(ZENIT Noticias – Porta Luz & Trwajciewmilosci / Passau, 05.12.2023).- El padre de Enrique (Quique) lo abandonó cuando tenía tres años, quedando solo junto a su madre y algunos otros miembros de la familia materna; liderados por su abuelo, un hombre osco que imponía el orden o desahogaba sus frustraciones agrediendo compulsivamente. Toda la familia eran testigos de Jehová y el abuelo se encargaba con mano firme de que acudieran a las reuniones de oración, estudios y lectura de su biblia.
Quique -cuyo apellido no mencionamos por respetar su petición de anonimato- vivía cada día con miedo y Dios parecía demasiado lejano a lo que él padecía allí en México. «Cuando era apaleado por mi abuelo, le pedía a Dios que provocara un milagro y que mi padre viniera a defenderme. Por desgracia, esto nunca ocurrió y así se afectó negativamente mi relación con Dios. Al cumplir 16 años, empecé a vivir en la calle y entré en contacto con el mal. Después de dos años, me mudé a Puebla. Muy pronto caí en la drogadicción y otras adicciones», confidencia.
Aunque sería una breve etapa, comenzó a vivir momentos de alegría y esperanza el día en que se encontró con su padre allí en Puebla. Se reconciliaron y aceptó la invitación de acudir con él a la misa del domingo, en la Parroquia de San Judas Tadeo donde por gracia de Dios comenzaría a sanar de sus adicciones… «Le pedí a este santo que me ayudara a ser mejor persona. Y ocurrió algo asombroso: de la noche a la mañana pude dejar de tomar estimulantes, sin experimentar ningún síndrome de abstinencia. Me sentí libre y completamente sano».
Acusado y encarcelado
Quique retomó los estudios, trabajaba y también conoció a quien sería en el futuro su esposa. Pero como ya era un joven de 19 años, debió ingresar a recibir formación y prestar servicio en el ejército, durante un año, según lo establecido por la ley en México. Fue un tiempo en el que Quique se alejó de Dios y tras volver a su vida civil cometió incluso algunos delitos. Por esos días su abuela paterna, quien era como una madre para él, fue hospitalizada y él acudió a la Iglesia pidiendo a Dios su auxilio, comprometido a enderezar su camino y trabajar honestamente.
Quince días después, el 10 de octubre de 2014, varios coches de la policía se detuvieron al anochecer frente a la casa donde vivía y lo detuvieron, acusado de haber participado en un secuestro, delito por el cual podrían sentenciarlo a décadas de prisión. Quique alegaba su inocencia, pero no fue escuchado y lo ingresaron al Centro Penitenciario de San Miguel, en Puebla capital, uno más de los casi cinco mil reos del lugar.
«Me metieron en una celda aislada, sin luz, sin manta, sin nada. A las tres de la mañana vi a mi abuela. Vino a decirme que acababa de morir. Quería despedirse de mí…». Unos días después, al recibir visita de su padre, le confirmó que ella había fallecido esa madrugada en que él la había visto. Quique solo sentía dolor, rabia y una sensación insoportable de haber sido abandonado por Dios. Era la víctima perfecta para ser atrapado «en las garras de Satanás», tal como él mismo lo narra a continuación…
En las garras de Satanás
«Había un satánico en la misma sala donde estaba mi celda. Le llamábamos el Brujo. Un día le hablé de lo mío. Entonces este hombre sembró la ansiedad en mí, diciéndome: «La culpa es de Dios. Le pediste perdón y te trajo aquí. Por su culpa perdiste a tu abuela y a tu familia». En aquel momento apareció en mi corazón un gran resentimiento y rencor hacia Dios. Lo culpé a Él: «¿Por qué me hiciste esto si fui y te pedí perdón?»
