Simone Varisco
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 30.10.2023).- Finales de octubre: tiempo de vaciar calabazas y, con todos los respetos a San Quintín, de Halloween. Más puntual que las hojas que pugnan por amarillear, pero a veces igual de estéril, cierto activismo católico se agita, excitado por un nuevo desafío a la ortodoxia más que un niño buscando azúcar en la puerta.
En pocos días, se multiplican las reconstrucciones verborreicas, más o menos fantasiosas, sobre el origen de Halloween, en la eterna batalla entre raíces cristianas y paganas. Por no hablar de la proliferación de iniciativas piadosas en torno a la noche de los esqueletos y los demonios.
Nunca antes, sin embargo, una valoración del horror nos alejaría de las mascaradas y del culto a lo horrendo. Y nos hablaría de la obra de Satán: real, ocupada, eficaz y eficientista, experta en pasar desapercibida.
Vivimos, a pesar nuestro, en la época de la liberalización de la guerra como forma de resolver los conflictos, entre las personas y entre los pueblos; del neomaniqueísmo laico, que nos empuja a ver ogros y tinieblas donde sólo hay hombres, aunque sean enemigos; de la celebración del radicalismo, que nos empuja a elegir las culpas a favor de las cuales tomar partido.
Nos hemos rendido a la corrupción rampante, a la injusticia que se ha convertido en práctica y a la prevaricación puesta de moda; al astigmatismo de la política italiana, europea y mundial, sea cual sea su color ideológico; al vergonzoso fracaso educativo de muchos padres, al vacío de existencia y de finalidad de tantos jóvenes, al rechazo de la libertad y de la vida.
Somos testigos del asesinato intencionado de indefensos, como en ambos bandos del conflicto entre Hamás e Israel, y del uso indiscriminado de armas prohibidas, como las bombas de racimo en ambos bandos de la guerra de Ucrania, por suministro ruso y estadounidense. Al fin y al cabo, la venta de armas es un negocio de más de dos billones de dólares en todo el mundo, y las importaciones de armas en Europa aumentarán un 47% en el quinquenio 2018-2022.
Participamos como espectadores en una guerra no declarada, que ahoga a miles de personas en el Mediterráneo o las mata de frío, calor y rechazo en otras decenas de rutas trazadas por la injusticia. Personas migrantes, muchas de ellas cristianas, víctimas de un mundo que parece haber hecho de ciertos adjetivos una falta.
Estamos ante abusos psicológicos, espirituales, sexuales y de poder en la Iglesia, fingiendo que no nos afectan, mientras día a día erosionan nuestra fe y nuestra dignidad como cristianos. El chivatazo del caso Rupnik abre ahora la puerta al intento de hacer lo que no se ha hecho hasta ahora. Triste emblema de muchos, demasiados sectarismos y clericalismos, donde el pretexto de la oración y la guía espiritual sirve para justificar posiciones de poder y violaciones de las conciencias, además de los cuerpos.
De satanismos, más o menos disfrazados, el mundo está lleno, y además, todo el año. Suficiente para llenar de sentido más de una calabaza vacía. A la espera de una movilización católicamente correcta que condene todos los males como condena uno de ellos, una vez al año, que Dios bendiga a los monstruos. Cada vez más santos en este mundo monstruoso.