(ZENIT – 1 junio 2019).- Peregrinar “es el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Lo cual requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro. Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro».
Con estas palabras, el Papa Francisco se ha referido a la simbología que presenta el peregrinar de los fieles del Santuario de Sumuleu Ciuc, que han de construir un futuro sin “rezagados”, basado en la fraternidad y unidad entre los pueblos, y contando con la ayuda de la Virgen.
Hoy, 1 de junio de 2019, segundo día de su viaje apostólico a Rumanía, el Santo Padre ha presidido la Santa Misa en Sumuleu Ciuc, Transilvania, alrededor de las 11.30 horas.
Los santuarios
Durante su homilía, el Papa Francisco ha hablado del significado de los santuarios “lugares casi ‘sacramentales’ de una Iglesia hospital de campaña, guardan la memoria del pueblo fiel que en medio de sus tribulaciones no se cansa de buscar la fuente de agua viva donde refrescar la esperanza. Son lugares de fiesta y celebración, de lágrimas y petición”.
Santuario de Sumuleu Ciuc
El Papa he recordado que la peregrinación en Pentecostés a este santuario fortalece la devoción a Dios y a la Virgen, pero también honra las tradiciones religiosas de rumanos y húngaros.
Este santuario se encuentra en Transilvania, territorio que pertenecía a Hungría hasta después de la I Guerra Mundial. Desde entonces forma parte del territorio rumano y en él habita una gran cantidad de población Szèkely, de origen húngaro. En esta comunidad existen personas que no están a favor de la pertenencia de Transilvania al gobierno central de Bucarest.
El Santuario se encuentra, por tanto, en un territorio en el que se habla tanto rumano como húngaro y al que acuden católicos de ambas nacionalidades.
Diálogo, fraternidad y unidad
En consecuencia, tal y como señala el Pontífice, este lugar de peregrinación constituye un símbolo “de diálogo, unidad y fraternidad”.
Peregrinar, para el Obispo de Roma, significa, en primer lugar, “saber que venimos como pueblo a nuestra casa”. Un pueblo que incluye a todos, que “son sus mil rostros, culturas, lenguas y tradiciones; el santo Pueblo fiel de Dios que con María peregrina cantando la misericordia del Señor”, añadió.
La Virgen María
El Santo Padre ha subrayado también que en los santuarios la Virgen intercede ante nosotros “para que no nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación”.
Además, en este sentido, explicó que “los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna”.
Nuevas oportunidades para la comunión
Francisco continuó describiendo que peregrinar supone “caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión; es desinstalarse de nuestras seguridades y comodidades en la búsqueda de una nueva tierra que el Señor nos quiere regalar”.
La mística de vivir juntos
Igualmente, la peregrinación es «el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos. Peregrinar es participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, caravana siempre solidaria para construir la historia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87).”
El Señor no defrauda
El Pontífice ha hecho referencia al misterio de la elección por parte de Dios de María, una joven de Nazaret que “nos anima también a nosotros a decir sí, como ella, para transitar los senderos de la reconciliación”.
Finalmente ha pedido no olvidar que “al que arriesga, el Señor no lo defrauda” y ha exhortado a que “Caminemos y caminemos juntos, arriesguemos, dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo y regale a nuestros pueblos la alegría de la salvación”.
A continuación publicamos la homilía completa del Papa Francisco.
***
Homilía del Santo Padre
Con alegría y agradecimiento a Dios, me encuentro hoy con vosotros, queridos hermanos y hermanas, en este querido Santuario mariano, rico de historia y de fe, donde como hijos venimos a encontrarnos con nuestra Madre y a reconocernos como hermanos. Los santuarios, lugares casi “sacramentales” de una Iglesia hospital de campaña, guardan la memoria del pueblo fiel que en medio de sus tribulaciones no se cansa de buscar la fuente de agua viva donde refrescar la esperanza. Son lugares de fiesta y celebración, de lágrimas y petición. Venimos a los pies de la Madre, sin muchas palabras, a dejarnos mirar por ella y que con su mirada nos lleve a aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).
No lo hacemos de cualquier manera, somos peregrinos. Aquí, cada año, el sábado de Pentecostés, peregrináis para honrar el voto de vuestros antepasados y para fortalecer la fe en Dios y la devoción a la Virgen, representada en su imponente talla. Esta peregrinación anual pertenece a la herencia de la Transilvania, pero honra de forma conjunta las tradiciones religiosas rumanas y húngaras, en la que participan también fieles de otras confesiones, y es un símbolo de diálogo, unidad y fraternidad; una llamada a recuperar los testimonios de fe hecha vida y de vida hecha esperanza. Peregrinar es saber que venimos como pueblo a nuestra casa. Es saber que tenemos conciencia de ser pueblo. Un pueblo cuya riqueza son sus mil rostros, mil culturas, lenguas y tradiciones; el santo Pueblo fiel de Dios que con María peregrina cantando la misericordia del Señor. Si en Caná de Galilea, María intercedió ante Jesús para que realizara el primer milagro, en cada santuario vela e intercede no sólo ante su Hijo sino también ante cada uno de nosotros para que no nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación. Los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna. Peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión; es desinstalarse de nuestras seguridades y comodidades en la búsqueda de una nueva tierra que el Señor nos quiere regalar. Peregrinar es el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos. Peregrinar es participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, caravana siempre solidaria para construir la historia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87). Peregrinar es mirar no tanto lo que podría haber sido —y no fue—, sino todo aquello que nos está esperando y no podemos dilatar más. Es creerle al Señor que viene y que está en medio de nosotros promoviendo e impulsando la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad y justicia (cf. ibíd., 71). Peregrinar es el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Y esto, hermanos y hermanas, requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro. Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro.
Peregrinar a este santuario nos hace volver la mirada a María y al misterio de la elección de Dios. Ella, una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del imperio romano y también en la periferia de Israel, con su “sí” fue capaz de poner en marcha la revolución de la ternura (cf. ibíd., 88). El misterio de la elección de Dios que pone sus ojos en lo débil para confundir a los fuertes nos impulsa y anima también a nosotros a decir sí, como ella, como María, para transitar los senderos de la reconciliación.
Hermanos y hermanas, no olvidemos: al que arriesga, el Señor no lo defrauda. Caminemos y caminemos juntos, arriesguemos, dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo y regale a nuestros pueblos la alegría de la salvación, en la unidad y en la fraternidad.
© Librería Editorial Vaticana