(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 22.01.2024)- A las 8 de la mañana del lunes 22 de enero, el Papa Francisco recibió en la Sala Clementina del Palacio Apostólicos a poco más de 100 periodistas de la Asociación Internacional de Periodistas Acreditados ante el Vaticano. Se trata de los comúnmente llamados “vaticanistas”, en su inmensa mayoría corresponsales de los medios de comunicación más importantes del mundo, tanto en ámbito laico como en el religioso. Tras el discurso pronunciado por el Papa, el Pontífice saludó uno por uno a los participantes y, antes de despedirse, se tomó una foto de grupo. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso del Papa, una “reflexionar sobre la fatigosa tarea del vaticanista de contar el camino de la Iglesia, de construir puentes de conocimiento y comunicación en lugar de surcos de división y desconfianza”.
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Os doy la bienvenida, ¡aunque estéis en vuestra casa! Estoy contento: esta es una ocasión para daros las gracias a vosotros, que sois un poco como mis compañeros de viaje, por el trabajo que hacéis informando a los lectores, oyentes y telespectadores sobre las actividades de la Santa Sede. Periodistas, operadores, fotógrafos, productores: sois una comunidad unida por una misión. Conozco vuestra pasión, vuestro amor por lo que informáis, vuestro duro trabajo. Muchos de vosotros no sólo seguís el Vaticano, sino también Italia, el sur de Europa, el Mediterráneo, los países de los que procedéis.
Ser periodista es una vocación, un poco como la de un médico, que elige amar a la humanidad tratando sus enfermedades. También lo es, en cierto modo, la del periodista, que elige tocar las heridas de la sociedad y del mundo. Es una llamada que viene de la juventud y lleva a comprender, a poner de relieve, a contar. Os deseo que volváis a las raíces de esta vocación, que la recordéis, que recordéis la llamada que os une en tan importante tarea. ¡Cuánta necesidad de saber y de contar, por una parte, y cuánta necesidad de cultivar un amor incondicional a la verdad, por otra!
Quisiera expresaros mi gratitud no sólo por lo que escribís y transmitís, sino también por vuestra perseverancia y paciencia al seguir día tras día las noticias que llegan de la Santa Sede y de la Iglesia, relatando una institución que trasciende el «aquí y ahora», y nuestras propias vidas. Como decía San Pablo VI, hay en vosotros «simpatía, estima y confianza por lo que sois y por lo que hacéis» (cf. Discurso a los representantes de la prensa italiana y extranjera, 29 de junio de 1963). Gracias también por vuestros sacrificios al seguir al Papa por todo el mundo y al trabajar a menudo incluso los domingos y días festivos. Debo pediros que me disculpéis por las veces en que las noticias sobre mí, de diversos modos, os han alejado de vuestras familias, de jugar con vuestros hijos -esto es muy importante; cuando confieso, pregunto a los padres: «¿Jugáis con vuestros hijos?»: es una de las cosas que un padre y una madre deben hacer siempre, jugar con sus hijos-, y del tiempo para pasar con sus maridos o esposas.
Nuestro encuentro es una ocasión para reflexionar sobre la fatigosa tarea del vaticanista de contar el camino de la Iglesia, de construir puentes de conocimiento y comunicación en lugar de surcos de división y desconfianza (cf. San Juan XXIII, Discurso a los periodistas con ocasión del consejo nacional de la federación italiana de prensa, 22 de febrero de 1963).
¿Quién es entonces el vaticanista? Le respondo tomando prestadas las palabras de uno de sus colegas, que acaba de cumplir ochenta años y ha viajado mucho con los Papas. Hablando de su trabajo como vaticanista, lo describió como
«Un trabajo rápido hasta lo despiadado, doblemente incómodo cuando se aplica a un tema elevado como la Iglesia, que los medios comerciales llevan inevitablemente a su nivel […] de mercado«. «En tantos años de vaticanismo he aprendido el arte de buscar y contar historias de vida, que es una forma de amar al hombre […]. He aprendido la humildad. Me he acercado a muchos hombres de Dios que me han ayudado a creer y a seguir siendo humano. Así que sólo puedo animar a quienes quieran aventurarse en esta especialización periodística» (L. Accattoli, Prefacio a G. Tridente, Diventare vaticanista. Informazione religiosai ai tempi del Web, 2018, 5-7).
A pesar de las dificultades, es un hermoso estímulo: amar al hombre, aprender la humildad.
San Pablo VI, nada más ser elegido, en los meses que precedieron a la reanudación del Concilio, invitó a los periodistas que seguían los asuntos vaticanos a sumergirse en la naturaleza y el espíritu de los hechos a los que dedicaban su servicio. Éste -decía- «no debe guiarse, como a veces sucede, por los criterios que clasifican las cosas de la Iglesia según categorías profanas y políticas, que no se adaptan a las cosas mismas, es más, a menudo las deforman, sino que debe tener en cuenta lo que verdaderamente informa la vida de la Iglesia, es decir, sus fines religiosos y morales y sus cualidades espirituales características» (Discurso a los representantes de la prensa). Quisiera añadir la delicadeza que tantas veces tenéis al hablar de los escándalos en la Iglesia: algunas y muchas veces he visto en vosotros una gran delicadeza, un respeto, un silencio casi, digo, «vergonzoso»: gracias por esta actitud.
Os agradezco el esfuerzo que hacéis por mantener esta mirada que sabe ver detrás de las apariencias, que sabe captar la sustancia, que no quiere plegarse a la superficialidad de los estereotipos y a las fórmulas preempaquetadas de la información-espectáculo, que, en lugar de la difícil búsqueda de la verdad, prefiere la fácil catalogación de los hechos y de las ideas según esquemas preestablecidos. Os animo a seguir por este camino que sabe combinar la información con la reflexión, la palabra con la escucha, el discernimiento con el amor.
El mismo periodista que cité sostenía que en el entorno mediático «el vaticanista tendrá que resistir a la vocación nativa de la comunicación de masas de manipular la imagen de la Iglesia, como y más que cualquier otra imagen de la humanidad asociada. En efecto, los medios de comunicación tienden a deformar la actualidad religiosa. La deforman tanto con el registro alto o ideológico como con el registro bajo o espectacular. El efecto global es una doble deformación de la imagen de la Iglesia: el primer registro tiende a forzarla bajo una especie política, el segundo tiende a relegarla a noticias ligeras» (Prefacio).
No es fácil, pero ahí reside la grandeza del vaticanista, la sutileza de espíritu que se añade a la habilidad periodística. La belleza de vuestro trabajo en torno a Pedro es la de fundarlo sobre la roca sólida de la responsabilidad en la verdad, no sobre las frágiles arenas del chisme y de las lecturas ideológicas; que radica en no ocultar la realidad y también sus miserias, sin edulcorar las tensiones pero al mismo tiempo sin hacer clamor innecesario, sino esforzándose por captar lo esencial, a la luz de la naturaleza de la Iglesia. Cuánto bien hace esto al Pueblo de Dios, a la gente más sencilla, a la propia Iglesia, a la que aún le queda camino por recorrer para comunicar mejor: con el testimonio, antes que con las palabras. Muchas gracias por vuestro trabajo. Una cosa que me complace es que he aprendido a conoceros por vuestros nombres; la gran decana está aquí, y la saludo; el vicedecano, y tantos de vosotros a los que conozco por vuestros nombres… Os doy muchas gracias, vosotros rezáis por mí, yo lo hago por vosotros. Renuevo mi agradecimiento y os bendigo a vosotros, a vuestros seres queridos y vuestro trabajo. Y, por favor, ¡no olvidéis rezar por mí!
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.