(ZENIT Noticias / Pnesilvania, 13.04.2025).- El Premio Templeton 2025 ha sido otorgado al Patriarca Ecuménico Bartolomé de Constantinopla, líder espiritual de la Ortodoxia Oriental y una voz visionaria en el movimiento global por la justicia ecológica. El premio, dotado con 1,1 millones de libras esterlinas, reconoce una vida de liderazgo profético que ha redefinido las dimensiones morales de la gestión ambiental y ha desafiado tanto a las comunidades religiosas como a las instituciones seculares a ver la Tierra no solo como un recurso, sino como una herencia sagrada.
Conocido a menudo como el «Patriarca Verde», Bartolomé no solo es el primero entre iguales en la jerarquía de líderes cristianos ortodoxos, sino también una de las primeras figuras religiosas importantes en plantear sistemáticamente la degradación ambiental como una crisis espiritual. Décadas antes de que el cambio climático se convirtiera en tema de conversación general, ya había comenzado a entrelazar la teología y la ecología en un llamado a la responsabilidad moral hacia la creación.
La Fundación John Templeton, que anunció el premio el 9 de abril, elogió a Bartolomé por sus «esfuerzos pioneros para conectar la perspectiva científica con la sabiduría espiritual en nuestra relación con el mundo natural». La fundación destacó cómo su incansable colaboración con científicos, teólogos y legisladores ha ayudado a replantear el daño ambiental no solo como un problema técnico o político, sino como un profundo fracaso ético y espiritual.
Heather Templeton Dill, presidenta de la Fundación, enfatizó cómo el liderazgo de Bartholomew ejemplifica el propósito original del premio: lo que su fundador, Sir John Templeton, llamó «progreso en la religión». «El patriarca Bartholomew ha hecho del cuidado del medio ambiente un elemento central de su misión espiritual», afirmó, «demostrando cómo la fe religiosa puede ser un poderoso catalizador para la comprensión científica y la acción global».
De hecho, la influencia de Bartholomew se ha extendido mucho más allá de los muros de iglesias y catedrales. A través de simposios internacionales que reúnen a ecologistas, científicos del clima, líderes políticos y eruditos religiosos, ha contribuido a cultivar un lenguaje de unidad: un vocabulario compartido para la ética ambiental basado en la reverencia, no en la rivalidad. Una de sus contribuciones teológicas más impactantes ha sido su articulación del «pecado ecológico», un concepto que ahora define el discurso religioso global sobre la justicia ambiental.
Para Bartholomew, la ecología no se trata solo de conservación; es una forma de reverencia. «No se trata de una cuestión política ni económica», ha dicho. «Es principalmente espiritual. Dios creó el mundo y nos lo confió, no para explotarlo, sino para cuidarlo». Sus palabras resuenan profundamente en una época de creciente urgencia ecológica, donde el aumento de las temperaturas y la disminución de la biodiversidad exigen una nueva mentalidad moral.
El reconocimiento de este año lo sitúa en la distinguida compañía de galardonados anteriores como la Madre Teresa, el arzobispo Desmond Tutu, Dame Cicely Saunders y el Dalai Lama, figuras cuya obra ha transformado el panorama espiritual de su tiempo. Sin embargo, la trayectoria de Bartholomew es singularmente interdisciplinaria. Se sitúa en la confluencia de la teología y la biología, el ritual y la investigación, la oración y la política. No se limita a predicar sobre la Tierra, sino que la eleva al altar. Lo que distingue su misión no es solo su mensaje, sino su método. Es un unificador. Un conector. Alguien que ve la fe no como una frontera, sino como un puente. «Podemos diferir en nuestros métodos», comentó una vez, «pero compartimos una visión común: salvar este planeta, nuestro único hogar, y construir una vida digna para todos sus habitantes».
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