(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 27.01.2024).- La tercera y última jornada de la Conferencia de Embajadores de la Soberana Orden Militar de Malta se abrió la mañana del sábado 27 de enero con una audiencia privada del Papa Francisco a todos los embajadores participantes en los trabajos. En su mensaje, el Papa Francisco subrayó la importancia de la «diplomacia humanitaria», testimonio precioso y signo elocuente de que la voluntad de las embajadas «se dirige al bien concreto de los pobres y tiene en gran estima a los más débiles». Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso pronunciado originalmente en italiano:
***
Gran Maestre,
Eminencias, Excelencias,
Queridos Miembros de la Soberana Orden Hospitalaria Militar de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, ¡os doy la bienvenida y os saludo cordialmente! Desde hace siglos, vuestra Orden sirve a Dios y a la Iglesia cumpliendo los fines para los que fuisteis fundados por el Beato Gerardo, a saber, «promover la gloria de Dios y la santificación de sus miembros mediante la “tuitio fidei” y el obsequium pauperum», como reza vuestra Carta Constitucional (art. 2 §1). Protección de la fe y obsequium pauperum: juntos.
En cuanto al obsequium pauperum, tenéis una forma muy significativa de llamar a vuestros invitados: «los señores enfermos». Les das el señorío, y eso es muy hermoso. Sirviéndoles, sirven a Jesús. Poco antes de la pasión, también Él, como narran los Evangelios (cf. Mt 26,6-13; Jn 12,1-8), recibió de María de Betania un acto de «homenaje»: una unción con aceite perfumado de nardo auténtico, muy precioso. Cristo agradeció el gesto y, ante las protestas indignadas de quienes lo consideraban un derroche, reveló el sentido de aquel acto de amor, realizado con vistas a su sepultura. Así como María en Betania mostró su obsequium hacia el Señor, que pasó de rico a pobre por nosotros (cf. 2 Co 8,9), así nosotros, sus discípulos, estamos llamados a seguir obsequium hacia Él en los pobres, a quienes -dijo el Maestro en aquella ocasión- tenemos siempre con nosotros (cf. Jn 12,8). Y estamos obligados a hacerlo con amor y humildad, sin retórica ni ostentación.
Tras el gesto de María, Jesús añadió: «En verdad os digo que dondequiera que se proclame este Evangelio, en el mundo entero, en memoria de ella se dirá también lo que ella hizo» (Mt 26,13). Cristo unía así la predicación del Evangelio y el elogio del servicio a los pobres. En efecto, la tuitio fidei y el obsequium pauperum no pueden separarse. Y cuando nos acercamos a los últimos, a los enfermos, a los afligidos, recordemos que lo que hacemos es signo de la compasión y de la ternura de Jesús. En este sentido, vuestra labor no es sólo humanitaria, como la meritoria labor de tantas otras instituciones: es una acción religiosa, que da gloria a Dios sirviendo a los más débiles y testimonia la predilección del Señor por ellos.
La actividad diplomática que lleváis a cabo en tantas partes del mundo, hasta en 113 países y en 37 misiones ante organizaciones internacionales, debe considerarse también desde esta perspectiva. Es siempre la actividad de una Orden religiosa: si no tuviera la finalidad de testimoniar el amor de Dios a los necesitados, no tendría sentido que la realizara una Orden religiosa. De hecho, no existen dos realidades diferentes, la de la Soberana Orden Militar de Malta, entidad internacional encargada de obras caritativas y asistenciales, y la del Instituto Religioso; no se puede hacer una distinción clara entre el Gran Maestre como Soberano de la Orden, del que derivan prerrogativas y títulos soberanos, y el Gran Maestre como Superior Religioso (cf. Carta Constitucional, art. 12).
Vuestra Orden, dirigida por su Supremo Moderador, también adquirió un estatus internacional debido a circunstancias históricas peculiares, y así surgieron las primeras «embajadas». Por lo tanto, al cargo de Moderador Supremo del Gran Maestre, además de los deberes y derechos habituales, se añadieron otros en el ámbito internacional. Pero, como siempre nos recuerda la Carta Constitucional (cf. art. 4), la soberanía es funcional a la tuitio fidei y al obsequium pauperum. Se deriva de esto. La Sentencia del Tribunal de Cardenales, especialmente constituido por el Papa Pío XII, lo deja muy claro, al afirmar que la suya es «una Orden religiosa, aprobada por la Santa Sede», y que «la calidad de la institución como Orden soberana es funcional, es decir, dirigida a asegurar la consecución de los fines de la Orden y su desarrollo en el mundo», para lo cual «depende de la Santa Sede» (AAS 45, 1953, 766-767).
Se perfila así la relevancia de la Orden en el ámbito internacional, como instrumento de acción apostólica, con su subordinación, como Orden religiosa, a la Santa Sede, y su obediencia al Papa, como Superior supremo de todos los Institutos religiosos (cf. CIC, 590). Por ello, es importante que se establezca una relación de fructífera cooperación entre el representante diplomático de la Orden y el Legado Pontificio local, en una acción conjunta por el bien de la Iglesia y de la sociedad. Asimismo, el vínculo de la Orden con el Papa no es una limitación de su libertad, sino una tutela, que se expresa en la solicitud de Pedro por procurar el bien mayor, como ha sucedido más de una vez, incluso con intervenciones directas en momentos de dificultad.
La dependencia de la Orden de Malta de la Santa Sede no disminuye, por tanto, la importancia de sus representaciones diplomáticas; al contrario, hace que cobren aún más sentido, como canales de la actividad apostólica y caritativa de la Orden, abierta y generosa especialmente allí donde más se necesita. Me gusta mucho la terminología utilizada por algunos de ustedes, que consideran la suya una «diplomacia humanitaria». El representante diplomático es portador del carisma de la Orden, por lo que se siente llamado a desempeñar su cargo como una misión eclesial. Esta peculiaridad de vuestra diplomacia, lejos de restarle importancia, es un precioso testimonio, un signo elocuente también para las demás embajadas, para que también sus actividades se orienten al bien concreto de los pueblos y tengan en gran estima a los más débiles.
Queridos amigos, os estoy muy agradecido por la misión que lleváis a cabo e invoco sobre vosotros la protección de Nuestra Señora de Filermo, a quien está consagrada la Orden. Os bendigo y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.