(ZENIT Noticias / Caracas, 28.10.2025).- En los días posteriores a la canonización de los primeros santos de Venezuela, una celebración que debería haber unido a la nación en torno a la fe y el orgullo ha revelado, en cambio, una profunda fractura entre la Iglesia y el Estado. Lo que comenzó como un momento de alegría para los católicos se ha convertido en un tenso episodio de confrontación, intimidación y abierta hostilidad.
El 25 de octubre, el cardenal Baltazar Porras, arzobispo emérito de Caracas y una de las voces más prominentes de la Iglesia venezolana, denunció que la interferencia gubernamental y la obstrucción militar le impidieron llegar a Isnotú, cuna de san José Gregorio Hernández. El cardenal tenía previsto celebrar allí una misa de acción de gracias, en el marco de las celebraciones nacionales por las canonizaciones de san José Gregorio y santa Carmen Rendiles.
Según Porras, su vuelo de la aerolínea estatal fue cancelado abruptamente la noche anterior, aunque posteriormente confirmó que despegó y aterrizó según lo previsto, sin él a bordo. Decidido a continuar, alquiló un vuelo privado, pero a mitad de camino recibió instrucciones de realizar un aterrizaje no programado en Barquisimeto. «Nos informaron que el aeropuerto de Valera estaba cerrado debido a los fuertes vientos», declaró, «pero luego supimos que otros vuelos llegaban con normalidad».
Lo que siguió, relató el cardenal, se asemejaba más a una escena de intimidación que a una medida de seguridad. «Estábamos rodeados de soldados armados», dijo. «Era evidente que no teníamos libertad para movernos». Sus intentos de continuar por tierra también fueron bloqueados. «Es preocupante que uno no pueda viajar libremente dentro de su propio país», comentó, calificando el episodio de «violación de los derechos civiles fundamentales».
El prelado relacionó el incidente con las recientes acusaciones del presidente Nicolás Maduro, quien lo acusó públicamente de «conspirar» para obstruir la canonización de San José Gregorio Hernández. Días antes, en un discurso pronunciado en Roma, Porras había pedido la liberación de los presos políticos venezolanos: más de 800 personas, según la organización de derechos humanos Foro Penal. “Así no es como debemos honrar el legado de José Gregorio”, dijo Porras, sugiriendo que el episodio reflejaba no solo un abuso de poder, sino una contradicción espiritual. “Era un hombre de paz, y su canonización debería invitarnos a todos a la reconciliación, no a la represión”.
Ver esta publicación en Instagram
El incidente no fue aislado. Esa misma semana, otro sacerdote, el padre Juan Manuel León, de la Arquidiócesis de Calabozo, recibió amenazas de muerte tras la aparición de grafitis detrás del altar de su iglesia en el pueblo de San Juan de los Morros. Los mensajes lo acusaban de oponerse al gobierno y advertían de violencia.
“No participo en campañas políticas durante la Eucaristía ni en mi ministerio”, dijo el padre León, “pero no puedo ocultar mis convicciones. No apoyo al comunismo ni al régimen actual”. A pesar de las amenazas, afirmó que permanecería en su parroquia, colaborando estrechamente con las autoridades diocesanas y policiales para garantizar la seguridad. “Debemos aferrarnos a la fe, la esperanza y el amor en Cristo”, dijo a los feligreses, “porque Él es nuestra fuerza”. En un acto de solidaridad, los feligreses se reunieron esa misma noche para repintar el muro desfigurado y colmaron la iglesia para una misa de reparación. «Fue un momento de fe y unidad», dijo un asistente, «una forma de decirle al Padre Juan Manuel que no está solo».
Las amenazas contra el sacerdote se produjeron pocos días después de que el periodista venezolano Edgar Beltrán fuera agredido físicamente en Roma durante un evento académico en la Pontificia Universidad Lateranense que celebraba las canonizaciones. La convergencia de estos acontecimientos ha puesto de relieve la precaria situación que enfrentan muchos católicos que expresan su preocupación por los derechos humanos o la represión política en Venezuela.
Una misa nacional de acción de gracias, que se esperaba que reuniera a casi 50.000 fieles en Caracas el 25 de octubre, también se suspendió abruptamente en medio de estas tensiones, otro golpe simbólico a lo que se suponía sería un momento de unidad nacional.
Para muchos católicos venezolanos, el contraste es marcado. La canonización de José Gregorio Hernández, un médico recordado por su compasión y servicio a los pobres, debería haber representado una renovación espiritual para una nación cansada de la división y las dificultades. En cambio, ha puesto de manifiesto la fragilidad de la relación entre la fe y el poder.
El cardenal Porras, reflexionando sobre su frustrado viaje, planteó una pregunta sencilla pero aleccionadora: «¿Qué delito he cometido», preguntó, «al querer cumplir con un deber religioso y celebrar la fe de mi pueblo?».
En un país donde incluso la oración puede politizarse, la silenciosa insistencia del Evangelio en la verdad y la dignidad humana puede ser el mensaje más subversivo de todos.
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.
