera y falsa reconciliación

A lo largo de más de 500 días de guerra, el arzobispo mayor Shevchuk se ha enfrentado a una situación horrible con una determinación nacida de una fe profunda: la fe cristocéntrica y cruciforme que anima su labor pastoral con las víctimas de la guerra.

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George Weigel

(ZENIT Noticias – First Things / Denver, 31.08.2023).- A principios de julio, Vladimir Putin recorrió una iglesia ortodoxa de San Petersburgo, se persignó piadosamente y encendió una vela. Horas antes, misiles rusos habían atacado la ciudad portuaria ucraniana de Odessa, demoliendo el tejado de la histórica catedral ortodoxa de la Transfiguración, incendiando el edificio y fundiendo algunos de sus iconos de oro. Los cada vez menos imbéciles que consideran a Putin el salvador de la civilización cristiana podrían reflexionar sobre esa yuxtaposición de acontecimientos.

Poco después de esta atrocidad rusa, OSV News entrevistó al arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk, cabeza de la Iglesia greco-católica ucraniana y heroico líder de su pueblo. Cuando conocí al arzobispo en 2011, ninguno de los dos imaginaba que, once años más tarde, figuraría de forma destacada en una lista de personas a asesinar tras la conquista rusa de Kiev, ni que los topos rusos habrían penetrado en el coro de su catedral en los meses previos a la invasión de Ucrania, buscando sembrar el caos mientras las genocidas tropas rusas destrozaban la capital ucraniana.

A lo largo de más de 500 días de guerra, el Arzobispo mayor Shevchuk se ha enfrentado a una situación horrible con una determinación nacida de una fe profunda: la fe cristocéntrica y cruciforme que anima su labor pastoral con las víctimas de la guerra. Sus respuestas a las preguntas de Gina Christian, de OSV, captaron de manera conmovedora las cualidades humanas y sacerdotales del arzobispo:

¿Qué se le puede decir a una madre que ha perdido a su hijo? ¿Qué tipo de consuelo puedes encontrar para alguien cuya vida ha sido destruida a causa de esta guerra?

“La respuesta es simplemente estar presente, estar con ellos y tal vez llorar con ellos, compartir su dolor y su pena. No siempre es posible siquiera decir: «Te comprendo». Lo aprendí visitando a nuestros soldados en el hospital. La frase más difícil de oír para ese soldado que yace sin dos piernas es que alguien le diga: «Te comprendo».

Yo lo llamaría un sacramento de presencia: cuando estamos presentes, compartiendo este dolor, Dios mismo está presente. Si compartes el dolor, ese dolor puede disminuir. Y si invitas a esas personas a ayudarse mutuamente, esos actos de caridad pueden ser terapéuticos…

Rezamos en un lugar [en Bucha] que tenía marcas de balas donde muchos chicos fueron ejecutados. Y después de esta oración, tuvimos la oportunidad de quedarnos unas horas y simplemente hablar. Recuerdo a un hombre de profundos ojos azules que permanecía en silencio. Finalmente, hablé con él y me contó cómo había llegado allí para encontrar el cuerpo de su hijo de 22 años, que también se llamaba Sviatoslav. Me dijo: «Vi a mi hijo con los ojos arrancados».

Los habitantes de Bucha me dijeron que [las tropas rusas] estaban [cometiendo] esos crímenes para preparar una gran limpieza étnica en Kiev. Si Rusia hubiera entrado en la ciudad, Kiev se habría inundado de sangre humana. Estaban bien preparados para semejante crimen, pero de un modo misterioso, estamos vivos. Yo consideraría cada día de mi vida actual como un milagro».

El Arzobispo ha hecho buen uso de ese milagro, entre otras cosas recordando a los funcionarios del Vaticano que los llamamientos a una reconciliación instantánea son espurios desde el punto de vista religioso: «No se nos puede obligar», declaró a OSV News. «Es imposible imponer cualquier tipo de falso signo de reconciliación».

Sin embargo, Sviatoslav Shevchuk es un hombre de reconciliación, bien entendida. Cuando hablamos largo y tendido el 6 de julio, se dirigía a Varsovia para participar en una ceremonia conjunta ucraniano-polaca de reconciliación, en la que ambas naciones conmemoraban el octogésimo aniversario de las masacres de Volinia de 1943, en las que partisanos ucranianos mataron a decenas de miles de aldeanos polacos y los polacos respondieron del mismo modo, aunque no con la misma letalidad. En Varsovia, Shevchuk firmó una declaración conjunta de reconciliación con el arzobispo Stanisław Gądecki, presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, y ambos repitieron ese poderoso gesto días después en la ciudad ucraniana de Lutsk. Allí, en presencia de los presidentes Andrzej Duda, de Polonia, y Volodymyr Zelensky, de Ucrania, el arzobispo mayor Shevchuk proclamó: «Oímos, como creyentes, cómo el cielo y la tierra, los vivos y los muertos, se dicen con una sola voz: perdonamos y pedimos perdón.»

En “El coste del discipulado”, el mártir luterano antinazi Dietrich Bonhoeffer distinguía entre gracia barata y gracia costosa. La gracia barata es «la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado», mientras que la gracia costosa es «la llamada de Jesucristo… [que] es costosa porque le cuesta la vida al hombre, y [que] es gracia porque le da al hombre la única vida verdadera». Bonhoeffer habría reconocido en el arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk a un pastor que vive de la gracia costosa y, por tanto, es capaz de ser un agente de verdadera reconciliación.

Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción zenit

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