Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 04.09.2023).- Olvida a Albert Einstein. «Si las abejas desaparecieran, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida». El vaticinio apocalíptico, atribuido al célebre científico y que ha encontrado nueva vida en la red, sería decididamente menos sólido que la fórmula de la relatividad. Al menos según el Departamento de Veterinaria de la Universidad Federico II de Nápoles, según el cual la afirmación se remonta más bien a un folleto distribuido en Bruselas por la Unión Nacional de Apicultores de Francia en 1994 para informar a las autoridades europeas del estado de dificultad de la apicultura. Tanto más cuanto que otros insectos, como avispas, moscas, mariposas, mariquitas, arañas, escarabajos, e incluso aves y mamíferos, también podrían realizar labores de polinización, garantizando al menos en parte la conservación de las plantas incluso en caso de extinción de las abejas.
Junto a la ciencia, el sentido común
Una eventualidad que no es en absoluto remota, ni indiferente, si se observa el dramático declive de la población mundial de abejas: según los datos publicados por el Istituto Superiore per la Protezione e la Ricerca Ambientale (ISPRA), se ha producido un aumento del 5-10% al 25-40% de las muertes de abejas en invierno y un aumento de las muertes en el periodo primavera-verano. En concreto, el 9,2% de las especies de abejas europeas están en peligro de extinción.
Un resultado muy grave, tanto en términos de biodiversidad como de nutrición, si tenemos en cuenta que las abejas domésticas y silvestres participan en el 70% de la polinización de todas las especies vegetales vivas del planeta y aseguran el 35% de la producción mundial de alimentos. No en vano, son numerosas las campañas de concienciación en marcha, desde el Día Mundial de la Abeja instaurado en 2017 por Naciones Unidas (20 de mayo) hasta la recogida de firmas promovida por Greenpeace.
Abejas sagradas
Como se suele decir, olvídate de Albert Einstein. Y piensa, más bien, en Agustín de Hipona y San Ambrosio. ¿Abejas y cristianismo? Definitivamente, sí. Al primero -así como a otros- debemos la referencia a las abejas como modelo de castidad y virginidad fecunda; al segundo, la leyenda hagiográfica cuenta que un enjambre de abejas salió de su boca cuando aún estaba en pañales, sin hacerle ningún daño: señal de un futuro de oratoria excepcional, a la vez incansable, dulce y punzante.
La Iglesia y la abeja melífera tienen una larga historia en común. Hay numerosas referencias a las abejas en la Biblia, y los primeros cristianos sentían tal admiración por este animal que lo tomaron como ejemplo para su propia vida espiritual, hasta el punto de considerar sagrados algunos de sus productos, sobre todo la miel y la cera. ¿Alguien ha dicho velas? Baste decir que en el Exsultet, himno litúrgico que acompaña la solemne Vigilia Pascual, se hace referencia dos veces a las abejas -y a la apis mater, la abeja madre- que producen la cera con la que se fabrica el cirio pascual y que alimenta su llama.
Por no hablar de las abejas que aparecen en el arte y la arquitectura cristianos, sobre todo las de los Barberini, símbolo de la poderosa familia que dio origen al Papa Urbano VIII. Por no hablar de los «monumentos» de la escritura. Es el caso del dominico Tomás de Cantimpré, escritor y teólogo flamenco, que en el siglo XIII escribió un tratado de teología práctica y moral para frailes y monjas -el Bonum universale de apibus- inspirado en la vida de una comunidad de abejas. Fascinante es la imagen según la cual «tanto la unidad como la pureza virginal de las abejas deben servir de ejemplo a los monjes: la tarde debe caer sobre el convento, como sobre la colmena».
