(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 02.10.2023).- Por la mañana del lunes 2 de octubre, el Papa recibió en audiencia a los participantes en el Capítulo General de los Misioneros del Sagrado Corazón. Se trata de una congregación presente en 53 países y que respondió a la petición de León XIII de enviar misioneros a Polinesia y Micronesia. La audiencia se celebró en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa en lengua española.
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Saludo al Superior General y a todos vosotros en este encuentro que tiene lugar durante el 26º Capítulo General de vuestro Instituto.
El 8 de diciembre de 1854, el Padre Jules Chevalier fundó en Issudun, Francia, los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, fundación a la que seguirían, con el tiempo, las de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, a las que se unirían los laicos asociados, llamados Laicos de la Familia Chevalier.
Os pensó desde el principio como misioneros, comprometidos a dar a conocer el amor de Dios en el mundo para obtener de los hombres una respuesta de amor. Y es hermoso, en esta perspectiva, que hayáis elegido dejaros guiar en el camino del Capítulo por la perícopa evangélica de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). De ella podemos deducirtres actitudes fundamentales para reflexionar sobre vuestra identidad carismática y vuestro compromiso misionero: conocer el Corazón de Jesús a través del Evangelio; profundizar en su mensaje en el compartir fraterno; anunciarlo a todos en la alegría de la misión.
I
Primero: conocer el Corazón de Jesús a través del Evangelio, es decir, meditando su vida. Es ahí, en efecto, donde Él sigue haciéndose nuestro compañero de viaje (cf. vv. 25-27). Al P. Chevalier le gustaba definir el Evangelio como el libro «del Sagrado Corazón», invitando a todos a contemplar en él la caridad con la que el Salvador se dejó tocar por todas las pobrezas, feliz de derramar la ternura y la compasión de su Corazón sobre los pequeños y los pobres, los que sufren, los pecadores y todas las miserias de la humanidad. Además, la explicación de las Escrituras que Jesús ofrece a los discípulos de Emaús a lo largo del camino no es teórica: es el testimonio directo de Aquel que cumplió lo que dice, amando al Padre y a sus hermanos hasta la cruz, recibiendo en su carne las heridas de los clavos y dejándose traspasar el Corazón por pura caridad. El Resucitado, que se da a conocer al partir el Pan, es Aquel que venció a la muerte dando la vida, que mostró a los hombres el amor del Padre amándolos sin medida con su Corazón divino y humano, y que por eso sabe decir palabras que hacen arder el pecho. Así es como se llega a conocer el Corazón de Jesús: contemplando su inmensa misericordia en el Evangelio, como María, a quien veneráis bajo el título de «Nuestra Señora del Sagrado Corazón» y que sabe mostrarnos el Corazón de su Hijo precisamente porque «guardaba estas cosas meditándolas en su interior» (Lc 2, 19). Ésta es, pues, la primera invitación: conocer el Corazón de Jesús meditando el Evangelio. Y sobre esto, ¡no tengáis miedo del silencio, no tengáis miedo!
II
Para que esta experiencia fuerte se convierta en luz para el camino, debe pasar también por el enriquecimiento del compartir. He aquí el segundo elemento: profundizar y comprender la Palabra en el compartir fraterno. En Emaús, los discípulos, inmediatamente después de reconocer a Jesús, se preguntan asombrados qué han experimentado (cf. v. 32). Es una invitación también para nosotros a regalarnos mutuamente el asombro que nace en el corazón cuando uno se encuentra con el Señor. Antes de encontrarse con él, los dos compañeros hablaron de fracasos y decepciones, ¡después se alegran de haber visto al Resucitado! Compartir también fue importante en la vida del P. Chevalier. En el seminario, transmitió su fervor y sus sueños a algunos compañeros sensibles, a los que llamaba, con un juego de palabras, caballeros del Sagrado Corazón. Y fue al reencontrarse con uno de ellos después de años de distancia, animado por el mismo celo, cuando vio la señal tan esperada para iniciar la fundación. Por eso, en los trabajos de este Capítulo, como en el discernimiento ordinario de vuestras comunidades, os invito también a vosotros a poner siempre en la base de todo y ante todo el compartir fraterno de vuestro encuentro con Cristo, en la Palabra, en los Sacramentos y en la vida. Así podréis afrontar constructivamente incluso los problemas más acuciantes. Compartir entre vosotros.
III
Y llegamos al último aspecto: el anuncio gozoso en la misión. Los discípulos de Emaús parten sin demora, regresan a Jerusalén y cuentan lo sucedido (cf. vv. 33-35). Han elegido como lema para su trabajo capitular las palabras: «del ego al eco», es decir, del yo a la casa común, a la familia, a la comunidad, a la creación. Es una expresión fuerte y un compromiso para vuestro futuro, especialmente para el discernimiento sobre los nuevos tipos de ministerio a los que deberíais abriros. No faltan desafíos: sed testigos de los mártires de vuestra congregación y de los numerosos ámbitos de caridad en los que ya habéis sido llamados a trabajar en todos los continentes. Los pobres, los emigrantes, las muchas miserias e injusticias que siguen renovándose en el mundo nos interpelan con urgencia. Ante ellas, no tengáis miedo de dejaros atrapar por la compasión del Corazón de Cristo; como decía vuestro Fundador, dejad que Él ame a través de vosotros y manifieste su misericordia mediante vuestra bondad. Y hacedlo con valentía, como hizo él -por ejemplo, cuando aceptó la misión en Melanesia y Micronesia, aunque con fuerzas limitadas-, dejando que la irresistible ternura del Sagrado Corazón modele, modifique e incluso trastorne, si es necesario, vuestros planes y proyectos. Por favor, ¡no tengáis miedo a la ternura! El estilo de Dios puede resumirse en tres palabras: cercanía, compasión y ternura. Dios es así: cercano, compasivo, tierno. Sé así con los demás. Pero esta cercanía, esta compasión, esta ternura la recibirás en el diálogo con Jesús. La oración es muy importante para que esto ocurra. Sin la oración, las cosas no funcionan, no van.
Gracias, queridos hermanos, por lo que sois y por lo que hacéis. Continuad vuestro trabajo con entusiasmo. Huid de la tristeza, que es el gusano que arruina la vida personal y consagrada. Esa tristeza que os abate, no la tristeza buena del arrepentimiento, que eso es otra cosa, pero esa tristeza cotidiana es una carcoma que arruina. Os bendigo de corazón. Y te recomiendo que reces por mí, porque lo necesito, ¡este trabajo no es tan fácil! Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.