VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN
Ciclo C
Textos: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; 2Tm 1, 1-8. 13-14; Lc 17, 5-10
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: Si tuviéramos fe, otro “gallo cantaría” en nuestra vida. El gran tesoro de la fe.
Síntesis del mensaje: la fe es un valioso don de Dios. La fe nos da a nosotros una correcta concepción del mundo, nos muestra el objetivo de la vida, nos reconforta en los momentos difíciles, alegra nuestro corazón, da fuerza a nuestra oración y nos abre la entrada a las infinitas misericordias de Dios. El salmo ha tomado partido por esta confianza en Dios, y ya ve la ayuda divina en la vida de su pueblo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios nos prueba en la fe, como probó al profeta Habacuc (1ª lectura). Habacuc es un profeta poco conocido. Este profeta en la lectura de hoy protesta ante Dios: “¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?”. Está desesperado, abrumado, cansado de tanta injusticia y violencias, desgracias y catástrofes y guerras –comienzo del imperio de los babilonios, terror de los israelitas-. ¿Por qué Dios consiente esto? La respuesta de Dios es que él debe conservar su fe y esperanza en la promesa de Dios de tiempos mejores. La Iglesia y los cristianos de hoy podemos fácilmente reconocernos en esta experiencia profética: “¿Por qué, Señor, tantos han dejado de ir a misa, no se confiesan? ¿Por qué iglesias casi vacías? ¿Por qué persiguen los musulmanes o budistas a tus cristianos? ¿Por qué tantas ideologías nefastas nos atacan y gritan enarbolando sus derechos que atentan contra la razón y la naturaleza? ¿Por qué tantos jefes políticos promotores descarados del crimen del aborto y la ideología de género? ¿Por qué el terrorismo internacional? ¿Por qué tan pocas vocaciones y seminarios medio vacíos? ¿Por qué las familias tan inestables? ¿Por qué muchos tan pobres y otros tan ricos?”. Dios nos prueba la fe. Quiere que nuestra fe no sea una fe prendida de alfileres, inmadura e infantil, sino robusta, firme, maciza. “El justo vivirá por su fe” (1ª lectura).
En segundo lugar, la fe tiene que demostrarse con valentía, energía y repartirla como un tesoro (2ª lectura). Así le dice san Pablo a Timoteo. Así lo hizo san Esteban, el primer mártir, y san Ignacio de Antioquía, que, condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano, después de haber escrito unas impresionantes cartas durante el trayecto a Roma: “Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro”. ¡Qué fe tan firme, fuerte, segura, entregada como tesoro a toda la Iglesia! Y el famoso cardenal croata, ya beato, Stepinac (1898-1960), acusado de ser colaborador nazi y sometido a un polémico juicio en el que se demostró su inocencia, pero con leyes creadas especialmente para este proceso lo condenaron a 16 años de trabajo forzado. Su respuesta fue: «Yo sé cual es mi deber. Con la Gracia Divina lo cumpliré hasta el final, sin odio contra nadie, pero también sin miedo a nadie». Eso es vivir la fe con valentía. Otro ejemplo: József Mindszenty (1892- 1975), cardenal primado de Hungría, defendiendo su fe frente al régimen comunista, fue detenido el 26 de diciembre de 1949 y sometido a un proceso judicial en febrero del año siguiente, proceso público que quiso demostrar que nada ni nadie podía oponerse a la voluntad del régimen comunista. Después de forzar declaraciones por medio de torturas y drogas, y luego de montar falsas pruebas contra él, la corte lo encontró culpable de traición y lo condenó a cadena perpetua. La fe por ser un tesoro es codiciado por los enemigos de Dios y de la Iglesia. Duros son los trabajos del evangelio, le dice Pablo a Timoteo (2ª lectura). Por eso hay que reavivar el fuego de la gracia de Dios.
Finalmente, no tenemos otra opción que pedir a Cristo que nos aumente nuestra fe, como hicieron los apóstoles (evangelio). Con la fe somos capaces de arrancar de raíz cualquier árbol, de acallar tantas voces contra la Iglesia, animar al más deprimido. La fe nos ayuda valientemente a soportar el dolor. Basta leer a san Pablo: «Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, ¡entonces soy fuerte!» Porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad» (2 Co 12, 10). La fe es la llave de los tesoros de Dios. La fe lleva al ser humano a un encuentro vivo con Dios en la oración atenta y de corazón. Durante esta oración el ser humano toca la poderosa fuerza divina y entonces según las palabras del Salvador, todo se hace posible para el creyente (cf. Mt 9, 23). Por eso: «Todo lo que pidierais en oración con fe, lo recibiréis» y añadió: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza y le decís a un monte: muévete de aquí. para allá, y lo hará, y nada os será imposible» (Mt 21, 22 y 17, 20). En otras palabras, incluso la más pequeña fe puede hacer milagros, si es íntegra y viva como una semilla. La fe actúa no por la fuerza de la imaginación ni por auto hipnosis, sino por medio de la unión del ser humano con el manantial de toda vida y fuerza, de la unión con Dios. La combinación de una fe fuerte con la humildad no es casualidad. El hombre que tiene una gran fe siente mas que otro cualquiera la grandeza y el poder de Dios. Y entre más claramente él siente esto mejor reconoce su propia indigencia. Por eso grandes hombres de Dios como por ejemplo los profetas Moisés y Elías, los apóstoles Pedro y Pablo y otros como ellos siempre se distinguían por su gran humildad.
Para reflexionar: ¿Cómo es mi fe: fuerte, madura, firme, maciza, luminosa o débil, apagada, infantil y opaca? ¿Con qué alimento mi fe? ¿Transmito mi fe con valentía? ¿En qué campos me ayuda la fe?
Para rezar: Señor, danos la fe de María, que aceptó el plan de Dios en su vida, aunque después tuvo que caminar en el claroscuro de la fe, sin entender tantas cosas. Danos la fe de Abrahán, que obedeció y se puso en camino sin saber a dónde le llevaba Dios.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org