(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 06.12.2023).- Que dentro de las cabinas de votación el electorado católico ha sido siempre, para bien o para mal, muy independiente de la línea de la Iglesia lo confirma ampliamente la historia política de muchos países, empezando por Italia. Pero es curioso cómo la brecha entre la preferencia de voto y la afiliación religiosa se ha ampliado con el tiempo, en beneficio de los candidatos en abierta -y, al menos verbalmente, violenta- oposición a la Iglesia católica.
Argentina y Filipinas
Es el caso de Javier Milei. Tras calificar al Papa Francisco de «imbécil», «afín a comunistas asesinos», «representante del mal» y promotor de «políticas eclesiales *****», Milei fue premiado con casi el 56% de los votos, y además en Argentina, que espera la primera visita de Bergoglio como pontífice.
Si se dan por buenos los resultados de una encuesta de 2019 que muestra que los católicos en Argentina son el 62,9% de la población, algo no cuadra. Intolerancia plausible ante la difícil situación del país, que ha empujado a una gran mayoría de votantes a tomar el camino de la protesta, pero también un claro síntoma de desconexión dentro del mundo católico, en buena conciencia para quienes, tras los duros insultos dirigidos al pontífice, ya ponían en riesgo la candidatura de Milei. Llama la atención el tándem de Milei con la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, calificada de católica tradicionalista, no exenta de vínculos con la fraternidad sacerdotal de San Pío X.
Red de disculpas, rosarios y parabienes, Javier Milei no es sino el último ejemplo. En 2016, la elección de Rodrigo Duterte como presidente de la muy católica Filipinas causó revuelo: entre el «hijo de p*****a» y el «vete a tu casa y no vuelvas a visitarnos», no fue más tierno con el Papa que Milei. Tampoco los votantes filipinos: casi un 80% católicos, recompensaron al inquieto Duterte con el 38% de los votos.
Payasos y flautistas
En una entrevista con la agencia argentina Télam, concedida antes de las elecciones que consagraron a Milei presidente de su país natal, Francisco advirtió contra los «payasos del mesianismo» y los «flautistas de Hamelín mágicos». Si se pudiera discernir una referencia a Milei, y si se compartiera el juicio del Papa, sería al menos mucha compañía. Cada vez más a menudo, en efecto, el deseo de visibilidad y consenso da aliento a la boca y mueve pies pequeños en zapatos demasiado grandes. Y pasos demasiado largos.
Una elección que, por desgracia, parece sin embargo dar sus frutos en términos electorales, como lo demuestra una parte consistente de la escena política internacional, empezando por la re-propuesta del tándem Biden-Trump en las próximas elecciones estadounidenses: un par de candidatos ya disgustados por la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, pero fuertes en la demagogia, que hasta ahora ha impedido el cambio generacional (y de sentido común).
Escisiones y cismas
Incluso la Iglesia ofrece desde hace tiempo ejemplos demasiado numerosos de «payasos» y «piqueros», actores o intérpretes de esa polarización creciente que se alimenta del abrevadero del mundo virtual, para acabar consumiendo la fe real.
Basta pensar en el affaire de Joseph Strickland, obispo de la diócesis de Tyler, en Estados Unidos, destituido por el Papa Francisco tras las duras críticas vertidas por el prelado, que presume de tener más seguidores en las redes sociales que fieles en la iglesia. No es broma: datos en mano, si la diócesis texana de Tyler puede contar con menos de 120 mil católicos residentes (datos de la USCCB), Strickland tiene más de 173 mil seguidores solo en X (el antiguo Twitter). Demostración empírica del nuevo poder de la Red.
A la espera de definir mejor los contornos y las implicaciones por venir de las medidas económicas y las sanciones canónicas que el papa Francisco parece haber previsto contra los exponentes de la facción más extremista del episcopado estadounidense -medidas que ya son objeto de disputa en cuanto al fondo-, parece evidente la existencia de una escisión ideológica, si no todavía de un cisma efectivo, numéricamente más consistente que la inquietud de unos cuantos cardenales «dudosos». Una oposición que, en algunos casos, ha ido mucho más allá de las perplejidades que, aunque legítimamente, un pontificado como el de Francisco -y probablemente el de todo Papa- puede suscitar, terminando por alimentar una división suicida en la Iglesia.
Porque tampoco falta una acción de erosión llevada a cabo, más o menos conscientemente, por numerosos exponentes de la facción contraria. Sobre todo, los cabecillas de la vía sinodal alemana, que ahora ha llegado a no gustar ni siquiera en la Roma «revolucionaria» y sinodal de Francisco, hasta los heraldos de refinamientos pastorales muy mediáticos. En definitiva, si se trata de un circo, el espectáculo que se desarrolla sólo puede decirse que es de muy mal gusto.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.