Mi ira contra Dios aumentó… Al cabo de un tiempo, aprendí a practicar la brujería y a lanzar maldiciones. Me hice un altar con la imagen de Satanás, delante del cual encendía velas a las tres de la mañana. Todos los días me despertaba a esa hora para rezar a Satanás y hacerle súplicas. Entonces me convertí en la mano derecha de este satanista. También hacía mis propios negocios con Satanás. Me decía a mí mismo: «Satanás me ayudará, me sacará de la cárcel». Serví así a los demonios durante dos años, hasta que por fin llegó el Jueves Santo. Entonces se abrió una capilla en nuestro pabellón de la cárcel, donde existía la posibilidad de adorar al Santísimo Sacramento.
Cuando la hermana Lupita nos visitó aquel día, le dije groseramente que no me molestara y que ni siquiera intentara iniciar sus historias evangelizadoras. Aquel día, sin embargo, cuando todos decían que venía el Santísimo Señor, empecé a interesarme… Al comenzar la Eucaristía, sentí un fuerte deseo de confesarme. Hice una larga cola. Durante la confesión lloré como un niño pequeño. Confesé todos mis pecados y pedí perdón a Dios. Y ocurrió un milagro. Fue mi completa transformación, liberación y alegría. Me di cuenta de que sólo hay libertad donde está Jesús. Fue como si alguien hubiera dado la vuelta a un trozo de papel y hubiera comenzado un nuevo capítulo. Oí: «A partir de hoy, Dios está aquí contigo todo el tiempo, presente en el Santísimo Sacramento»».
Enfrentando las consecuencias de «haber negociado con el Demonio»
Después de haber recibido como gracia del sacramento la conversión, ocurrieron algunas desventuras que Quique interpretaba como una consecuencia de «haber negociado con el Demonio». La mujer que había conocido unos años antes y con quien se había casado por la ley civil tuvo un aborto espontáneo al tercer mes de embarazo. Y Quique se debatía con lo sentimientos de dolor y la interrogante de si esto sería una consecuencia de su pasado como satanista. «Sin embargo, no me desanimé; entregué mi dolor a Jesús y continué tras Él».
Poco después supo que se había formado un coro en la capilla de Adoración de la prisión y le nació, dice, «el deseo de cantar para el Señor». Dos días después entró en la capilla y adorando se lo pidió: «¡Ayúdame, quiero cantar para ti, quiero alabarte, Señor! Ayúdame a aprender a cantar, para Ti».
Comenzó a practicar solo en su celda y un día la hermana Lupita lo vio y le regaló una guitarra. Sólo Dios sabe cómo, sin tener noción alguna, aprendió a tocar con mucho arte y pasión. Pero cuanto más se acercaba a Dios, más adversidades aparecían. «En los años anteriores Satanás me lo había dado todo: dinero, drogas… Ahora le decía al Maligno que ya no quería nada de él».
Aunque fuese para resistirlo, en su ignorancia Quique continuaba cometiendo el error de hablar con el demonio. Recuerda que durante la Adoración al Santísimo lo asaltaban diversas tentaciones, en especial la de rebelarse contra Dios. Pero él seguía aferrado a Jesús, con la vista fija en el Santísimo, suplicando auxilio, preguntándole a Dios, dice, «¿Dónde estás? ¿Qué quieres de mí?»
Algunos meses después de su conversión recibió la triste noticia de que su padre estaba enfermo, postrado en el hospital. Se fue entonces a la Capilla de Adoración y allí recordó que, tras su conversión a Dios, al haber rechazado a Satanás, las prácticas satanistas y destruido todo cuanto estaba relacionado con ello, el Brujo lo había amenazado afirmando que le quitaría lo que más quería.
Aunque se sentía impotente, Quique no cejaba en su decisión espiritual de abandonarse en todo a Dios. Cuando por las noches soñaba que Satanás lo invitaba a regresar con él, nada más despertar volvía a orar ante Jesús Eucaristía. Poco a poco su perseverancia en la fe daría frutos.
