+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
Celebramos que Donald Trump no aplicó a nuestro país los aranceles comerciales con que nos había amenazado. La condición que nos puso fue frenar la migración que desde el sur pasa por nuestro territorio hacia los Estados Unidos. Y este punto tiene muchos factores.
Yo veía con buenos ojos que las nuevas autoridades federales mexicanas tenían una política migratoria más humana y justa hacia quienes proceden mayoritariamente de Honduras, El Salvador y Guatemala, más hacia algunos cubanos, haitianos y africanos. Se les daba la oportunidad de seguir su camino, en su intento por pasar a la Unión Americana, ofreciéndoles alternativas para hacerlo con orden y legalmente. Se les ofrecían apoyos e incluso algunos trabajos temporales. Sin embargo, la política de puertas abiertas me parecía riesgosa, no sólo por las dificultades para pasar la frontera norte, sino porque nuestro país no cuenta con los recursos necesarios para dar trabajo, salud y escuela a tantos migrantes que, al no poder pasar, no quedarían entre nosotros. A estos hay que agregar a los deportados que se quedarán en nuestra frontera norte, y que no son pocos. Nos comprometimos a darles lo que necesitarán para vivir dignamente mientras se resuelve allá su solicitud de asilo. Pero hay que ser realistas: qué podemos ofrecer y qué podemos cumplir. Crear expectativas y esperanzas más allá de nuestras posibilidades, es alentar migraciones masivas que rebasan a todos.
Es muy justo y oportuno buscar la forma de crear mejores condiciones de vida para esos países de donde más provienen los migrantes, porque eso es atacar de raíz el problema. Ningún muro detiene a quienes huyen del hambre y la inseguridad. Por eso, es muy loable invertir recursos para generar empleos y seguridad en sus propios países. Pero hay que ser realistas. Si México no puede resolver sus propios problemas, si no puede generar los empleos que los mexicanos necesitan, si sigue habiendo pobreza y marginación, violencia e inseguridad entre nosotros, si no hay medicinas que alcancen, ¿con qué recursos vamos a “salvar” a esos países hermanos? ¡Qué bueno que les queramos ayudar! Eso es ir a la raíz de la migración. Pero, ¿hasta dónde podemos hacerlo? Si Estados Unidos no tiene la voluntad política de apoyar con fuertes sumas el desarrollo y la paz social en sus lugares de origen, nuestros esfuerzos serán insignificantes. Con todo, este es el camino, esta es la solución de fondo. No hay que dejar de insistir en esta noble propuesta.
Militarizar nuestra frontera sur, parece ser la única forma de aplacar un poco al Sr. Trump, pero eso implica que nosotros seremos el muro que él nos obliga a ser y nos lo va a hacer pagar con nuestros impuestos. Nos va a convertir en enemigos de nuestros hermanos de sur. Usar la nueva Guardia Nacional equivale a militarizar y cerrar nuestra frontera, con lo cual cerramos toda puerta de escape a quienes legítimamente huyen de sus países.
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación Gaudete et Exultate, afirma: “Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos. ¿Podemos reconocer que es precisamente eso lo que nos reclama Jesucristo cuando nos dice que a él mismo lo recibimos en cada forastero (cf. Mt 25,35)? San Benito lo había asumido sin vueltas y, aunque eso pudiera «complicar» la vida de los monjes, estableció que a todos los huéspedes que se presentaran en el monasterio se los acogiera «como a Cristo», expresándolo aun con gestos de adoración, y que a los pobres y peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y solicitud» (No. 102).
“Algo semejante plantea el Antiguo Testamento cuando dice: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto» (Ex 22,20). «Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el nativo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Lv 19,33-34). Por lo tanto, no se trata de un invento de un Papa o de un delirio pasajero. Nosotros también, en el contexto actual, estamos llamados a vivir el camino de iluminación espiritual que nos presentaba el profeta Isaías cuando se preguntaba qué es lo que agrada a Dios: «Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora» (Is 58,7-8)… La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor. Nuestro culto agrada a Dios cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en él se manifieste en la entrega a los hermanos” (No. 103-104).
ACTUAR
Que el Espíritu Santo ilumine a nuestras autoridades, para que encuentren soluciones justas y fraternas a la migración. Y nosotros abramos el corazón a quienes pasan por nuestro territorio, advertidos de que lo que hagamos o dejemos de hacer por ellos, Jesús lo considera hecho o negado a El.