Tommaso Scandrolio
(ZENIT Noticias – La Bussola Quotidiana / Varese, 01.02.2024).- Telepatía. Éste es básicamente el objetivo que se ha marcado Elon Musk. Por ahora, el intento es crear un vínculo telepático entre una persona y un ordenador. Y todo ello gracias a Telepathy, un chip para implantar en el cerebro diseñado por su empresa de neurotecnología Neuralink.
Telepathy permite leer las ondas cerebrales y transmitirlas a un PC o smartphone para que la persona con este implante pueda escribir en un teclado y mover el cursor por la pantalla. Por supuesto, también se pueden controlar con el pensamiento otros dispositivos: la silla de ruedas, el televisor, etc. Los destinatarios de esta interfaz cerebro-ordenador son personas que han perdido el uso de los brazos o las manos o la vista y, por tanto, no pueden teclear en un ordenador. Hablamos, por ejemplo, de tetrapléjicos o personas con miembros amputados o con ELA o Parkinson o ciegos. El 29 de enero, Musk anunció en X que Neuralink había realizado el primer implante en el cerebro de una persona, y parece que la operación salió bien.
The first human received an implant from @Neuralink yesterday and is recovering well.
Initial results show promising neuron spike detection.
— Elon Musk (@elonmusk) January 29, 2024
¿Es moralmente lícita esta intervención? La finalidad que persigue Musk es terapéutica, por tanto buena. Terapéutico no en sentido estricto: de hecho, las personas no recuperarán el uso de las manos ni la vista. Terapéutico en sentido amplio porque tiene un carácter coadyuvante-sustitutivo. Es como tener una prótesis, como ponerse gafas para recuperar al máximo la función visual, como una prótesis de mano para los amputados.
Pero si el fin es abstractamente bueno, para juzgar la moralidad de este invento hay que tener en cuenta también los posibles efectos negativos de tal descubrimiento. El pasado mes de mayo, Musk anunció que había recibido luz verde para seguir adelante con el experimento por parte de la Food and Drug Administration (FDA), el organismo gubernamental estadounidense que también supervisa ensayos clínicos como éste. Pero ahora parece que la FDA sigue investigando si esta interfaz neuronal es peligrosa. Además, se ha pedido a la U.S. Securities and Exchange Commission, la agencia federal responsable de supervisar las bolsas de valores, que verifique que Musk no ha engañado a sus inversores, ya que los conejillos de indias utilizados en experimentos anteriores habían mostrado parálisis, convulsiones e inflamación del cerebro antes de pasar a los humanos. Además, hay que tener en cuenta el coste económico para quienes quieran someterse a este implante: 40.000 dólares.
Así que, para entender si un implante de este tipo es éticamente permisible, es necesario poner en un lado de la balanza los efectos positivos (volver a comunicarse con un PC o un smartphone para una persona gravemente discapacitada) y en el otro los negativos (graves daños para la salud y costes considerables), y calcular la probabilidad de que ambos se produzcan. Por ejemplo, habrá que comprobar si la persona que recibió este primer implante es realmente capaz de utilizar un PC y qué daños físicos se producirán en el futuro, incluso años después. Además, está la cuestión de si este experimento es realmente necesario. De hecho, ya existen comandos de voz para PC o software que permite escribir leyendo el movimiento de los ojos en el vídeo. Lo que está claro es que Musk con esta prueba está mirando más lejos, muy lejos: está estudiando la posibilidad de controlar máquinas digitales sólo con el pensamiento. Y desde esta perspectiva, el experimento parece sugerente.
Y aquí surgen otros dos efectos negativos que hay que tener en cuenta. El primero es de naturaleza cultural. Este experimento encaja de lleno en esa orientación filosófica llamada transhumanismo, que predica, entre otras cosas, la curación de todas las patologías a través de la tecnología, erradicando así la lacra de la muerte, y la potenciación de las facultades humanas principalmente a través de injertos tecnológicos. Se habla de cyborgs: seres humanos en cuyos cuerpos se incorpora hardware con fines terapéuticos o perfectivos. El problema no reside tanto en estos fines, que en sí mismos son buenos, sino en la mentalidad que pueden fomentar estas intervenciones, una mentalidad inclinada a creer que el hombre puede llegar a ser inmortal y a reducir al hombre a una cosa, a un robot. El transhumanismo conduce a la cosificación de la persona, a una visión inmanentista y mecanicista de la persona y, por tanto, a un envilecimiento de su dignidad.
Un segundo riesgo podría ser que en un futuro lejano se pudieran leer los pensamientos de las personas interceptando la transmisión de ondas neuronales al PC o conectándose a la misma telepatía implantada en el cerebro.
Con respecto a estos dos riesgos, podemos decir que son remotos. De hecho, en el primer caso, el grado de colaboración, es decir, de incisividad en la difusión de una cultura transhumana, es mínimo, tanto por parte de los experimentadores como, sobre todo, por parte del paciente. En el segundo caso, el escenario de la lectura de la mente, si se hace realidad, tendrá lugar dentro de mucho tiempo, y entonces no se excluye que se creen defensas tecnológicas para evitar este riesgo (por ejemplo, el blindaje de los dispositivos). Mucho más importantes son los posibles daños a la salud mencionados anteriormente.
Desde el principio de los tiempos, todo desarrollo tecnológico ha traído consigo ciertos efectos negativos ineludibles: pensemos en el número de muertes causadas por los accidentes de tráfico o la construcción de infraestructuras, las patologías derivadas de la industrialización, etc. Pero conducir automóviles, construir puentes y vías férreas y producir bienes de consumo siguen siendo, en conjunto, actos buenos porque producen más beneficios que perjuicios. Y es en este aspecto en el que habrá que poner a prueba la telepatía.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.