Siempre ha sido un reto educar. Porque cada época tiene una mentalidad, porque cada ser humano vive en un mundo de experiencias complejas, porque en ocasiones hay confusión sobre las metas hacia las que orientar al educando. El P. Marko Rupnik, jesuita, director de ejercicios espirituales y artista, busca, con este volumen (El arte de la vida. Lo cotidiano en la belleza, Fundación Maior, Madrid 2013), abrir espacios a la vida espiritual desde una serie de diálogos imaginarios con varios personajes que tienen como eje de unión a una joven llamada Natasha.
El texto comienza de modo sorprendente: presenta la escena de una fiesta en la que una chica que se desvanece y queda abandonada en el suelo, mientras los demás jóvenes se retiran sin darse cuenta del estado de gravedad de quien hasta hacía pocos momentos era simplemente una más en la alegría común (pp. 7-8). A partir de este hecho, Natasha, especialista en neurocirugía y sobrina del padre Vassilij, empieza a reflexionar sobre la situación de los jóvenes de nuestro tiempo.
La protagonista va a un monasterio, mientras cae una continua nevada, para encontrarse con el padre Boguljub, su director espiritual. La mayor parte del libro recoge la grabación que Natasha realiza de su diálogo-entrevista con Boguljub. Otra parte reproduce el diálogo de la misma Natasha con dos sacerdotes ucranianos a los que acoge en su casa, y que luego conduce al encuentro del padre Vassilij, discípulo de Boguljub y artista.
La primera sección está dedicada al tema del «educar y formar». Natasha pregunta al padre Boguljub sobre «cómo educar para la vida. ¿Qué hacer para formar a los jóvenes, que parecen desconectados de todo valor y de todo el mundo real?» (p. 11). El monje ofrece sus reflexiones en voz alta y con pocas interrupciones, si bien Natasha no le escucha de modo pasivo, pues interviene continuamente, sobre todo con pequeños resúmenes para averiguar si ha comprendido las reflexiones del anciano. En los momentos iniciales de la obra, se elabora un agudo análisis del mundo moderno y sus errores, y se dan continuas indicaciones de posibles vías para la curación. Por ejemplo, la invitación a escuchar a los ancianos, menos aptos para la técnica pero poseedores de una sabiduría que tiene que transmitirse de generación en generación (pp. 23-24).
Al llegar al tercer capítulo, Natasha, entusiasmada por las enseñanzas de Boguljub, propone un método de «pequeños pasos» para introducir cambios que ayuden a reavivar el corazón de las personas y abrirlas a Dios. Desde ese método se comprenden en buena parte las reflexiones y consejos de los capítulos 2-5, dedicados a varios argumentos: la imaginación, la habitación (y otros espacios del hogar), el vestido y el alimento. El capítulo 6 trata de los fracasos (desde un diálogo entre Natasha y los dos sacerdotes ucranianos que no han podido iniciar una carrera universitaria eclesiástica). El último capítulo trata de la conversión de la mente a la vida, en un diálogo entre el padre Vassilij, Natasha y los dos sacerdotes antes mencionados.
Al final de toda la obra, ante la pregunta de dónde aprender un «nuevo paradigma» que permita descubrir el camino en la Iglesia hacia una nueva unidad, el padre Vassilij responde lacónicamente con un nombre: Vladimir Sergeevic Solov’ev (p. 221, aunque quizá en castellano sería mejor escribir tal nombre como Solovev).
Se podrían señalar muchos aspectos e intuiciones ofrecidos por el P. Rupnik a lo largo del volumen, así como destacar diagnósticos especialmente acertados sobre diversos males del mundo y de los mismos miembros de la Iglesia. Como botón de muestra, recojo algunos ejemplos. Natasha recuerda lo vivido en una reunión que tenía como objetivo preparar un sínodo. En la misma reinada un ambiente de rivalidades, un deseo de autoafirmación, «una lucha despiadada, una envidia devastadora, hacer carrera por cualquier medio sin evitar golpes…» (p. 53). De esa experiencia surge la pregunta de la joven al anciano monje: «¿cómo es posible elaborar un programa pastoral, que en su núcleo tendría que tener la búsqueda común de la voluntad de Dios y se debería basar en la lectura espiritual de una realidad, de un contexto?» (p. 53).
Otro ejemplo, sencillo y muy práctico: al hablar sobre las comidas, y precisamente cuando los protagonistas están iniciando una frugal y sabrosa merienda, Boguljub explica a Natasha cómo con un acto así de sencillo, vivido de modo justo (en apertura a Dios y a los demás), puede iniciarse una acción sobre el mundo entero. «¡Cuanto más envejezco, más creo que todo discurso sobre la evangelización comienza por estas cosas!» (p. 166).
También destaca una hermosa oración que hace Natasha ante un pequeño icono pintado por su tío Vassilij: «Otro día se ha cumplido. Cada día, con su conclusión, por la noche, nos recuerda la eternidad. El día de hoy ya no volverá, y lo que he vivido ya no es alcanzable para mí, excepto en Ti. En Ti, en cambio, el tiempo es un paso hacia tu eternidad» (p. 185).
La lista de ideas sugestivas podría ser muy larga. Para recordar otras, destaco estas: la invitación a hacer la teología no con ideas sino desde lo que es cada persona (p. 190); la mirada dirigida al inicio del cristianismo como paradigma para comprender el camino de renovación que necesita nuestro tiempo: desde hombres y mujeres como los Padres de la Iglesia, que procedían no del mundo académico sino desde las pequeñas comunidades cristianas de aquel tiempo (p. 215). Especialmente tiene valor el recuerdo de los mártires recientes: «El siglo XX ha tenido millares de mártires y testigos. Sólo por esto tenemos en nuestras arcas una riqueza inaudita para realizar el Cuerpo de Cristo en la historia contemporánea» (p. 216).
El padre Rupnik ofrece, con esta obra, una invitación, desde la mirada constante a los Padres y a algunos autores orientales (basta con observar las fuentes citadas en las notas), a renovar una fe que necesita horizontes de espiritualidad encarnada, próxima, sostenida por «pequeños pasos», atenta a cosas tan sencillas como el modo de disponer los muebles de la casa o de construir templos capaces de suscitar en los corazones la apertura al misterio de Dios.