(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 25.04.2024).- La mañana del jueves 25 de abril, el Papa Francisco recibió en audiencia a un grupo de peregrinos húngaros, acompañados por el presidente y el episcopado del país. La visita se produce como un modo de agradecer al Papa las dos visitas que ha realizado a Hungría. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso pronunciado por el Papa:
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Saludo a todos ustedes que han venido a confirmar su vínculo con el Sucesor de Pedro y a hacer su profesión de fe, en este tiempo pascual en el que el Señor Resucitado nos ilumina y nos da la esperanza que no defrauda. Saludo al cardenal Péter Erdő, primado de Hungría. Saludo al presidente de la Conferencia episcopal húngara, monseñor András Veres, a todos los obispos presentes, a los sacerdotes, a los consagrados, a los fieles laicos. Saludo a las autoridades civiles, en particular me alegra saludar al nuevo Presidente de Hungría, señor Tamás Sulyok.
Su peregrinación se produce un año después de mi viaje apostólico a Hungría, que llevo en el corazón con tanta gratitud. Por eso me gusta conmemorarlo hoy, recordando que estuve entre ustedes como peregrino, como hermano y como amigo.
En Budapest, hermosa ciudad de puentes y de santos, he sido peregrino para rezar junto a ustedes. Para rezar por Europa, por “el deseo de construir la paz, de dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros” (Regina Caeli, 30 de abril de 2023). He rezado por su querida nación, que durante un milenio ha habitado esa tierra y la ha fecundado con el Evangelio de Cristo. Que en la oración encuentren siempre la fuerza, la determinación de seguir, incluso en el contexto histórico actual, el ejemplo de los santos y beatos que han brotado de su pueblo.
El Resucitado, apareciéndose en medio de sus discípulos, les dio la paz. No olvidemos, hermanos y hermanas, que la realización de este gran don comienza en el corazón de cada uno de nosotros; comienza en la puerta de mi casa cuando, antes de salir, decido si quiero vivir ese día como un hombre o una mujer de paz, es decir, vivir en paz con los demás. La paz llega cuando decido perdonar, aunque sea difícil, y esto llena mi corazón de alegría. Una vez más, encomiendo a la Iglesia de su país a la intercesión de la Magna Domina Hungarorum, de san Esteban, san Ladislao, santa Isabel, san Emerico y todos los santos y beatos: que se fortalezca en el ardor del testimonio y en la alegría del anuncio. Además de peregrino, he querido venir entre ustedes como hermano.
Especialmente en mi encuentro con ustedes, queridos obispos, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas. Los he animado a adoptar como actitud y estilo de vida el “estilo de Dios”, que es el de la ternura, la cercanía y la compasión. No lo olviden: el estilo de Dios es ternura, cercanía y compasión. A ello ayudan ejemplos recientes de la época de la persecución, como el del Beato Vilmos Apor, que por su cercanía y defensa de las mujeres refugiadas tuvo que pagar con su vida. O el de Zoltán Meszlényi, que prestó su servicio con tanta dedicación hasta el último momento de su vida. ¿Y cómo olvidar al joven sacerdote Jainos Brenner? Llevado por ternura y el celo pastoral, fue a consolar a un supuesto enfermo llevándole la Comunión, sin sospecha que se tratara de una trampa y que sería bárbaramente asesinado. O incluso Sára Salkaházi, que durante la deportación nazi de los judíos tuvo tal compasión por las víctimas que sufrió el martirio bajo el Puente de la Libertad de Pest. Que estos ejemplos los impulsen a tener las mismas actitudes hacia quienes están confiados a su cuidado.
Y luego quise estar con ustedes como amigo. En particular, recuerdo con gran alegría el encuentro con ustedes, queridos jóvenes. Todavía quiero animarlos a caminar en diálogo con las generaciones que los precedieron. A hablar con los abuelos, con los ancianos de su pueblo; a buscar sus raíces, porque así pondrán unos cimientos sólidos para el futuro. Apreciando sus raíces podrán mirar hacia adelante con confianza, fortaleciéndose en los valores que dan vida: la familia, la unidad, la paz. Me gusta ese proverbio tan evangélico suyo: «Mejor dar que recibir» – Jobb adni mind kapni. Es exactamente así: dando uno se encuentra a sí mismo y su vida no se queda vacía.
Como amigo también he conocido a personas en situación de sufrimiento: refugiados, pobres, marginados. Les agradezco que tengan un corazón abierto hacia los refugiados ucranianos que han abandonado su país a causa de la guerra. Y también aprecio sus esfuerzos por integrar a quienes viven en la periferia de la sociedad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias por su cercanía y afecto! Caminemos juntos por la senda del Señor como hombres y mujeres “pascuales”, y reconozcámoslo en la fracción del pan, en la mesa eucarística y en la de los hambrientos; en su Palabra y em el encuentro con los demás. Gracias por su fidelidad a Cristo, manifestada en el testimonio de fe y en el ecumenismo que viven, en sus relaciones con el prójimo, en su caridad acogedora incluso con los que son diferentes, en su respeto por toda vida humana y en su cuidado responsable del medio ambiente.
Los bendigo de corazón, y que la Virgen los custodie. – ¡Isten áld meg a magyart! – ¡Que Dios bendiga a los húngaros! Y, por favor, continúen rezando por mí. ¡Gracias!
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