Papa Francisco recibió en audiencia a la comunidad monástica de la Abadía de Montevergine Foto: Vatican Media

Papa Francisco a los monjes: que quien venga a ustedes en busca de luz no quede decepcionado

Discurso a los monjes de la Abadía de Montevergine, en Italia

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticani, 13.05.2024).- Por la mañana del lunes 13 de mayo, el Papa Francisco recibió en audiencia a la comunidad monástica de la Abadía de Montevergine. Se trata de una comunidad de monjes benedictinos que se ubica al oeste de Nápoles, al sur de Italia. El origen de la abadia, ahora también convertida en santuario, se remonta al siglo XII. Ofrecemos una traducción al español preparada por ZENIT de las palabras del Papa:

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¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Les doy la bienvenida a todos, al Padre Abad, a los monjes y colaboradores. Han querido este encuentro con motivo del Jubileo por el noveno centenario de la fundación de la Abadía de Montevergine, ocurrida en 1124 por obra de San Guillermo de Vercelli.

Al origen de su historia no hay milagros ni eventos extraordinarios, sino la solicitud de un pastor, el Obispo de Avellino, que quiso construir, en ese lugar elevado, una iglesia y reunir allí a un pequeño número de personas al servicio de Dios, para hacer de él un centro de oración, evangelización y caridad. Por eso, quisiera subrayar, en este nuestro encuentro, la importancia de estas dos dimensiones en su vida y en su apostolado, y lo hago con algunas palabras atribuidas a San Agustín: «Esto donum Deo ut sis donum Dei», ámense para Dios, para ser un don de Dios.

Convertirse en «don de Dios». Es el sentido de la vocación monástica, que coloca en la raíz de toda acción la obra de Dios, es decir, la oración, a la cual San Benito recomienda no anteponer nada (cf. Regla 43,3). El Santuario de la Virgen de Montevergine, situado en lo alto, como un vigía, es visible desde toda la Irpinia, y los fieles acuden allí, a menudo a pie, para encontrar consuelo y esperanza, para recibir durante la peregrinación nueva fuerza, como aún hoy recuerdan muchos cantos tradicionales, incluso dialectales, que acompañan las peregrinaciones. Para recibirlos está el hermoso icono de la Madre de Dios, con sus grandes ojos almendrados, listos para recoger lágrimas y oraciones, que muestra a todos, en sus rodillas, al Niño Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Bueno, convertirse en «don de Dios» significa rezar para tener también ustedes esos ojos grandes y buenos, y para mostrar, a quienes encuentren, como María, al Señor, presente en sus corazones.

Durante la Segunda Guerra Mundial, su comunidad tuvo la gracia de acoger el Santo Sudario, llevado en secreto a su Santuario, para que fuera custodiado y venerado, a salvo del riesgo de los bombardeos. También esto es una hermosa imagen de su vocación primaria: custodiar la imagen de Cristo en ustedes, para poder mostrarla a los hermanos.

Luego, el segundo punto: ser «don de Dios». Darse con generosidad a quienes suben al Santuario, para que, acercándose a los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, se sientan, en la atención y la oración, acogidos y llevados bajo el manto de la Madre de Dios. Y siendo monjes, físicamente lejos del mundo, pero espiritualmente muy cerca de sus problemas y angustias, guardianes en el silencio de la comunión con el Señor, y al mismo tiempo generosos anfitriones de los demás (cf. Regla 53,1), y esto puede hacerlos, para quienes los encuentran, un signo vivo y elocuente de la presencia de Dios. Por eso, queridos hermanos, les recomiendo que no cedan a la tentación de conformarse a la mentalidad y los estilos del mundo, de dejarse transformar constantemente por Dios, renovando su corazón y creciendo en Él (cf. Rom 12,2), para que quien venga a ustedes en busca de luz no quede decepcionado.

Queridos amigos, en Montevergine tienen la suerte de ser huéspedes en la Casa de María, de vivir bajo su mirada misericordiosa, custodiados por «Mamá Schiavona», como cariñosamente se la llama. Aprovechen este regalo y cultívenlo en ustedes para poder compartirlo con todos. Les agradezco por haber venido. Los bendigo de corazón. Y les pido por favor que oren por mí. ¡Gracias! 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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