Miqueas 5, 1-4: “De ti saldrá el jefe de Israel”
Salmo 79: “Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”
Hebreos 10, 5-10: “Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”
San Lucas 1, 39-45: “Dichosa tú, que has creído”
Sus ojos resplandecen con una nueva luz, cinco meses de embarazo la han transformado. Ciertamente Victoria ya no es una niña, pero desde que se sabe embarazada ha tomado la vida con mayor seriedad. La pobreza de su casita en las orillas de la ciudad, el trabajo de su joven esposo, todo tiene un sentido diferente. Las preguntas de los familiares y amigos: “¿Qué va a ser?”, la inquietan, pero sólo momentáneamente, después con una alegría que no le cabe en su corazón, expresa: “Lo que Dios quiera, lo importante es que nazca sano mi bebé”. Las noticias de la crisis y de la pobreza, la corrupción y la violencia, la llegan a preocupar de una forma nueva. Pero ella está más atenta a las sensaciones que cada día aparecen en su cuerpo, platica con su esposo y juntos hacen planes para el futuro de una vida que empieza. Ya han comenzado a comprar y a preparar pequeños detalles para el niño que llega. “Una nueva vida lo cambia todo”.
A pocos días de la Navidad, San Lucas nos presenta esta escena tierna y simbólica de dos mujeres embarazadas: una anciana que en su vientre lleva toda la ilusión de una vida marcada por la esterilidad que ahora ha florecido; y una jovencita que no acaba de salir de su asombro al tener la noticia de saberse madre del Salvador. Aunque es muy pequeño el relato, está lleno de entusiasmo, bendiciones, prisas y saludos. Las dos mujeres tendrían ya un velado presentimiento de que los frutos de sus vientres tendrán una misión importante pero llena de dolor y sufrimiento. Sin embargo, la vida que va empezando en sus vientres las transforma y llena de fortaleza. No teme Isabel los peligros que comporta un embarazo en la ancianidad. No teme María las dificultades que afrontará en su primer y único alumbramiento. ¡Cómo nos enseñan estas dos sencillas mujeres el verdadero valor de la vida! Están dispuestas a defenderla a pesar de los graves problemas que les acarreará. Sería la primera y gran enseñanza: defender la vida. Defender la vida que empieza silenciosa y callada en el vientre de una madre, pero también la vida que agoniza en el olvido y el dolor de un anciano. Defender siempre y en toda ocasión la vida. Protegerla, cuidarla, hacerla florecer. Es el destino del verdadero creyente.
Cuando se lleva vida en el interior, se tiene prisa por transmitirla a quienes más la necesitan, por eso “María se encaminó presurosa”. Isabel, su parienta, necesita ayuda y apoyo como toda mujer a punto de dar a luz. La visita de María no es de cortesía o para su propio descanso. Se trata de llevar vida, buena noticia y servicio. Cuando tenemos a Cristo en nuestro corazón no es posible ocultarlo. Necesitamos darlo a conocer a los demás y la mejor manera de hacerlo es al estilo de María: llevando Buena Nueva, transmitiendo vida y sirviendo. María así muestra su grandeza de mujer y de creyente. Es la dignidad de una mujer que se siente contenta consigo misma y que está realizando la vocación para la que ha sido llamada. Una mujer y discípula que entiende que la verdadera alegría es dar y compartir. A veces la vida nos parece estúpida, inútil para nosotros y para los demás. Nos cerramos por dentro para defendernos, para estar seguros de nuestras cosas y con aquellos que amamos. Pero el verdadero discípulo sabe ponerse en camino, abandonar sus seguridades y ofrecerse en servicio a los demás. Entonces encontramos la verdadera libertad que salva, que hace crecer, que sirve y fortalece a los hermanos. La alegría mesiánica, propia de la Navidad, se tiene que convertir, como en el caso de María, en servicio y disponibilidad fraterna. Tenemos que “visitar” a los demás.
El Mesías largamente esperado ahora está cercano y hace que el pequeño Juan ya goce y disfrute de su presencia. Es la verdadera alegría de encontrarse con Jesús. Dos grandes profetas, que se encuentran aún en el seno de sus madres, dan ya muestras de la verdadera felicidad. El último de los profetas se alegra y salta de gozo, aunque sufrirá las exigencias que tiene todo amor. Jesús, el profeta por excelencia, ha venido para darnos su alegría, para enseñarnos que aun en el dolor, aceptado y vivido por amor y con amor, puede nacer la alegría. Él se pone en el inicio y en el final de nuestro camino como el gozo verdadero y perfecto, que ninguno nos podrá quitar. Son los últimos días de Adviento y es necesario que nos detengamos en silencio a captar esta presencia de Cristo. Si sentimos su presencia daremos sentido a nuestra vida y entonces también podremos “saltar de alegría”. Si no, todos nuestros saltos, nuestros gritos y nuestras vueltas no tendrán ningún sentido.
Entre las bendiciones que Isabel pronuncia a favor de María resalta la alabanza a su fe: “Dichosa tú, que has creído”. No era fácil creer en aquellos tiempos. La situación económica y política, los problemas religiosos, llevaban a tener una fe débil y quizás más en las circunstancias que vivía María. Sin embargo, acepta la propuesta del Señor y se confía plenamente en las manos del Señor. Como María, las personas humildes que han experimentado el amor de Dios, son las que tienen la capacidad de darle todo el crédito y de dejarse conducir por Él aun en la oscuridad y en el silencio. Las pruebas y las dificultades de que está tejida nuestra existencia no destruyen la fuerza y el valor del creyente porque Dios es fiel en su promesa de salvación para aquellos que ama. El misterio de la Encarnación que estamos ya próximos a celebrar y estamos esperando, es una llamada fuerte a aumentar nuestra fe y una confirmación del amor de Dios por la humanidad.
¿Somos nosotros capaces de salir al encuentro de los demás para servirlos, alegrarlos y llevarles vida? ¿Vivimos estos días de Navidad en una verdadera alegría que se traduce en compromiso, amor y encuentro con los hermanos? ¿Qué espera Jesús de ti en esta Navidad?
“Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del Ángel la Encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su Pasión y su Cruz, a la Gloria de la Resurrección”. Amén.