(zenit – 8 oct. 2020).- Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de zenit su reflexión en torno al Evangelio del próximo 11 de octubre, XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario.
***
Isaías 25, 6-10: “El Señor preparará un banquete y enjugará las lágrimas de todos los rostros”
Salmo 22: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”
Filipenses 4, 12-14.19-20: “Todo lo puedo unido a aquel que me da fuerza”
San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todo el que encuentren”
Al escuchar el canto del banquete de Isaías nos quedamos sorprendidos por la descripción fantasiosa de una reunión de todos los pueblos para participar del banquete ofrecido por el Señor en el monte de Sión. No solamente se presentan platillos suculentos y vinos exquisitos, sino se ofrece una verdadera paz, quitar el velo de muerte y arrancar el paño de dolor que cubre el rostro de los pueblos. ¿Solamente fantasías? Quizás los hombres nos hemos conformado con sueños mezquinos y hemos limitado las expectativas que Dios tiene al crear a la humanidad. Quizás estamos cegados por nuestros intereses individualistas que limitan la felicidad a cada uno de los hombres y se cierra el corazón a la participación de todas las gentes. El gran sueño y el gran ideal de Dios es este banquete en el que participen todos sus hijos, donde no haya distinciones, donde puedan quitarse el dolor y la muerte. Así nos lo ha señalado ahora el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, recordándonos que todos somos hermanos. Sin embargo, el hombre con sus ambiciones y egoísmos, se cierra al plan de Dios y se abalanza sobre los bienes de la naturaleza arrebatando a sus hermanos lo que necesitan para comer y vivir dignamente. La condición que pone Isaías para que llegue este día de ensueño es reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros: “Aquí está nuestro Dios. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae”. Hoy la profecía de Isaías suena como un reto, como un desafío que nos impulsa a contribuir desde nuestra pequeñez a hacer realidad el proyecto de Dios. Entre más desequilibrio haya, entre más lejanos estemos de este proyecto, menos humanos seremos.
Los que se niegan
La parábola de San Mateo añade nuevos matices este bello sueño. Uno de los símbolos más usados por Jesús para expresar las características del Reino es el banquete y la fiesta, porque así es el evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola presenta aspectos que a primera vista nos parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. Una invitación siempre deja la posibilidad de aceptarla o rechazarla, en la narración la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Así, la construcción de un nuevo mundo donde todos tengamos la posibilidad de vivir como hermanos, con dignidad y respeto, no se puede tomar a la ligera como si sólo de una invitación cualquiera se tratara, sino que es la invitación que dará todo el sentido a nuestra propia vida y a la vida de la humanidad. Cada vez que el hombre separa de la mesa a su hermano, se hace menos humano y también lastima a toda la humanidad. Tan importante es este “banquete universal” que Cristo se hace hombre para hacer posible a todos los hermanos su participación plena. No podemos negarnos, ni tampoco negar la participación a otras personas. Torcemos el proyecto de Dios y desvirtuamos el sentido de la naturaleza y del hombre.
Cuestión de vida o muerte
Nos es difícil imaginar que un rey pueda mandar matar a sus invitados por no aceptar una invitación a la boda. Pero esa parábola encierra el gran proyecto de Dios y su verdadera alianza con los hombres. Este banquete significa la alianza entre el rey y sus vasallos y el compromiso de una ayuda y defensa mutua, y la negación no es sólo no querer asistir a un compromiso social, sino es negarse a esta mutua alianza que los une en la defensa de sus vidas. No podemos imaginar a Dios como un rey encolerizado porque los hombres no aceptan su invitación al banquete de la vida, pero sí entendemos claramente que quienes se niegan a participar con el rey y sus hermanos en este banquete y prefieren sus intereses personales ya sean sus campos o sus negocios, van sembrando muerte y destrucción. Esto lo podemos comprobar en todos los aspectos de la vida: siempre que alguien pone por encima su individualismo, provoca muerte y destrucción. Lo hemos visto en la destrucción y aniquilamiento que estamos haciendo de la madre tierra. Los intereses de unos cuantos pasan por encima del bienestar común. Claro que pueden argumentar miles de beneficios personales y que tienen derechos otorgados o ganados injustamente, pero siempre estarán sembrando muerte.
Banquete universal
La apertura de la invitación del rey a que todos participen de la salvación parecería inaudita al pueblo israelita, pero Dios Padre abre su invitación a todos los hombres y mujeres por igual sin ninguna discriminación. El Señor Jesús viene a darnos el verdadero sentido de universalidad de todos los bienes de la creación y del plan salvador de Dios. Toda discriminación, todo exclusivismo, todo acaparamiento, va en contra del verdadero plan de Dios que es Padre de todos. La alusión al traje de bodas que ocasiona la expulsión de uno de los nuevos invitados, ha tenido muchas explicaciones, desde la necesidad de la gracia para participar en la Eucaristía, hasta el sentido más comprometedor de una coherencia entre quienes participan en un banquete que debe ser para todos los hermanos y que no admite llevar el vestido del egoísmo y la ambición. Quien se aísla buscando su provecho individual rompe la armonía y acaba separándose del verdadero banquete. Esta imagen del banquete universal, tan querida por Jesús, nos deja inquietos y debemos responder con sinceridad: ¿Creemos posible un mundo donde todos seamos hermanos y a nadie le falte lo necesario para una vida digna? ¿Qué estamos haciendo para lograrlo? ¿Aceptamos nosotros la invitación de Jesús? ¿Estamos dispuestos a compartir con todos los hombres y mujeres el banquete de la vida?
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de tu Palabra. Amén.