La vida es un canto a Dios y de Dios
Pasaban los años y aún no recibía la condena definitiva. Papa Francisco había llamado a vivir el Jubileo de la Misericordia. Y justo el último día de ese Año de gracia «el obispo Felipe (n. del ed.: Mons. Felipe Rutilo Pozos Lorenzini) vino a nuestra Capilla». Quique iba saliendo de su celda cuando una de las laicas de la pastoral penitenciaria le dijo: «Coge tu guitarra. Al obispo le gustaría oírte cantar». A cuestas con su dolor por no poder ver a su padre enfermo, Quique agradeció a Dios el privilegio de cantarle ante el Obispo.
Unos días después, la visita de su hermana lo dejó devastado. El padre de Quique agonizaba en la UCI y él sabía que jamás habían concedido permiso de salida a ningún preso de esa unidad. Aun así se fue a rogarle a Dios… «Le dije al Señor Jesús, presente en la Hostia: «Déjame despedirme de mi papá, dame la oportunidad de verlo por última vez… ¡Haz este milagro por mí!» No habían pasado ni 15 minutos cuando uno de los mensajeros vino a buscarme, gritando: «¡Quique, te vas!» Llorando de emoción, salí de la capilla. Entré al hospital esposado y asistido por guardias. Me dieron 15 minutos para ver a mi padre, que estaba en muy mal estado, sin consciencia. Se me saltaron las lágrimas… Recé en silencio y le cogí la mano. Pocos días después, mi padre murió».
Por la noche un sueño le permitió a Quique aproximarse a palpar el amor de Jesús. Se vio en una iglesia «enorme, preciosa», dice, donde Jesús de improviso aparece y se le acercó. Entonces el Hijo de Dios le miró, tomó una guitarra y comenzó a cantar… «Recuerdo vívidamente que cantó la conocida de adoración que dice «¡Nadie te ama como yo!» En ese momento vi a mi padre y me despedí de él. Fue una experiencia increíble para mí».
Dios lo salvó
Algunas semanas después tendría un nuevo regalo de Dios al recibir el sacramento del matrimonio en una bella liturgia celebrada por el Obispo «Felipe».
Pasaron así las semanas, los meses, y las horas del día se tornaban tensas esperando poder ser citado a tribunales para conocer la resolución de su caso. Llegó el día y antes de partir corrió a la Capilla para orar… «Ya no te pediré nada. Si no quieres darme la libertad, no me la des. Sólo dame fe. Pero si quieres liberarme, te estaré muy agradecido», fueron sus palabras, recuerda Quique.
Era septiembre de 2017. Lo condenaron a 70 años de prisión y él solo lloraba sabiendo que, si bien había cometido algunos delitos en su vida, era del todo inocente respecto de haber sido parte del secuestro que le imputaban. Y continuó pasando el tiempo…
«Llevaba casi cuatro años en la cárcel hasta que una tarde en la Capilla le dije a Dios que si era Su voluntad que yo pasara 70 años en prisión, lo aceptaría, siempre y cuando Él cuidara de mi familia. De pronto apareció el guardia y me dijo… ¡que iba a salir libre! Le respondí que no se burlara de mí y me repitió con seriedad que iba a salir. Yo no me lo creía porque, al fin y al cabo, ¡me habían condenado a 70 años! Salí en libertad el 23 de octubre de 2017 (la ausencia de pruebas había permitido una nueva vista de su caso y consecuente liberación). El 27 de octubre mi hija iba a hacer la Primera Comunión. Ni en mis mejores sueños imaginé que podría participar en esa ceremonia. El sacramento fue administrado por monseñor «Felipe». Dios demostró ser grande… Sufrí mucho, pero a través de todo ello tuve una experiencia maravillosa con Dios. Volví a una vida normal. Rezo a Dios todos los días. Y aunque me caigo muchas veces y tengo muchos defectos, muchas cosas han cambiado en mi vida. Gracias a Dios tengo mi propio negocio, que me proporciona un medio de vida decente. Dios me ha cuidado y me ha dado tantas cosas. He descubierto que no hay libertad sin Cristo, que sólo soy libre cuando estoy con Cristo, es decir, cuando permanezco en estado de gracia santificante».