La colmena (corrupta) de Roma
Pero, ciertamente, las abejas no son sólo buen material para lo que antaño se llamaba el «bajo clero». No sin malicia, en los círculos protestantes del norte de Europa se representa a la Iglesia católica como un gran enjambre de abejas ocupadas en inciensos, ceremonias y tráficos para la sola edificación del poder y la riqueza del pontífice romano. Un ejemplo eficaz son las decenas de ediciones de De roomsche byen-korf (La colmena romana), obra satírica del flamenco Filips van Marnix, señor de Saint-Aldegonde, publicada por primera vez en 1569.
Los dibujos que ilustran las ediciones son un compendio de antipapismo en clave colmenareña. La colmena tiene la forma de la tiara papal, adornada con las llaves de San Pedro, pero coronada por una singular media luna árabe. Delante de la colmena está el Papa-abeja, hacia el que convergen los sacerdotes-abeja. Cardenales y obispos (reconocibles por sus tocados), sacerdotes y monjes pueblan la colmena a diferentes niveles. Está, por supuesto, la producción de miel, obtenida a través de la venta de indulgencias (derecha), principal objetivo de las Tesis de Lutero, el tráfico de reliquias (arriba a la derecha) y las liturgias (izquierda). Cuanto más cerca están cardenales y obispos del rey-abeja, más rojos aparecen, mientras que el resto del rebaño -perdón, el enjambre- se ve obligado a arreglárselas como puede.
Abejas y mariposas en tiempos de Pío XII
No es que las abejas se presten tan dócilmente a ser el único instrumento de la polémica anticatólica. «¿Acaso las abejas no han sido unánimemente cantadas por la poesía, no menos sagrada que profana, de todos los tiempos?», recuerda el Papa Pío XII en 1947 en un discurso a los participantes en el Congreso Nacional Apícola Italiano. «Estas abejas, movidas y dirigidas por el instinto, vestigio y testimonio visible de la invisible sabiduría del Creador, ¡qué lecciones dan a los hombres, que son -o deberían ser- guiados por la razón, reflejo vivo del intelecto divino! Qué ejemplo de vida y actividad social, en la que cada categoría tiene su oficio que cumplir, y lo cumple exactamente -casi se diría: conscientemente-, sin envidias, sin rivalidades, en orden, en el lugar asignado a cada una, con cuidado y amor.
Curiosamente, en palabras del Papa existe una verdadera «clasificación moral» de los polinizadores. Así, la abeja es «muy diferente de la mariposa, que revolotea de flor en flor por pura diversión, de la avispa y del avispón, agresores brutales, que parecen no querer hacer más que el mal, en beneficio de nadie». Un punto de vista que encuentra poca confirmación en el examen de la naturaleza, pero que representa bien muchas de las distorsiones de las sociedades modernas (humanas).
Por supuesto, las abejas encarnan una visión de la sociedad que hoy probablemente se juzgaría demasiado verticalista, pero a su manera la colmena es un reflejo de la obra creadora de Dios. «Os invitamos, queridos hijos, a ver al Señor obrando en la colmena, ante el cual os maravilláis», subrayaba Pío XII una década más tarde, con ocasión del XVII Congreso Internacional de Apicultores. «Adoradle, pues, y alabadle por este reflejo de su divina sabiduría; alabadle por la cera que arde en los altares, símbolo de las almas que quieren arder y consumirse por Él; alabadle por la miel, que es dulce, pero no tanto como sus palabras”.
Miel y aguijones
Más recientemente, Benedicto XVI evocó la imagen de las abejas y las flores querida por Basilio de Cesarea: extraen de las flores sólo lo que necesitan para producir miel y dejan fuera el resto. «De este modo», recordaba el Papa Ratzinger en una catequesis en 2007, «con una actitud crítica y abierta -de hecho, se trata de un verdadero ‘discernimiento’- los jóvenes crecen en libertad».
En resumen, citando el libro de los Proverbios, «panal de miel son las palabras amables, dulzura para el alma y refrigerio para el cuerpo». Feliz regreso al trabajo y a los estudios. Con la esperanza de producir más miel y menos aguijón, si el tiempo -y no sólo el tiempo- lo permite.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.